Richard Ford | El País
Vivo al lado del mar. Quiero decir que vivo justo al borde del mar. Desde la ventana del estudio donde escribo puedo tirar una piedra al agua, y lo hago a menudo. Puedo nadar desnudo delante de mi playa sin que nadie me vea. Podría nadar en dirección al lejano horizonte en pleno invierno —en un último intento por aferrarme a la soledad— y nadie se daría cuenta. Vivo en un lugar dichoso para todas mis necesidades terrenales, incluida, supongo, mi transición a la próxima vida.
En estos tiempos de plaga… No, suena demasiado dramático. En estos tiempos de aislamiento forzoso, la verdad es que la costa de Maine, donde vivo (tres horas al norte de Boston [en el noreste de EE UU]), parece no haberse inmutado, relativamente hablando. Las tiendas están cerradas, y también los restaurantes, los colegios y la YMCA [Asociación Cristiana de Jóvenes]. Pero la “cuarentena”, en sentido figurado, es la manera que tiene Maine de salir adelante. Esto queda muy al norte, de camino a ninguna parte excepto Canadá. El resto de la gente está allí abajo. La distancia social es nuestra idea de una comunidad estrechamente unida. Robert Frost, nuestro poeta favorito, escribió un poema al respecto. Decía: “Las buenas vallas hacen buenos vecinos”… Leer más