Federico Bianchini | Página 12
Aunque ya jubilado, mi padre Ernesto es un gran arquitecto. De chico, en algún paseo por el centro se detenía a mostrarme, allá arriba en aquel edificio, a la derecha de esa ventana, los mascarones de faunos, náyades, monstruos o sabios, quietos en las molduras. Algunos tenían expresión seria, pero la mayoría de las caras transmitían horror, o sufrimiento. Aún hoy, cada vez que veo alguna de esas caras pienso en los hombres y mujeres de Pompeya, alcanzados de improviso por la lava hirviente del Vesubio. Los cuerpos, como un adorno siniestro de la ciudad sepultada. Luego, me digo que no, que por los rasgos, la expresión, esas mujeres, esos viejos no murieron quemados. En realidad…, Y juego a inventar la causa de que hayan terminado así, detenidos en el hormigón de Buenos Aires… Leer más