León Trahtemberg: carta a las familias

Nos equivocamos si creemos que superada esta crisis no habrá otra igual o peor en nuestras vidas

Print Friendly, PDF & Email

León Trahtemberg | Facebook

Queridos padres y madres del Perú que sufrimos el obligado aislamiento social:

El anuncio de otra quincena de cuarentena a la que seguramente seguirán algunas más a juzgar de lo que se puede observar en otros países nos está poniendo a prueba a todos los padres. Nos está interpelando con preguntas sobre cómo lidiar con este imprevisto, qué cosas de mi pareja, hijos, familiares o mi casa que no conocía estoy descubriendo, qué habilidades, fortalezas y debilidades tengo para lidiar con este confinamiento en el exilio hogareño.

Nos hemos visto forzados a crear y cumplir una vida rutinaria, que incluye pensar en todos y cada uno de los residentes en el hogar y cómo organizarnos para convivir en armonía, a la par que cada uno cumple con sus actividades escolares, universitarias o laborales lo mejor que pueda. Cómo mantener el equilibrio emocional de cada miembro para que el estrés del encierro no los desborde, no los enferme mentalmente, no los angustie, deprima o estimule a descargarse con violencia contra otros. Sumemos a esto que se malogra la refrigeradora, no funciona Internet, uno de nosotros tiene un dolor de muela sin dentista al cual acudir, nos quedamos sin ingresos porque no hay ventas o nuestro empleador se quedó sin caja, nuestro hijo se quedó varado en el extranjero y no tiene cómo regresar ni dinero para sostenerse hasta entonces, o nuestros padres ancianos están solos y no es posible ir a visitarlos…

En este contexto vale la pena preguntarnos si hemos entendido aquello que los educadores nos dicen sobre la educación para nuestros tiempos: capacidad para resolver problemas (cómo organizarse en contextos imprevistos y hacer que las cosas funcionen); experiencia para resolver problemas de reparaciones domésticas con nuestras manos; autonomía para no depender de terceros en lo que tengamos que hacer para cumplir nuestras responsabilidades como estudiantes o trabajadores; resiliencia para tolerar las frustraciones sin perder nuestro optimismo, confianza en nuestras fortalezas y mantener nuestro equilibrio emocional; empatía para pensar en cómo se sienten los otros, ponernos en su lugar, procurar puntos de encuentro que no generen tensión; visión de futuro, que nos permita tener a la vista “el día siguiente” y administrar la crisis de hoy como una transición para los logros de mañana; inteligencia social para gestar vínculos significativos con nuestros familiares y pares que puedan mantenerse por vías virtuales; capacidad para indagar, investigar, para no dejarnos llevar por las noticias falsas y acudir a las fuentes confiables; usar creativamente nuestro tiempo para ser productivos, para cultivar nuestras pasiones; y tanto más.

Dificulto que alguien esté pensando que todo esto lo resuelve mejor quien sabe ecuaciones cuadráticas o usar logaritmos, o quien acierta la respuesta correcta a la pregunta ¿quién fue el último presidente peruano del siglo XIX o cuales fueron las causas de la guerra con Chile? o ¿cuál es el antónimo de azabache?.

Aquellos que creen que superada esta crisis no habrá otra igual o peor en nuestras vidas pueden estar muy equivocados. Nuevos virus y epidemias habrá regularmente, algunos más mortales que otros, algunos con causa natural y otros escapados de los laboratorios o mal utilizados por bioterroristas. Restricciones a nuestros ingresos habrá a cada rato, porque la automatización, el estrechamiento de la vida de cada empresa, la agresiva competencia profesionales o de opciones comerciales similares a las que nos dan sustento abundarán en el mercado; no se pueden descartar guerras, como las que se veían venir con Corea del Norte o Irán, o aventuras como el Califato Islámico que desplazaron millones de sirios e iraquíes por toda Europa, o la llega al poder de gobernantes como Maduro que obligaron a millones de venezolanos a migrar y empezar de nuevo -desde cero- en otro lado. Perú ya tuvo a Velasco, ya tuvo a Sendero Luminoso, ya tuvo epidemias de cólera y gripe aviar, ya tuvo desastres por “el Niño”… Pero, la memoria es frágil y cancelatoria, porque el equilibrio emocional obliga a arrinconar los malos recuerdos para dar paso a los que nos alivian la vida.

Regresemos a la pregunta sobre qué educación pone en mejores condiciones a nuestros hijos para salir adelante en la vida: aquella basada en los programas y rutas previsibles, que no incorporan lo inesperado ni los problemas de la vida real (porque no están en el libro); que se orientan a recordar eventos y datos del pasado que se encuentran en Google o a ejercitarse en resolver ejercicios y problemas que el software del celular resuelve mejor; aquella que supone que todo problema tiene una y solo una solución correcta y es la que el profesor escoge para que el alumno la marque en el examen, premiando con puntos al que acierta y castigando al que no; aquella en la que el profesor pregunta y el alumno contesta (lo que el profesor quiere).

O preferimos algo distinto, algo que todo el tiempo estimule a los alumnos a ser estudiantes que saben pensar por sí mismos, hacer preguntas, plantearse hipótesis y buscar sus propias respuestas; que sepan confrontar las verdades de los libros y profesores para encontrar nuevas preguntas o inconsistencias en sus propuestas; que disfruten de trabajar en grupo para proponer juntos la solución a problemas de la vida real aún no resueltos por otros; que sean capaces de usar los medios digitales para informarse, interactuar con otros, mantener vínculos amicales, cooperar para resolver problemas; sentirse sostenidos por sus profesores en sus momentos de angustia o dolor para superar los baches de la vida y poder hacer lo propio con otros en similar situación; ser empáticos, socialmente responsables, buenos ciudadanos; ser capaces de imaginar el futuro con realismo y a la vez optimismo.

Nada de esto supone que renuncie a aprender a leer y escribir en idioma materno y además saber inglés, dominar las operaciones y planteamientos matemáticas necesarios para entender este mundo, pero ¿es eso suficiente? ¿Garantiza eso todo lo otro que le da sentido, norte y sabor a la vida? ¿Supone eso que adquirió las habilidades necesarias para vivir bien y sentirse realizado hasta los 100 a 120 años que posiblemente vivirá? ¿No necesita cultivar hobbies y canalizar sus pasiones, encontrarle un sentido a la vida que lo haga sentir trascendente, que le permita sentir a lo largo y al final de sus días que el mundo es diferente gracias a su paso por él?

En toda esta compleja suma de factores relevantes, qué peso le damos a cada uno, qué consideramos prioritario, qué esperamos que cultiven de todos modos por su paso por la vida escolar y qué es lo que eventualmente pueden adquirir o aprender fuera de ella, complementariamente, si es que necesitan algo más de lo que aprendieron en el colegio.

Creo que de la forma en que los padres ordenen sus expectativas y prioridades, podrán ponderar mejor no sólo qué es lo relevante de la vida escolar de sus hijos cuando asisten al colegio, sino también, al observar a sus hijos en contextos como el de esta crisis, qué habilidades tienen o no como consecuencia de su paso por la vida escolar.

Quizá eso los anime a compartir sus conclusiones con los respectivos colegios para procurar que éstos a su vez le presten más atención a aquello que pudiera estar siendo desatendido, tanto en la escolaridad regular, como en aquella que se ha configurado a distancia a partir del actual confinamiento social.

Un paréntesis para la reflexión puede ser útil en este fin de semana de obligado exilio hogareño.

Cordiales saludos,
León Trahtemberg

Del muro Facebook del autor