Ricardo Bedoya / Páginas del diario de Satán
En una esquina, Gerald Butler, guardaespaldas del Presidente de los Estados Unidos. En la otra, Dalton Trumbo, un viejo guionista perseguido por sus ideas en tiempos del senador McCarthy y su paranois anticomunista. La ficción republicana versus el alegato liberal. Halcones contra palomas. El debate actual de la política estadounidense en el ring de Hollywood.
“Londres bajo fuego” (foto) es la ficción de la atrabiliaria era Trump que llega como tanque arrasador. Los fantasmas revanchistas de Leónidas y sus 300 hombres poseen al médium Butler que, solito, derrota a un ejército islámico con métodos acaso aprendidos en la prisión de Guantánamo y en horas de juegos de combate con zombis virtuales. Prodiga desnuques, torturas y cuchilladas en la aorta mientras comprueba su infalible puntería con visores nocturnos infrarrojos.
Este agente de seguridad de la Casa Blanca parece la síntesis caricaturesca del Harrison Ford de “Avión presidencial” y del Liam Neeson de la serie “Búsqueda implacable”. Y el presidente de los Estados Unidos (¡pobre Aaron Eckhart!) es un desconcertado pazguato al que jalonean por calles, plazas y sótanos del Londres más pixeleado de la historia del cine, mientras Morgan Freeman pone su voz imperial y ofrece soluciones providenciales para disimular el desmadre.
En esta desastrosa historieta ni los efectos especiales convencen: las explosiones se hacen humo.
La cumbre, sin duda, llega con la contundente expresión que espeta Butler a uno de sus rivales: “¡regresa a Fuckheadistan!”. Decir que es pura xenofobia sería atribuirle alguna motivación a este mamotreto descerebrado. Es odio visceral transformado en humor involuntario.
“Trumbo” es un dechado de buenas intenciones liberales. Tiene a Brian Cranston –el Heisenberg de “Breaking Bad”- haciendo el papel del escritor progresista y rebelde que, en los tiempos de la Cacería de Brujas, pasa por la humillación de la cárcel y el ostracismo, escribiendo sus guiones con seudónimo y en la clandestinidad. Oculto y perseguido, logra ganar dos Óscares por sus trabajos en “La princesa que quería vivir” y “El niño y el toro”, para luego ser reivindicado por Kirk Douglas (“Espartaco”) y por Otto Preminger (“Éxodo”)
Una historia fascinante que la película transforma en un “who’s who” con estilo de telefilme, o de cromos de estrellas para coleccionar, y un juego de trivia para amantes del Hollywood clásico, convertido aquí en guardarropía.
La galería de grandes figuras del cine de la época, desde Edward G. Robinson hasta John Wayne, parecen sacados del museo de cera de Madame Tussaud para que participen en el juego de traiciones y deslealtades al hombre ilustre, que se la pasa recitando frases para recordar.
Fuente: Páginas del diario de Satán / Lima, 17 de marzo de 2016