Mario Vargas Llosa impartió el 23 de setiembre en Santo Domingo una conferencia magistral en la que, bajo el título “Cinco libros”, desgranó las obras que más le han influido como autor literario desde su niñez.
La exposición comenzó con su descubrimiento de 20 poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, cuando Vargas Llosa tenía cinco años y vivía en Bolivia.
“Recuerdo ese libro porque mi madre me había prohibido leerlo”, confesó el nobel de literatura, que atribuyó la trascendencia que tuvieron en él esos poemas al hecho de descubrir que “la poesía suponía explorar lo prohibido, lo que no era de buen gusto comentar en público, pero que era importante en la vida del ser humano”.
Sin embargo, Vargas Llosa aún no pensaba en dedicarse a escribir; fue en el Perú, en una época en la que las compañías teatrales extranjeras representaban infinidad de obras en Lima. Allí tuvo ocasión de ver Muerte de un viajante, de Arthur Miller, obra que tuvo para él “una importancia capital”.
“Me mostró que el teatro, en ese espacio tan pequeñito y tan breve, podía mostrar un mundo de complejidad y profundidad semejante a una gran novela (…) una forma de literatura encarnada en seres vivos”, que lo llevó a pensar en ser dramaturgo y a escribir “una obrita” que se representó en su último año de colegio y de la que posteriormente, aseguró, se avergonzó profundamente.
Ya en la Universidad de San Marcos, y estando de moda el existencialismo, descubrió a Jean Paul Sartre, autor que lo “ayudó a pensar que la literatura no era un lujo en un país como Perú, con enormes problemas sociales y diferencias económicas”, que tenía sentido dedicarse a escribir, porque “escribir es actuar” y “las palabras son actos”, dijo parafraseando al autor francés.
En Vargas Llosa, al que apodaban “el sartrecillo valiente”, caló la idea de que, aún viviendo en un país subdesarrollado, la literatura podía tener un sentido muy profundo.
Otro de los autores que lo han marcado es Faulkner. “Leyéndolo descubrí la importancia de la forma en la literatura”, lo determinante de la estructura del relato, porque “en la literatura no son las historias las que determinan su belleza y profundidad, sino cómo se cuentan. Descubrir el oficio que está detrás de una historia bien contada se lo debo a él”, afirmó.
Por puro “espíritu de contradicción” buscó novelas de caballería, y leyó, en valenciano, Tirante el Blanco, escrita en el siglo XV por Joanot Martorell, de la que descubrió “la importancia del factor cuantitativo de una novela, un género donde la cantidad es un ingrediente de la calidad”.
“Una gran novela, es más lograda, más rica, cuanto más grande es. Las grandes catedrales del género son novelas grandes”. Algo que Vargas Llosa constató al releerLos miserables, de Víctor Hugo. “Me deslumbró, y me confirmó en la idea de que el elemento cuantitativo juega un papel fundamental en la riqueza literaria de un libro”.
“Si a todos estos autores que he nombrado les debo, en buena parte, haber escrito las cosas que he escrito y ser el escritor que soy, ninguno me marcó tanto, ni me ayudó tanto en mi vocación como Flaubert”.
Cuando Madame Bovary cayó en sus manos –contó–, casi no hizo otra cosa que leer ese libro: “Lo que me deslumbró fue que, contrariamente a lo que se creía, se podía hacer literatura realista que, al tiempo, fuera un objeto estético de enorme calidad”.
Y, también, que “el talento se puede construir si uno no ha nacido genio (…) la gran enseñanza es que la disciplina, la autoxigencia y la perseverancia pueden suplir la inspiración y la genialidad natural”.
La conclusión es que la vocación “es un punto de partida y las mejores enseñanzas que uno recibe, las recibe de los maestros que han sentado precedentes admirables y han construido las catedrales del género”, finalizó.
Fuente: La República / Lima, 24 de setiembre de 2016