Raúl Zegarra / El Comercio
Hace ya más de un siglo, el teólogo Ernst Troeltsch se hizo famoso distinguiendo entre las aproximaciones dogmática e histórica al estudio de la religión, particularmente la religión cristiana. Troeltsch describía el método dogmático como aquel que asumía desde el principio el rol privilegiado del cristianismo como ‘la’ religión y basaba tal privilegio en dogmas que no se podían demostrar (inspiración divina, milagros, etc.). Se sigue que la aproximación dogmática no da lugar a la crítica porque asume de arranque su privilegio como única poseedora de la verdad.
La mirada histórica, en cambio, propone algo completamente distinto: asumir toda religión como parte del devenir histórico. En ese sentido, las religiones deben verse como diferentes formas de comprender nuestra relación con lo divino, cada una marcada por presupuestos culturales y coyunturales. Troeltsch defendió siempre la segunda aproximación porque ella aceptaba de modo tolerante otras perspectivas y daba al cristianismo la oportunidad de ser una religión que no impusiese por la fuerza sus creencias.
De cara a la coyuntura política que el Perú vive en estos días, estas consideraciones resultan esclarecedoras. Se arremete contra el ex-ministro Jaime Saavedra y se utiliza como uno de los argumentos para censurarlo que él desea imponer la llamada “ideología de género”. Lo curioso es que los acusadores pierden de vista la ideología detrás de la acusación misma. Su proceder es, pues, dogmático, no histórico. Ellos asumen –simplemente porque ellos lo dicen– que las relaciones de género son lo que ellos dicen que son. Defienden una idea de familia cuya verdad solo ellos poseen, el resto no. Aclaraciones a este respecto resultan urgentes.
Primero, ya lo había indicado el ex-ministro Saavedra con nitidez, tal “ideología de género” no existe en la propuesta curricular. Lo que se promueve es la “igualdad de género”, esto es, el derecho fundamental que tienen chicos y chicas por igual al trato justo en la sociedad. ¿Quién podría oponerse a esto?
Segundo, y este es el tema fundamental, lo que se acusa como “ideología de género” se basa en un pequeño texto del Nuevo Currículo Nacional donde se dice: “Si bien aquello que consideramos ‘femenino’ o ‘masculino’ se basa en una diferencia biológico-sexual, estas son nociones que vamos construyendo día a día, en nuestras interacciones”. Este es el texto que ha causado escándalo. ¿Por qué? Debido a una mirada dogmática, precisamente.
El texto no podría ser más claro. Reconoce la diferencia biológica obvia (la base), pero añade la diferencia coyuntural o histórica. ¿No recuerdan acaso los críticos el pasado? ¿Se olvidaron ya que “masculino” significó (y aún significa para muchos) jamás colaborar en las tareas domésticas, expresar afecto de modo estoico a los hijos, echarse una canita al aire de cuando en cuando porque eso es “cosa de hombres”? ¿Se olvidan los críticos que lo “femenino” implicaba no poder votar, trabajar, y, aun hoy, no ganar lo mismo que los varones?
Negar el carácter histórico de las nociones “masculino” y “femenino” no es solo absurdo, sino que perpetúa diferencias de género que solo le hacen daño a nuestra sociedad. Felizmente, estas nociones, en efecto, se construyen día a día y por ello hoy podemos ver ciertos avances en la igualdad de derechos. Tal igualdad es la que esta gestión en el Ministerio de Educación defiende y no podemos renunciar a ella porque un grupo quiere imponer la ideología de sus propios dogmas en lugar de aprender un poquito de historia. Más aun, y toca decirlo con claridad, no todos los cristianos respaldan este desafortunado dogmatismo. Otras formas de vivir la fe, más autocríticas y tolerantes, son posibles y muchas de ellas ya son parte del tejido de nuestra historia.
* Raúl Zegarra es filósofo y teólogo
Fuente: El Comercio / Lima, 02 de diciembre de 2017