José Luis Gargurevich | EDUCACCIÓN
Usualmente, cuando pensamos en la calidad del desempeño docente, la atención se centra en el docente actual y en cómo se debe mejorar sus condiciones y exigencias para ese fin. ¿Y los futuros docentes, esos jóvenes que apuestan por formarse como maestros y maestras, y contribuir al desarrollo del país? ¿Qué estamos haciendo en esa etapa de su formación?
El Ministerio de Educación acaba de aprobar el Modelo de Servicio de las Escuelas de Educación Superior Pedagógica (EESP), que establece un estándar nacional para que los Institutos de Educación Superior Pedagógica públicos y privados del país se transformen en centros altamente especializados.
Actualmente, cerca de 40 mil jóvenes se forman cada año para convertirse en profesores y su proceso educativo se sostiene en un modelo de formación que reproduce paradigmas de la docencia que urge reemplazar. Mientras esa oferta no cambie estructuralmente, no hay un nuevo desempeño de la docencia que podamos exigir en el futuro. Necesitamos crear una nueva oferta, una que necesita responder a una demanda más diversificada en todas las regiones (actualmente, entre Lima, Cajamarca, Cusco y Puno concentran el 42% de la matrícula pública nacional), y no sólo en el área urbana sino que tenga presencia de calidad en el ámbito rural (actualmente, sólo el 4% de los Institutos son de zona rural). Una oferta de calidad y más justa para brindar mejores maestros a todos los puntos del país.
Una nueva Escuela (EESP) será sólo aquella que cumpla con los estándares que el Modelo de Servicio haya establecido de acuerdo a un perfil de egreso, que integre en la formación de los docentes la investigación, la innovación y la práctica pre-profesional (esferas de la formación hoy divorciadas), y que sea capaz de ampliar su oferta no sólo a los futuros docentes, sino a los de hoy: a los formadores de docentes, a los directores de IE, a los gestores de la política educativa, y a los docentes en ejercicio. Una Escuela que ya no opere sola, que sea parte de un sistema integral de formación docente, como no lo hemos tenido hasta hoy. Un nuevo actor en el sistema educativo que sea el agente dinamizador de ese sueño del sistema de formación continua.
Pero su implementación es un conjunto de desafíos mayúsculos, claro está:
El Ministerio de Educación tiene ahora la tarea de garantizar que este Modelo de Servicio actúe en la realidad: generar una oferta ordenada, de calidad y que responda a la demanda del servicio educativo y del contexto social y cultural de cada territorio del país; que provea al docente de un abanico más diverso y profesionalizado de oferta formativa; al sistema educativo, de los mejores maestros en sus Instituciones Educativas; y al país en su conjunto, de agentes de transformación social. Cambiar culturas de funcionamiento ancladas históricamente en nuestros actuales Institutos, y replicar y generalizar aquellas buenas prácticas de los que ya estaban elevando su calidad.
Que sean centros que aseguren formación de calidad, bajo estándares de servicio que permitan autorizar su funcionamiento solo si aprueban el licenciamiento de sus condiciones básicas –con la misma exigencia como viene dándose en el Licenciamiento de Universidades- y, en perspectiva incluso de su acreditación. Y ello no solo es una desafío para los Institutos que hoy conocemos de aspirar a ese licenciamiento, sino para el propio Ministerio de Educación que tendrá que encargarse del procedimiento de licenciamiento sin contar con una arquitectura autónoma de la envergadura que tiene hoy la SUNEDU para el caso de las universidades. Una institución rectora que, adicional a sus funciones de conducción, tendrá que navegar en las mareas turbulentas y grises de ser –a la vez- el que proponga las reglas de juego, y el que las evalúe caso por caso, asegurando objetividad en dicha ruta. ¿Es el Ministerio quien debe encargarse de ello o es una tarea delegable en la SUNEDU o –quizás- en una institución nueva?
Y por si esos desafíos no fueran tremenda hazaña, la creación de estas Escuelas tienen que asegurar una oferta justa para todos los territorios de la nación, que asegure –al menos- una Escuela de estas características por cada región del país. ¿Es posible llegar al Bicentenario con esa apuesta?
Lo que es innegable es que necesitamos que la docencia se convierta en sinónimo de calidad, que elegirla como profesión suponga un alto compromiso ético, para asumir la tarea de contribuir a la reconstrucción del tejido social de nuestra república. Estas Escuelas serán las puertas de entrada del sistema docente, nuestros esfuerzos por atraer a los egresados con vocación docente de la Educación Básica tendrán su primer acercamiento a la educación pública a través de ellas.
Menudo desafío que entrañan, por ende. Del tamaño que tienen las grandes reformas, y que esperamos tenga también el conjunto del sistema educativo que lo tenga a su cargo.
Lima, 09 de noviembre de 2018
Fuente: SIGES – DIFOID, Ministerio de Educación.
Para citar este artículo en APA:
Gargurevich, J. (2018). El maestro del futuro. Educacción, Año 4 (47). http://ow.ly/gsRE30mHSlz