Ana María Guerrero / Revista Ideele
Convergieron la salida de Peter Cárdenas Schulte y la deportación de Lori Berenson. A pesar de todo el salto de la prensa y los limeños con Cárdenas Schulte hoy ya nadie se ocupa de él y cuenta que hasta lo saludan por la calle. Al mismo tiempo, a Lori Berenson le siguen gritando terrorista y ha debido enfrentar gestos tan crueles como amenazas directas a su pequeño hijo. El primero fue sentenciado por terrorismo, asesinato y secuestro; la segunda por colaboración, porque iba a participar de la toma del Congreso. La reiteración de los ataques, los miedos, los insultos y, en medio de eso, el imperativo de hacer memoria. Quizás el panorama empiece a moverse luego de quince años bastante semejantes.
Chapa tu terruco y véngate
El ensañamiento no se justifica por ningún motivo, pero no se entiende por qué es más con quien menos hizo, prácticamente, con quien nada hizo. Curiosa forma de reaccionar y “ser justos” la de los limeños. No hay que ser muy agudos para notar que no se obedece a criterios de justicia o “peligrosidad”, sino a razones subjetivas (¿o ideológicas?). “Los vecinos de Miraflores no nos sentimos seguros, no estamos preparados para que esta clase de gente viva aquí” decía una joven mujer por televisión, al tiempo en que Lori Berenson se abría paso tratando de taparle la cara a su niño, entre periodistas y curiosos.
Me pregunto por las razones que motivaron estos comentarios. “Los miraflorinos”, como decía esa chica, en representación de un sector de la población que se asume mejor educado y más informado, no tienen idea de las significativas diferencias entre el MRTA y Sendero Luminoso, y en general, han creado representaciones grotescas y monstruosas sobre los miembros de ambos grupos. Alguien diría que no es para menos, que lo que hicieron fue grotesco y monstruoso. Y sí, la violencia en nuestro país fue de una sevicia tremenda. Pero no por ello vamos a devolver con la misma moneda, y esto por varias razones: primero porque hay un sistema de justicia que se encarga de justamente hacer justicia; segundo, porque al haber cumplido con la ley están limpios de polvo y paja, quedamos parches legalmente, esas son nuestras reglas de juego, así es la democracia; tercero, porque al tratarlos como gente que no merece nada, lo que hacemos es pensar/sentir/actuar como creemos que ellos hicieron con otros. Nada más típico que terminar identificado con un supuesto agresor, es una muestra de cómo no somos tan diferentes, y que lo que asusta es, más bien, lo increíblemente semejante que lo terriblemente diferente.
La suciedad del espectáculo
En el siglo XVI Giordano Bruno fue condenado a la hoguera por “sostener opiniones contrarias a la fe católica”. Le cosieron los labios para que no blasfemara hasta que su muerte se hiciera efectiva. Había que evitar que el público asistente lo oyera, sus ideas eran peligrosas. Su muerte se anunció en diversos pueblos de la región y los asistentes fueron avivados a insultarlo y lanzarle objetos. Cinco siglos después, en 2012, se puso de moda invitar a miembros de Movadef a la televisión, en unas entrevistas donde siempre terminaron humillándolos, expulsándolos, o tratándolos con bravuconadas o sarcasmos. “Bien hecho”, dijo mucha gente, “cómo quieres que se le trate al que niega lo que hicieron, dicen que fue una guerra, que no son terroristas”. Estos jóvenes sostenían “opiniones contrarias” a la CVR y a la historia de sentido común que todos conocemos. Fueron maltratados sin ningún motivo ya que “sostener ideas contrarias” a algo, en el siglo XXI, no tiene lógica.
Sin embargo, los limeños no nos cuestionamos la coacción a la libertad de pensamiento sino cómo es que se puede tener “tanto”. O sea, ¿cómo es posible que Lori Berenson fuera llamada activista y no terrorista? Si para “nosotros” lo es, debe serlo para todo el mundo ¿no es cierto? Pero parece que la prensa internacional tiene otra forma de pensar, pues hasta a Isiss les llama rebeldes. Los limeños, acostumbrados a que los medios y las autoridades hagan puré a otros sin que pase nada, acostumbrados a esa amalgama ciudadano-cliente donde solemos creer que “el ciudadano siempre tiene la razón”, tenemos problemas para entender que en otros espacios y lugares hay prudencia, protocolos, códigos de ética, diferenciación. Si Berenson no es terrorista stricto sensu, porque no cumplió pena por terrorismo, no hay motivo para llamarla así; no obstante, no lo entendemos.
Parece que hay límites que no nos bastan, o no nos gustan. La cárcel no es suficiente, queremos más aunque contamos con métodos sofisticados de matar y excluir democrática y civilizadamente: cadena perpetua, expulsión del país, muerte civil… y la ley del negacionismo ¿verdad? No se ve bien eso de andarle cosiendo la boca a la gente. Entonces, son nuestros propios límites, los que pautan nuestro juego democrático, los que aceptamos. No se tolera que otro sostenga ideas contrarias. Una sociedad que no conversa es una sociedad que empieza a sacralizar ideas, como nos sucede con los conceptos de democracia o Estado, que ahora resulta que deben pensarse en un sentido previamente acordado o correcto.
Recordemos que Alberto Gálvez Olaechea, un miembro de más peso para el MRTA que Cárdenas Schulte y Berenson, salió antes que él pero nadie se enteró. ¿Algún escándalo, algún indignado? Nada. Presentó su libro en El Virrey, a donde asistieron conocidos personajes e intelectuales pero ¿por qué nadie dijo nada? Quizás porque de Alberto Gálvez no se tienen imágenes gritando, molesto, entonces no funciona para reforzar la idea del monstruo de siete cabezas. En mayo del 68 había una frase que decía que cuando el dedo apunta a la playa, el tonto mira al dedo. Así de lógica y pintoresca, por decir lo menos, es la indignación y el “miedo” de muchos. Un escándalo aparatoso, con muy poco contenido.
A propósito de la excarcelación de Cárdenas Schulte, el procurador antiterrorista, Milko Ruiz, afirmó a Cuarto Poder: “estas personas nunca reconocen su delito, y por ende no puede haber arrepentimiento, y por ende no puede haber ninguna resocialización ni rehabilitación”. Habría que haber visto su cara de seriedad y repugnancia en el esfuerzo de parecer elocuente. Así como él tantos otros que con tal de aparecer como “merecedores” de autoridad, con tal de aparecer como expertos o representantes, son capaces de decir mucho sin importar si es inexacto o cuánto daño puede hacerle a otros. Lo que vale es el impacto de las palabras y la preocupación por las imágenes que proyectan de sí mismos. A esa hora son más papistas que el Papa, más indignados y democráticos que cualquiera.
El vientre del que salió la bestia inmunda todavía es fecundo
Con esa afirmación de Bertold Brecht consideramos que solo en una sociedad que admitió la violencia en sus más variadas formas e intensidades es que otras, más focalizadas y descarnadas, pudieron fermentarse. El PCP-SL no cayó del cielo ni se formó por un grupo de locos que se fugaron del Larco Herrera. Quienes recurren al reduccionismo de explicar todo diciendo que eran fanáticos y punto, ignora al elefante blanco en la habitación: que en el Perú se maceraba rabia y desesperación por la pobreza y las condiciones semifeudales del campo, que cuando no se tiene nada en este mundo, es con el cuerpo y con la vida con lo que se trabaja, y con ellos también se lucha, lo único con lo que se cuenta para reclamar la urgencias de los cambios.
Desde nuestra óptica fue un error que la CVR haya considerado que la primera causa del conflicto armado fue la decisión deliberada del PCP-SL para iniciar la guerra. Porque eso de “primera causa” se ha tomado prácticamente como única. La distorsión que se ha producido es terrible pues no pocos creen – o terminan creyendo- que el Perú era una sociedad homogénea que celebraba una fiesta electoral que Sendero “no entendió”, pues de repente apareció y de un bombazo malogró todo. Puesto de esa manera, y sin actitud para debatir críticamente la historia, poco o nada se discute hoy sobre las condiciones del país que permitieron que el PCP-SL existiera, y encima, que haya tenido éxito durante tanto tiempo. Menos se habla sobre lo que perdura de esas condiciones.
La idea compartida es que sin el PCP-SL nada trágico hubiera ocurrido: “Todos los exceso de las fuerzas del orden se hubieran evitado si Sendero Luminoso no hubiera empezado la guerra” dice Patricia del Río, con una tranquilidad que sorprende e ilustra cómo piensa un sector de limeños. Una burda justificación de las políticas de exterminio del Estado, el cuál gana la batalla de que se le relativice y se le llame errores o excesos al terrorismo de Estado que practicó. El chantaje ha sido exitoso: “ellos dieron su vida por nosotros”.
Si no se puede evaluar con seriedad y rigurosidad a un actor del conflicto, por pena, preferencia moral, sesgo ideológico o interés político, no se podrá pensar en las condiciones del país que permitieron que se gestara la violencia ominosa, sobre todo porque el vientre de la bestia todavía es fecundo y nos involucra a todos: pobreza extrema, exclusión económica y social, segregación de la participación política, condiciones de vida paupérrimas sin acceso a servicios de calidad, en fin. Podría respondérsele a Patricia del Río con su misma lógica: nada de esto hubiera ocurrido si el país hubiera hecho su tarea. Si el PCP-SL pudo “entrar” es porque las puertas estaban abiertas, ¿quién generó condiciones para ello? No deberíamos olvidarnos de las masacres de campesinos a manos del Estado antes que el PCP-SL entrara en escena.
La subversión de la memoria
La bestia inmunda no es el PCP-SL. O mejor dicho, no es el PCP-SL solamente, pues disputa en una especie de “empate técnico” la titularidad con el Estado. Es que el conflicto armado interno no es una excepción dentro de una historia peruana de armonía, respeto y consideración con el otro, es una variación ruidosa en medio de los otros usos de la violencia, el pico más alto que alcanzamos en el país. Si un proyecto político de una propuesta descomunal pudo convencer a varios, en los más variados sectores sociales, es porque había descontentos, o cansancios o indignación con el país. No es posible pensar que se juntaron una banda de locos. Había de donde cosechar. La CVR lo dice y sin embargo prefiere darle mayor peso a otros argumentos. Un incomprensible que aguarda mejores investigaciones.
El imperativo hoy es que salgamos de ese estilo memorístico, memorialista, de hacer memoria, con la que se han aprendido ciertos datos y episodios, entreverados con anécdotas y moralejas. Con ello no se sustenta el recordar sino el repetir. Mandar a ver Yuyanapaq y leer el Hatun Wyakuy, como hacía Rosa María Palacios con los jóvenes de la PUCP no tiene nada de provechoso si no hay un ejercicio amplio de discusión, donde nada sea prohibido de pensar pues es en las dudas donde más aparece la posibilidad de discutir. Esto último es complicado de lograr, exige que aprendamos a salir de nuestra posición para entender al otro; ya lo primero es políticamente correcto y deseable, mucho más fácil. La tarea es salir de esta última posición, porque obedece a intereses externos al que recuerda, o a los intereses particulares de los grupos que recuerdan, por ejemplo, las asociaciones de víctimas.
En el Perú, a diferencia de otros países, debido al enfrentamiento de los 80s y a la forma en que se han narrado los hechos, el derecho a rebelarse contra el poder y todas sus formas de injusticia y opresión quedaron marcadas como algo indeseable, casi proscrito, casi de lumpen. Sin duda, el círculo vicioso de muerte y venganza en el que se envolvieron el PCP-SL con el Estado contribuyó a que la insurgencia fuera vista como la acción de Gringasho y Los destructores. Es una lástima porque de ahí emana la retórica del terrorista antiminero, que cala hasta en quienes se perciben “justos”. La estigmatización es tan fuerte que amedrenta a una parte de la izquierda y la hace renegar de su historia, sus principios y valores. La memoria que se ejercita y se transforma en múltiples sentidos es la memoria que no reniega de su capacidad de subvertir la naturalidad con la que se trata la injusticia. Se trata de una memoria rebelde a los paradigmas, a los aprisionamientos, cuestionadora permanente. Al mismo tiempo, es la memoria que no admite posiciones estáticas, la memoria de las víctimas que no se quieren víctimas.
Nuestro país tiene un modelo fijo de memoria muy bien resguardado. A diferencia de Brasil, por ejemplo, donde la propia Comisión Nacional de la Verdad difundía la idea de que su informe era un punto de inicio para empezar a decir algo, en el Perú el Informe Final de la CVR se difundió y se toma como punto de llegada, casi como palabra final de algo. Catalogarlo como “el documento más importante” y “el documento más completo” ha puesto la valla a un nivel muy difícil de sortear. Incluso la propia retórica no admite mucho movimiento o complementariedad, a diferencia de la posición brasileña. He aquí un punto a ser vencido, en nuestro caso, pues si el Informe Final fuera la palabra final no tendría caso hablar de memoria.
La CVR puede ser un punto de partida que espera ser complementada o corregida desde otras posturas. Pero debe permitírsele la entrada, o los otros quizás busquen sus propios métodos para entrar. Lo que de ninguna manera podemos permitir es que sea “la” memoria pues esta no se construye de manera privada ni entre unos cuantos. La memoria es ejercicio social y político, espacios concretos como parques o museos vivos donde todos caben, otros espacios como diarios, revistas o radios donde los actores hablan por sí mismos, espacios de memoria es incluso algo tan intangible como el discurso reivindicativo de exigencia y lucha que acoge a otros. Por eso la batuta de la memoria no está ni en el Informe de la CVR ni en las ONGs o en algún organismo del Estado, sino en los movimientos y agrupaciones donde los propios actores colocan sus posiciones. Será interesante ver y participar de esas batallas, que en el Perú recién empiezan.
Fuente: Revista Ideele / Lima, diciembre de 2015