Ricardo Bedoya / Páginas del diario de Satán
“Miss Peregrine y los niños peculiares” es la nueva película de Tim Burton. Como siempre en su cine nos hallamos ante una variación del viaje de Alicia por un país fantástico. En este caso, el personaje que pasa al otro lado de la realidad es un joven que tiene el don de ser peculiar. Es decir, de tener un poder oculto y extraordinario.
Pero en el cine de Burton, el tener poderes no convierte al personaje en un superhéroe. Por el contrario. Los poderes lo tornan frágil y sensible y lo unen a una comunidad de seres semejantes. Todos asombrados y sobrepasados por sus facultades. En “Miss Peregrine y los niños peculiares”, el protagonista viaja por el tiempo, regresa a 1943 y visita el país de Gales. Encuentra a un niño invisible; a un muchacho que exhala abejas; a una joven más ligera que el viento; a una niña de nuca devorante. Y a la institutriz Miss Peregrine, una Eva Green de cera.
Y enfrenta a personajes monstruosos. Es decir, realiza un viaje de iniciación (y de repetición, reconstruyendo las huellas del abuelo) y se convierte en el personaje de un relato de aventuras, pero sin perder su aire de desconcierto y perplejidad. Tim Burton filma una película de personajes fantásticos y grotescos -agregándolos al repertorio de su bestiario usual- aplicando los colores y ritmos de una fábula ingenua. Fabula de seres fantasmales, habitantes de otro tiempo, atrapados en el bucle infinito de esas horas en las que se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial.
La película tiene hallazgos visuales fascinantes, pero aislados. El aspecto de los niños peculiares es uno de ellos. Otro, muy fuerte, es el combate de dos muñecos, acaso marionetas malignas y contrahechas, que se enfrentan como gladiadores. Uno más, los esqueletos guerreros que Burton pilla al gran Ray Harryhausen, su maestro.
Pero esa iconografía inquietante, que aparece por aquí y por allá, está inserta en un relato que sigue el derrotero previsible, señalado por el empaque de los blockbusters al uso. En la conclusión, llega el ineludible combate de los niños peculiares con unos espantajos que nada tienen de peculiar. A Tim Burton no le convienen las escenas de duelos espectaculares, las fanfarrias victoriosas de superhéroes, el montaje de “continuidad intensificada”, ni el despliegue de efectos especiales a gran escala. El fuerte de Burton está en esa dimensión de lo siniestro y lo deslumbrante que aparece de pronto, encarnado en un objeto mínimo, un juguete o una casa de muñecas. En la fantasía macabra, de hechura artesanal, que acecha en el cuarto de juegos.
Fuente: Páginas del diario de Satán / Lima, 08 de octubre de 2016