Karina Sarrio Ugarte | EDUCACCIÓN
Hace 7 meses cuando los niños tuvieron que dejar el colegio a pocos días de haber empezado, o sin haberlo hecho en algunos casos, creo que ninguno de nosotros pensó que esa situación se iba a prolongar por el resto del año escolar. Es innecesario decir que cada 2 semanas esperábamos, quizás ingenuamente, que se diera el anuncio del retorno a la “normalidad” – esa que se nos hace ahora tan lejana – y con ella la vuelta a la rutina de antes. Pero eso no sucedió, y no se avizora que suceda en un futuro próximo. Como tal, las medidas a tomar en casa pasaron de ser temporales a cuasi permanentes en lo que a tener a los niños 24 horas en ella se refieren.
Antes nuestros hijos pasaban, cuanto menos, la mitad de su día “útil” en un nido o colegio, y creo que todos estaremos de acuerdo en que a dicho espacio no solo iban a “aprender” en el sentido más escueto y minimalista de la palabra, sino también a socializar, disfrutar, tener la oportunidad de experimentar en espacios diferentes a casa, de jugar con otros materiales – que en realidad todo ello implica, también, aprender de muchas otras maneras (y a veces más significativas). Ahora, no solo se han visto privados de buenas a primeras de todas estas oportunidades, sino que nosotros como padres nos hemos dado de golpe con la realidad: qué difícil es poder suplirlas en casa.
Quizás al inicio muchos pensamos que, al ser una situación “temporal”, bastaba con garantizar el acceso al “equipo” básico (una computadora), en un “espacio” mínimo (un escritorio o mesa bien iluminado), y sentarnos al lado de nuestro hijo o hija durante sus clases virtuales (sea de media hora o de 5 horas o más como en algunos colegios). Pero, con el pasar del tiempo, hemos tenido la oportunidad (quizás hasta podría decirse que es una oportunidad mágica y única) de observar a nuestros niños, y darnos cuenta de que necesitan mucho más que eso. Porque no solo aprenden lo que el colegio les dice que deben aprender, ni solo cuando se sientan frente a una computadora a escuchar a un profesor, o al desarrollar alguna tarea. Aprenden al vernos interactuar en casa, al vernos trabajar, al ayudar en las tareas del hogar, al jugar…aprenden en todo momento. Y estamos ante la increíble oportunidad de enriquecer estos aprendizajes desde casa para que estos “tiempos extraños” sean luego experiencias significativas que dejen huella positiva de por vida.
Aprendizaje autónomo
Si reconocemos este potencial de aprendizaje autónomo que traen nuestros niños, ya tenemos la mitad del camino transitado. Porque dejaremos de verlos como seres pasivos ante su aprendizaje. Empezaremos a reconocer que, aún lejos de nosotros y de cualquier otro adulto (y de las clases virtuales y las tareas), ellos seguirán viviendo y aprendiendo en base a las experiencias que vayan teniendo. Y que estos aprendizajes en muchos casos podrán llegar a ser más profundos y significativos para ellos que los “formales”. Además, justamente por darse en base a *sus* experiencias propias, lo que vayan aprendiendo va a ser totalmente distinto a lo de otro niño de su misma edad. El límite para estos aprendizajes no los pondrá alguien externo sino el propio niño. Así, reconocer esta individualidad y autonomía nos permitirá acerarnos a nuestros niños de otra manera, y empezaremos a “preocuparnos”, por decirlo de algún modo, por poder enriquecer esta experiencia tan atípica que vienen teniendo en casa.
El primer paso en este camino es observar a nuestros niños bajo esta nueva óptica. No quiere decir sentarnos a su lado las 24 horas, sino más bien estar atentos, darnos cuenta de sus rutinas propias, de sus intereses, de las actividades que más les gusta realizar. Comunicarles que estamos dispuestos a saber qué dudas tienen, qué cosas les gustaría conocer. En base a esta observación que nos será posible empezar a imaginar y generar los cambios necesarios en casa para enriquecer su experiencia. ¿Qué necesitan nuestros niños? No los del vecino, no el compañerito de clase, sino los nuestros, a quienes podemos observar, quizás por primera vez, durante todo el día.
La tríada del aprendizaje
Y es ahí donde planteo la “triada” a considerar en casa: acompañamiento, espacio y recursos. Que es la misma que se da en la escuela. Son 3 patas de una mesa. Las 3 sostienen y pueden enriquecer (o entorpecer) la experiencia del niño, dependiendo de cuál es el equilibrio entre ellas.
En la escuela se da por sentado que se cuenta con ello: se tiene profesores dedicados totalmente a “acompañar” su aprendizaje, se cuenta con espacios especialmente pensados para aprender y tienen a su disposición, en menor o mayor medida dependiendo de la escuela, recursos y materiales que faciliten su exploración. ¿Cómo replicar esto en casa? Pues no haciéndolo. No esperemos convertir nuestra casa en una escuela, porque no es posible, ni deseable, hacerlo. La experiencia siempre será distinta y ahí está su riqueza, pero igual debemos cuidar estos 3 elementos de manera simultánea.
El acompañamiento
A diferencia de la escuela, quizás el principal componente de la triada que se ve afectado por esta situación es el “acompañamiento”, sobre todo si en la familia todos los adultos también están trabajando en remoto. Pero como se dijo anteriormente, no hay que pensar en el acompañamiento como estar al lado del niño todo el día, proporcionándole actividades qué hacer. Si reconocemos su autonomía, reconoceremos también que no será necesario “proveer” de actividades (considerando además que ya gran parte de su día la pasan desarrollando actividades propuestas por otros). Simplemente es estar atentos a los intereses de nuestros niños, a reconocer lo que ellos necesitan, a observarlos, y a escuchar sus pedidos, preguntas, y poder atenderlos.
Esta atención puede ser inmediata, o puede simplemente darse según las dinámicas de casa en algún otro momento definido para ello, pero es crucial hacerlo. Si uno acompaña al niño se maravillará de lo “lejos” que puede llevar una simple pregunta que surgió desde un juego, una lectura o un momento de contemplación a través de la ventana. En resumen, el acompañamiento se refiere a estar “ahí” para ellos (de la manera que se defina según la dinámica de la familia), pero siempre respetando su autonomía.
Y es en base a este acompañamiento, y al reconocimiento de la autonomía de cada niño para pautear su propio aprendizaje, que también se deben cuidar las otras 2 patas de la triada: recursos (o materiales) y espacio. El primero, los recursos o materiales, se refiere a poner a disposición del niño una diversidad de materiales que le permita explorar de primera mano y autónomamente diversas temáticas.
Solo tengamos en mente, ¿qué nos permitió aprender más cuándo fuimos niños, un experimento o una clase teórica de ciencias? No se trata de llenar el espacio con juguetes, sino más bien a, a través del acompañamiento, ir proporcionando a nuestros niños los materiales seleccionados en base a lo que hemos observado en ellos. Una mezcla de materiales concretos, juegos, o insumos para potenciar su exploración, siempre respetando su autonomía. Es posible incluir también materiales que creemos podrían ayudarlos con quizás algún curso o tema que están viendo en sus clases virtuales, habiendo estado atentos a cómo les gusta aprender.
El espacio
Finalmente, y completando la triada, tenemos al espacio, que juega un rol protagónico en las experiencias de nuestros niños. Imaginemos de qué sirve contar con los recursos o materiales sino se cuenta con un espacio pensado para que el niño tenga acceso a ellos autónomamente, o que no tenga los elementos mínimos para que pueda hacer uso de ellos. Asimismo, y en la medida de lo posible, una diversidad de espacios permitirá de igual forma una diversidad de experiencias. Esto quizás es más complejo en casa, pero no debemos pensar en cada “espacio” como necesariamente equivalente a una habitación física separada de otras. Por el contrario, debemos más bien pensar en las posibilidades de generar distintos “espacios” dentro de un mismo ambiente físico o los que se tengan a disposición en casa.
Acá es importante evaluar los límites que vemos necesarios tener en casa sobre el uso de los distintos ambientes, y en base a ello determinar cuáles y cómo deberían ser los espacios que ponemos a disposición de nuestros niños. Cuando pensamos en distintos “espacios” por lo general es porque va a haber algún factor diferencial entre ellos, que debería estar relacionado al uso y actividades que albergarían. Por ejemplo, si estamos dispuestos a que la cocina sea un espacio a disposición para nuestros niños, pues acá estarán dispuestos algunos recursos que les permitirán desarrollar actividades que no podrán hacer en otra parte de la casa. Lo mismo sucederá con otros espacios.
Finalmente, es importante siempre pensar el espacio desde y para el niño, a su escala, y centrado en la funcionalidad que tendrá para él o ella por encima de la estética. Si velamos porque el uso que le dará respetará y propiciará su autonomía, la disposición de los materiales o recursos, del mobiliario y de todo elemento que lo conforma deberá ser pensada desde dicha perspectiva.
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Si logramos balancear estos 3 pilares de la “triada”, poco a poco lograremos que esta experiencia “en casa” sea inolvidable para nuestros niños y también para nosotros. No nos ahoguemos solo pensando en las clases virtuales y las tareas, enriquezcamos su día, démosle la oportunidad de descubrir su propio camino de aprendizaje, respetémoslo y acompañémoslo en su paso por el mismo.
Lima, 5 de octubre de 2020