NN

Print Friendly, PDF & Email

Ricardo Bedoya / Páginas del Diario de Satán

Al inicio de NN, una  secuencia  nos  coteja con el desempeño de  una rutina profesional que, de pronto, enfrenta lo inesperado. Un grupo de antropólogos forenses halla unos restos humanos que  no aparecen referidos por los informantes de una tumba clandestina.

La frontalidad del encuadre, la luz neutral, la simetría de un lugar austero, la cadencia de la sucesión de los planos siempre descriptivos y ajustados, como queriendo duplicar el caracter notarial de la diligencia, lucen una apariencia documental. Evocan  Fernando  ha vuelto (1998), de  Silvio Caiozzi, donde asistimos a la reconstrucción de un cuerpo y a la determinación de su identidad.

Pero en NN no existe un Fernando identificable. Solo quedan polvo y algunos huesos que buscan ser articulados entre sí.

Son los restos del octavo pasajero,  anónimo  e inesperado,  de un sepulcro como tantos otros en el Perú de los años ochenta. Asesinado en el conflicto armado interno, desaparecido y enterrado de modo subrepticio, los restos de un hombre salen a la luz. Entre la ropa raída aparece la foto de una mujer joven. Es el único indicio para  identificar al NN.  Dentro  del esquema narrativo  de la película, ese hallazgo es el elemento  que impulsa la acción y le da un derrotero.

La foto encontrada es un vestigio, un objeto de memoria, como los propios restos humanos,  que remite a dos experiencias. La individual, de un sujeto que murió llevando en el bolsillo la imagen de una mujer, acaso amada, y la colectiva, de los NN que  recibieron un tiro en la nuca y fueron abandonados en una fosa común.

A diferencia de Paraíso, la película anterior de Héctor Gálvez, marcada por la impronta del neorrealismo, NN es como un thriller desestructurado, de trámite imposible, que diluye sus propias  premisas.  La búsqueda de una identidad –ya no importa el asesino- lleva al investigador a una pesquisa introspectiva. La película, en su transcurso,  se convierte  en un viaje a ninguna  parte.

La trayectoria del  forense prolonga la búsqueda del personaje de Sara, una de las protagonistas de Paraíso, la joven que quiere  conocer  la identidad  de su padre  biologico y busca pruebas de  su filiación. Intenta hallar un indicio, acaso una foto, que registre su parecido físico con el padre desconocido. Empeño inútil, aunque imprescindible, como en NN.

Fidel (Paul Vega), es el jefe del grupo de antropólogos forenses. NN es el retrato de su personaje y la crónica de su deriva emocional. Situadas frente a él, dos mujeres se convierten en polos del relato.

Una, Graciela (Antonieta Pari), es visible y pretende encontrar el cuerpo  de su marido  desaparecido: tal vez esos huesos  sean los del hombre  que ha buscado por años. La otra mujer, la de la foto, se mantiene ausente; es una huella.

En el camino,  la investigación  del forense se revierte. En vez de proyectarse hacia afuera, de modo expansivo, gracias al seguimiento de los hilos narrativos apuntados, la narración  se abisma,  gira en torno de las incertidumbres del personaje principal, de su progresiva obsession y su familiaridad con la muerte. La imagen de las prendas sacadas de la tumba, de las que caen polvo y pequeños huesos adquiere un valor simbólico, aunque nunca se enfaticen los sentidos apuntados: después de la guerra solo han quedado identidades extraviadas, memorias sin consuelo y trayectorias que se pulverizan.

El tratamiento formal de NN se ajusta a esa pesquisa desmayada y adquiere acentos densos, oscuros. Como esa imagen del centro de Lima aplastado por una niebla pesada y asfixiante.

Marcando  otra diferencia  con  Paraíso, NN apuesta  por  el hieratismo.  Los encuadres son estables y se prolongan más allá de su estricta necesidad narrativa. Dan cuenta de esa atención minuciosa por el trabajo de los forenses, pero también de su fijación con el pasado y la muerte, que los mantiene prendidos, como imantados a ella; predominan los encuadres cerrados sobre los rostros, privilegiando los gestos de incertidumbre (Vega), de expectativas desgastadas y sin ilusiones (Pari), o de desencanto cínico, o de cinismo desencantado (Lucho Cáceres, bien como siempre); la escenografía  está  casi oculta por un estilo fotográfico de permanente clave baja, con una paleta cromática que rehúye la saturación. La foto tiende al claroscuro y privilegia las  atmósferas densas,  con luz proyectada sobre determinadas zonas del campo  visual. Notable trabajo de Mario Bassino.

El centro de gravedad de NN es, sin duda, la actuación de Paul Vega. Su juego contenido e interior. Su presencia casi espectral. Su silencio. Su gesto anonadado.

¿No es acaso  él mismo un NN más? Un ser fantasmal que se mueve  entre datos inciertos y presunciones que se desvanecen. Alguien que no puede demostrar  sus hipótesis y lleva una  vida de  desarraigo,  apegado a la muerte. Un funcionario que viaja  por  el mundo  en  un  empeño desacreditado por  los poderes públicos que intentan  borrar la memoria  de las violencias pasadas de las que fueron cómplices.  Es el hombre  que busca la verdad  -siendo, por eso mismo, un perdedor y un solitario- y se convierte  en el antihéroe que relativiza hasta los principios  éticos de su profesión.

Antes que  urdir tensiones, la película prefiere disolverlas, o mantenerlas latentes o irresueltas. El montaje final –distinto del que vimos cuando la película se proyectó en el Festival de Lima de 2014- visibiliza y condensa las alternativas éticas de Fidel en su trato con Graciela -la aproxima a él y la transforma en una persona semejante, con la que comparte desde las dudas más íntimas hasta la necesidad del consuelo- y con los principios de su profesión, manifiestos en el debate sobre la “crueldad” en el trato con los familiares de los desaparecidos que mantiene el grupo de antropólogos durante su estadía en la sierra. De modo neto, la película renuncia  a revelar la “verdad” de los hechos o la identidad  del desaparecido. Las demandas de Graciela reciben una respuesta incruenta, un trato amable, aunque el expediente del NN mantenga un aura de indeterminación.

Los indicios nunca  se convierten en evidencias y la trama de la película suma imposibilidades. La verdad es inasible; el consuelo  es una construcción piadosa;  la memoria resulta hechiza; la identidad  es un misterio. El duelo  nunca  acaba.

NN es la mejor película peruana en lo que va del año.

FUENTE: Páginas del diario de Satán / Lima, 30 de setiembre de 2015