Vanetty Molinero Nano / Aprendiendo con alegría
Alejandra logró ingresar a una prestigiosa universidad apenas salió del colegio, con 17 años recién cumplidos, un orgullo y alegría para su familia. Al terminar su primer semestre había desaprobado dos cursos. Al término del segundo semestre, le dijo a sus padres que quería cambiarse de carrera porque se había dado cuenta que la economía no le interesaba mucho. Su mamá no tomó muy bien su anuncio, ¡tanto esfuerzo que habían hecho para pagar la universidad, y quería darse el lujo de explorar otras cosas!
Estudiantes que inician su educación superior más maduros, tienen más probabilidades de elegir mejor su carrera, tener un mejor rendimiento, y aprovechar mejor las nuevas oportunidades que se les abre. Mientras que los estudiantes que ingresan menos maduros, siguen pensando que la universidad es una continuación del colegio, con la única diferencia de que gozan de mayor libertad porque no tienen a los docentes controlándolos, pueden dejar de asistir a clases, o dedicarse a otras cosas que les interesa más en ese momento.
Esto, que es muy claro para los docentes que enseñan en la educación superior, así como para los padres que están viviendo esta experiencia educativa con sus hijos, pareciera ser una realidad lejana para las familias cuyos hijos recién comienzan su escolaridad. Estos últimos sienten que el camino educativo es muy largo, por lo que quieren que sus hijos comiencen lo más pronto posible esta carrera, para así ingresar también más temprano al mundo del trabajo.
En este contexto, a algunos padres cuyos hijos cumplen años días después de la fecha que señala el Ministerio de Educación para el ingreso a inicial y primer grado, les parece una sinrazón que por apenas unos días se les impida el ingreso, haciéndoles “perder” un año entero, simplemente “por haber nacido unos días después”. Incluso algunos piensan que de haberlo sabido hubieran planificado una cesárea para que la fecha de su nacimiento no los “perjudique” en el ingreso. Mientras, para otros padres cuyos hijos logran ingresar con “las justas”, es un gran alivio que haya nacido antes de la fecha establecida.
A pesar de que el Ministerio de Educación ha dado una serie de argumentos técnicos que sustentan esta norma y que demuestran que no se trata de una medida arbitraria, algunos padres de familia siguen luchando porque la norma se modifique y la fecha se amplíe hasta el mes de julio.
Lo primero que hay que decir es que, cuando se establece una fecha de corte, cualquiera sea el motivo, siempre habrá quienes quedan cerca de los límites establecidos, sea para ingresar a las “justas” o para no ingresar “por unos días”. Sin embargo, si lográramos tener una mirada de largo plazo y pudiéramos ver el futuro, los padres cuyos hijos no logran ingresar por unos días, podrían ver que sus hijos no “van a perder un año” y tendrán más ventajas que los niños que ingresan con las “justas”. Es decir, son los más beneficiados con esta norma. A continuación, señalamos algunos ejemplos de estos beneficios:
- Estarán en mejores condiciones madurativas y emocionales para enfrentar los aprendizajes en la primaria, secundaria y universidad.
- Tendrán menos probabilidades de sufrir bullying porque no serán los más pequeños de su grupo (de acuerdo a las investigaciones, el ser el más pequeño del grupo es un factor para ser acosado o maltratado por los compañeros de clase).
- Tendrán más tiempo para jugar. Con ello aumentarán sus posibilidades para desarrollar sus capacidades de representación simbólica (se ha demostrado igualmente que esto es importante para la alfabetización y el desarrollo del pensamiento abstracto), sus capacidades de autorregulación emocional, y tendrán menos problemas de salud metal en la adultez.
- Tendrán un mejor manejo y dominio del lenguaje oral, que es uno de los principales instrumentos de aprendizaje en la educación primaria, secundaria y superior.
- Concluirán la secundaria más maduros, lo que les permitirá tomar decisiones sobre su futuro y asumir con mayor responsabilidad su educación superior, lo que terminará significando para las familias un menor gasto educativo.
Recuerden, no por comenzar la escolaridad más temprano se tendrá un mejor final. Toda la evidencia existente confirma que lo mejor es que los niños inicien el primer grado con siete años cumplidos. Para que sus hijos destaquen en el ámbito personal y profesional, regálenle una infancia plena, en la que se privilegie el juego y no la escolarización temprana.
Fuente: Aprendiendo con alegría / Lima, marzo de 2017