Edición 58

Ñuqanchik (o la necesidad de un nosotros inclusivo)

Esta pandemia nos recuerda que vivimos en un mundo impredecible, de problemas globales, que apela a la solidaridad y al trabajo de todos

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Paul Barr Rosso | EDUCACCIÓN

El Covid 19 y el consiguiente imperativo de distanciamiento social es algo que la mayoría vive por primera vez.  Yuval Noah Harari describe lo que está pasando como una época donde lo imposible es lo ordinario. Esto significa, según nos propone Harari, que debemos permitirnos soñar (Escobar, 2020).

Quizás el Perú de hoy no sea la comunidad que queremos. Por citar algunos ejemplos, la confianza interpersonal es baja, existe un alto grado de corrupción e incumplimiento de las leyes, somos profundamente desiguales y, como consecuencia de esto último, servicios públicos de calidad –como salud o educación– no están al alcance de todos. No obstante, la coyuntura que atravesamos significa una oportunidad para que empecemos a construir la sociedad a la que aspiramos. Hoy comparto un par de ideas que pueden ser útiles para que la construyamos.

Las miradas distintas y la suma de todos

La primera idea es no sobreestimar nuestras opiniones. Tenemos una gran habilidad para resolver problemas, muchas veces en poco tiempo. Sin embargo, varios autores (Thaler & Sunstein, 2009;  Arieli, 2010; Kahneman, 2011; Lukianoff & Haidt, 2018) advierten que  esto no está exento de costos: usamos atajos y operamos con sesgos. Por ello, muchas veces comprendemos parcialmente una situación, en el mejor de los casos, o utilizamos razonamientos falaces y arribamos a conclusiones inexactas, en el peor. Por ejemplo, resolvemos situaciones a partir de la información que recordamos fácilmente (sesgo de disposición) y esto nos lleva a mirar a los demás a partir de nuestras propias experiencias y, en algunos casos, privilegios.

Esta situación puede verse agravada por un segundo sesgo, notable socio del anterior en nuestros errores: el sesgo de confirmación.  Es muy popular entre los humanos buscar opiniones que convaliden sus creencias preexistentes.  Las redes sociales son un terreno muy fértil para que esto pase, con una consecuencia muy nociva para la formación de una comunidad: separamos a los buenos –aquellos que comparten nuestras opiniones y ven la vida como nosotros- de los malos –los que no piensan como nosotros–, como cuando jugábamos de niños a los policías y ladrones.  Esta lógica maniquea, sobre la cual advierte Lukianoff, hace flaco favor a una sociedad democrática: en un país tan heterogéneo y de realidades tan disímiles como es el Perú, no nos permite reconocer lo diverso, mucho menos valorarlo. Por ello, un ejercicio útil es ponerse en la posición del otro para procurar comprender las circunstancias que lo llevan a actuar de determinada manera.  Sin embargo, es oportuno señalar que no toda idea o conducta es admisible. Mis derechos tienen su límite en el derecho de los demás y en el pacto social que la sociedad ha establecido.  Dicho en otras palabras, no se puede ser tolerante con lo intolerante.

Concebir a la realidad como un prisma polifacético, donde cada quien puede observar desde su posición una cara distinta, permite valorar las opiniones y experiencias de otros.  Es la base de la colaboración. Las políticas públicas más exitosas o las innovaciones de mayor impacto social, por citar un par de ejemplos, son las que primero se toman el trabajo de entender la realidad sobre la que quieren actuar y, luego, conjugan aportes desde distintas miradas, experiencias y saberes.  Asimismo, no debe sorprender que un lego en la materia sea quien arribe a soluciones creativas. Precisamente su falta de experiencia en el campo en cuestión es la que contribuye a que encuentre esa arista que nadie vio.  A esto mismo apunta la regla de la décima persona (décimo hombre en su versión original): cuando nueve personas están de acuerdo, la décima debe defender la postura contraria, para estar preparado para lo inesperado.

En todo caso, ya se trate de paneles de expertos o de la incorporación de personajes que aporten miradas novedosas, un dato real es que problemas como la pandemia, el cambio climático, la inequidad o la violencia, requieren de soluciones cooperativas a una escala global. Si consideramos que la capacidad de cooperar de manera flexible y a gran escala es un rasgo inmanente a nuestra especie (Harari, 2015), existen motivos para albergar esperanza. No obstante, el reto es hacerlo con la misma velocidad con la que avanza la tecnología o la inminencia de los peligros que nos amenazan. (Friedman, 2016)

Buscando un espacio para contribuir

Angela Duckworth, profesora de Psicología de la Universidad de Pensilvania, ha estudiado las trayectorias de personajes exitosos en distintos campos: ciencias, deportes, artes, etc.  Una de sus conclusiones más importantes es que se trata de personas que han identificado su propósito y han trabajado de manera constante para conseguirlo. Duckworth (2016) lo define como Grit, cuya traducción sería la combinación de pasión y perseverancia, que nace de la profunda convicción que uno puede mejorar si se dedica de manera constante a la persecución del objetivo[2]. En otras palabras, si operamos con un mindset de crecimiento (de mejora continua) en vez de un mindset fijo (de capacidades estables que no mejoran con la práctica) (Dweck, 2007).

Es importante señalar que la búsqueda de intereses personales no tiene porque no estar alineada con el bien común. Por el contrario, la idea es que en cada uno de los roles que asumamos (profesor, papá, trabajador, empresario, etc.) seamos conscientes de que nuestras acciones pueden y deben contribuir con los demás. Esta idea aparece desarrollada con un tono pragmático en el libro Youtility (Baer, 2013), que resalta que en tiempos de crisis es importante reconstruir nuestras trayectorias, preguntarnos dónde podemos sumar y contribuir a crear las soluciones o responder preguntas; en otras palabras, ayudar.

Me quedo con la idea de aporte y bien común porque en esta etapa es importante que nos miremos y respondamos honestamente dónde queremos apoyar. Esto tiene un correlato que es muy importante anotar. Elegir un campo de acción implica, por definición, descartar otros. Unos contribuirán con superar las inequidades hoy existentes, ya sea por género, cultura, condición de discapacidad, procedencia geográfica (pensemos en los migrantes), entre un largo etcétera. Otros se enfocarán en reducir los impactos del cambio climático, a partir del reciclaje, de repensar nuestro consumo, de cuidar a los animales, entre otras formas. Otros se preocuparán por la espiritualidad, en sus distintas manifestaciones, religiosas o no. La lista es larga pero el mensaje es que no debemos preguntar a la gente por qué no se dedica a otras luchas.  Repito la idea: cada quien hace su elección y ello implica no preocuparse por el todo. Ello sería imposible.

La crisis o la carencia son recursos útiles si nos aproximamos a ellos de una manera constructiva. Esta pandemia nos recuerda que vivimos en un mundo impredecible, de problemas globales, que apela a la solidaridad y al trabajo de todos. También nos señala que habrá quienes velen por los medios (economía o el capital político) en vez de los fines (la vida de las personas) y, aun así, debemos mantener una mirada luchadora y optimista. Asimismo, las circunstancias cambiantes apelan a nuestra flexibilidad para aceptar lo inesperado, preguntarnos constantemente sobre el contexto, renovar nuestros conocimientos y competencias y desarrollar nuevas propuestas de valor que nos sirvan a nosotros y, sobre todo, al resto. Hoy nuestra tarea es mirar con mucha atención cuáles son nuestras fortalezas, cuáles nuestros objetivos, ver cómo cambian los sectores donde nos desempeñamos y ponernos al servicio del grupo.

Lima, 6 de abril de 2020

[1] En el quechua hay dos formas de “nosotros”: Ñuqanchik o “nosotros, contigo” y ñuqayku o “nosotros, sin ti”
[2] No obstante coincidimos con que la suma de esfuerzo, talento, pasión y perseverancia incrementan las posibilidades de trayectorias exitosas, no podemos soslayar la influencia del contexto, sobre todo en un país tan desigual como el Perú.  En esta medida es importante declarar que creemos que un contexto estimulante y seguro influye en el desarrollo de cada persona.

Paul Barr Rosso
Abogado y Magíster en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es Coordinador Senior de Educación Superior en el Consejo Nacional de Educación. Ha sido consultor en la SUNEDU, los Ministerios de Educación, Cultura y Producción. Tiene doce años de experiencia en el sector educación, tanto en el ámbito público como privado. Ha trabajado en aspectos relacionados a la internacionalización, la investigación y la innovación. Es, además, papá de Emma y Liam.