Alexander Huerta-Mercado| El comercio
Fue suerte, o a lo mejor algo más, pero definitivamente tuvo mucho de suerte que como mamíferos pequeños nuestros ancestros hayan podido evolucionar a lo que somos ahora. Primero, se tuvieron que extinguir hace unos 68 millones de años los dinosaurios; iba a ser imposible la adaptación biológica si hubiéramos tenido que competir con ese magnífico grupo dominante. Una vez que el meteorito generó el desastre ecológico, los mamíferos estábamos bien distribuidos y éramos lo suficientemente pequeños como para no vernos tan afectados como lo fueron los grandes monstruos. Y si bien tuvimos suerte, fue nuestra capacidad de aprender lo que nos ha llevado a seguir existiendo como una especie todavía joven y en proceso de entenderse. Lo que sí es cierto es que biológicamente estamos menos capacitados para sobrevivir en el ambiente natural: no tenemos ni garras, ni colmillos, ni pelambre denso en todo el cuerpo. Nuestra inteligencia depende de nuestra capacidad de aplicar lo aprendido en una situación nueva, y con ese factor hemos sobrevivido no solo a la era de hielo, sino a competidores formidables que tenían colmillos gigantes o pesaban toneladas. Nuestro cerebro, gran aliado, se desarrolla bastante rápido en el vientre materno y es su gran volumen el que obliga que nuestro nacimiento sea siempre bastante prematuro y asistido y que recién nacidos, por lo tanto, seamos criaturas indefensas a diferencia de otros animales mucho mejor dotados desde sus primeros pasos. Desde bebes somos criaturas fragilísimas necesitadas de una sociedad que nos proteja; tenemos una cultura esperándonos y tenemos que aprenderla, primero como jugando y luego a fuerza de empeño. Una vez aprendida la cultura, esta nos ayudará a adaptarnos al medio. Nuestra falta de garras y colmillos será suplida con herramientas; nuestra falta de pelaje, con ropa; nuestra necesidad de alianzas, con lenguaje…