Fernando Díaz de Quijano / El Cultural
Para reflexionar sobre la relación entre arte, política y violencia, Patricio Pron (Rosario, Argentina, 1975) ha imaginado un Congreso de Escritores Fascistas Europeos celebrado en un pueblo italiano en abril de 1945, poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial. A este congreso ficticio, pero con antecedentes históricos, acuden sobre todo escritores futuristas -movimiento que se adhirió mayoritariamente al fascismo italiano-, nazis alemanes y falangistas españoles. Pron relata este encuentro en su última novela, No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, que acaba de publicar Literatura Random House.
A este congreso son invitados escritores ficticios y reales, muchos de los cuales rechazan la invitación o no logran acudir por los impedimentos propios de la guerra. Entre los reales -asistentes o ausentes-, figuran autores que profesaron efectivamente estas ideologías, como Ezra Pound, Céline, Knut Hamsun, Robert Brasillach o Hanns Johst, entre otros, y, entre los españoles,César González-Ruano, Agustín de Foxá, Rafael Sánchez Mazas, Eugenio d’Ors, Ernesto Giménez Caballero, José María Pemán, Rafael García Serrano, Luys Santa Marina y Juan Ramón Masoliver.
El congreso resulta ser un fracaso desde el principio, como una torre de Babel en la que, con distintas distancias -con mayor o menor ironía, con mayor o menor seriedad- los participantes defienden y condenan firmemente esto y aquello, y se enzarzan en discusiones estériles cuando ya todo está perdido para ellos y mientras los bombarderos sobrevuelan sus cabezas. Además, uno de los asistentes, Luca Borrello (escritor ficticio) es asesinado, obligando a poner fin al encuentro dos días antes de lo previsto.
La novela aborda la mencionada relación entre arte, política y violencia de manera poliédrica, ya que incluye otros dos marcos narrativos. Uno de ellos nos presenta a un joven italiano perteneciente a la organización terrorista de izquierdas Brigadas Rojas, que descubre en 1978 que su padre, un partisano de la resistencia italiana frente al fascismo y a la ocupación alemana, tuvo relación con el escritor fascista asesinado, Luca Borrello, e interroga a los supervivientes del congreso para intentar desentrañar esa misteriosa conexión. Años después, el hijo del brigadista se cuestiona, como su padre y su abuelo, la legitimidad de la violencia política, en el marco de las protestas que tuvieron lugar en Milán en 2014 contra la reforma laboral del gobierno italiano.
Pregunta.- ¿La novela nació de su propósito de indagar en unas determinadas cuestiones o el punto de partida fue la invención de este congreso de escritores fascistas?
Respuesta.- He pensado en estas cuestiones durante algún tiempo, no solo como escritor de ficción, sino también como crítico literario y articulista. Viniendo además de la experiencia política de mis padres, que conté en El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, naturalmente la cuestión de la violencia política es particularmente interesante para mí, pero el disparador inicial fue la idea del Congreso de Escritores Fascistas Europeos. Lo que hace particularmente interesante a este congreso es el hecho de que se adhiere a unos valores que se encuentran en ese momento (1945) en transformación. Hay una frase de Gramsci que preside la novela: “El viejo mundo está muriendo y el nuevo aún lucha por nacer: ha llegado la hora de los monstruos”. Un monstruo es aquel que adhiere a ideas que no son las nuestras en un momento en el que esas ideas constituyen una minoría. La razón por la que el congreso de escritores fascistas se impuso sobre otras ideas es que me permitía hablar de cuestiones muy relevantes no solo en aquella época, sino también ahora: la relación entre arte y política, las formas de vidas que adoptamos, la responsabilidad individual en contraposición con la responsabilidad colectiva, y también la posibilidad de jugar, ya que la novela también es un juego, es un rompecabezas y también una de las más cómicas que he escrito.
P.- Al arte le asociamos siempre la palabra libertad como si fuera inherente a él. Por eso parece incongruente o, cuanto menos, problemática la relación entre un movimiento artístico como el futurismo y una ideología totalitaria como el fascismo.
R.- Es una incongruencia que ha presidido siempre las relaciones entre el arte, en particular las vanguardias históricas, y la política. En ese sentido, los futuristas son un magnífico ejemplo. Fueron la primera vanguardia, los que llegaron más lejos en su intento de integrar arte y vida y los primeros que fueron traicionados por la imposibilidad, como algunos advirtieron, de que un movimiento artístico que apunta a la libertad individual se convierta en la estética de un Estado que por su naturaleza pone esa libertad dentro de un marco. Las preguntas que se hicieron los futuristas son las que todos los movimientos se han hecho siempre. Por otra parte, pensar en el arte o la literatura como una instancia de libertad e incluso individualista, solipsista, en contraposición con la experiencia política, que es colectiva por naturaleza, me parece errónea. El ideal de la integración de arte y vida se cumple cuando los artistas viven su vida como el ejercicio de una disciplina artística y también cuando los productos de las disciplinas artísticas pasan a formar parte de la vida de quienes se los apropian. No derrames tus lágrimas… es un asalto más a esa supuesta confrontación entre arte y vida, y los futuristas fueron los primeros que la pusieron en cuestión.
P.- Perdidos en un pueblo del norte de Italia, cerca ya de la derrota militar, los escritores de este congreso gastan sus energías en condenar enérgicamente otras manifestaciones artísticas, como el jazz. En este sentido, su empresa parece absurda e incluso vemos en la novela cómo tienen distintas posturas acerca de casi todo. ¿Cuánto hay de renuncia a la opinión personal cuando se integran en una corriente de pensamiento colectiva y extremista?
R.- Todos ellos, efectivamente, se ven constreñidos ante la dificultad de expresar una opinión personal y al mismo tiempo adherirse a los dictámenes de la organización a la que pertenecen. El caso de Luca Borrello pone de manifiesto que la lealtad a un puñado de valores personales sólo podía ir acompañadas de la traición a una toma de posición colectiva. La opción mayoritaria de los futuristas fue la adhesión al fascismo, pero casi todos ellos salieron muy escaldados, y la realidad es que casi siempre los artistas y los escritores acaban escaldados tras posicionarse públicamente a favor de unas organizaciones políticas que hacen un uso funcional de la figura del escritor y del artista. Ahora, poco antes de las elecciones en cualquier país, todo escritor se ve confrontado con la invitación a adherirse a un partido u otro y lo cierto es que esa decisión suele ser catastrófica para el partido en cuestión. Efectivamente, volviendo a la novela, el congreso de escritores fascistas es imaginario pero los actores que forman parte de él no lo son, y las posiciones que toman en relación a temas tan poco pertinentes en ese momento, como el jazz, son posiciones reales que sostuvieron.
P.- ¿Por qué en lugar de centrarse en ese congreso ha presentado tres marcos narrativos diferentes?
R.- En realidad la novela está compuesta por ocho libros que podrían haber sido publicados de forma independiente, pero al unirlas se manifiestan las repeticiones que se producen generación tras generación en la discusión de estos temas, que en realidad, reflejan que caminamos en círculos; y también es una manera de poner de manifiesto que las novelas también pueden ser poliedros en el que cada uno de estos libros es una cara, pero cuya forma real solo puede ser aprehendida leyéndolos todos. Publicar solo el libro dedicado al futurismo hubiese sido una simplificación de este asunto, y yo siempre he defendido una literatura que no simplifique la realidad.
P.- Entre los autores fascistas o con simpatías hacia esa ideología que aparecen en la novela figuran Ezra Pound, Céline o González-Ruano. ¿Su adhesión política no debe influir en la manera en que se leen sus obras?
R.- Es evidente que la forma en que leemos a González-Ruano no es la misma que antes de saber los hechos que había llevado a cabo gracias a la investigación de Rosa Sala y Plàcid García-Planas, pero también una lectura por completo moral de los textos nos impediría disfrutar de libros comoLolita, de Nabokov, o de autores como Céline que fueron repudiados en su momento. Quizá sea tarea de todos nosotros como lectores encontrar estrategias para apropiarnos de textos de calidad aunque sus autores nos parezcan despreciables.
P.- ¿Qué valor le otorga al futurismo como corriente literaria y artística?
R.- Me parece un hallazgo la libertad formal que tenían, su deseo de experimentar, de innovar. Buena parte de lo que produjeron los futuristas es ridículo, nos parece risible, pero había algo valioso de fondo, una vocación de llegar allí donde el arte no había llegado previamente. También tenían un magnífico sentido del humor muy reivindicable. Y la experiencia política que tuvieron nos debería advertir de los peligros inherentes a convertir una estética en política de Estado.
P.- Hoy es raro que un creador se confiese de derechas. ¿Cree que la izquierda tiene hoy la hegemonía en el ámbito de la cultura?
R.- Debo disentir. Izquierda y derecha son términos tan laxos y tan condicionados histórica y económicamente que es difícil determinar, al margen de la adhesión explícita de los autores, quién pertenece a cuál bando. Yo lo que veo es un amplio dominio de formas conservadoras y una producción mayoritaria de literatura que incluso diciéndose vanguardista o experimental es profundamente conservadora. Lo que voten los autores me resulta indiferente; lo que me importa es que sus libros son conservadores y por consiguiente pertenecen al bando de la derecha. La política en la literatura está en sus formas y en los modos en que interpela al lector y a la tradición, más que en la adhesión explícita de un autor a una causa u otra.
P.- ¿Entonces, en literatura, ser conservador o progresista es para usted una cuestión formal más que moral?
R.- Sí. Trato de no pensar la literatura en términos morales. Me esfuerzo por leer los textos al margen de las opiniones personales de los autores. Si los textos son conservadores o contribuyen a la preservación de un estado de cosas que es esencialmente injusto, me parece irrelevante que esos autores tengan el carné del partido comunista o cualquier otro.
Fuente: El Cultural / Madrid, 7 de marzo del 2016