Jimmy Carter / The Age
He sido un cristiano practicante toda mi vida, diácono y docente bíblico por muchos años. Mi fe es una fuente de fuerza y consuelo para mí, como son las creencias religiosas para cientos de millones de personas en todo el mundo. Así que mi decisión de cortar mis vínculos con la Convención Bautista del Sur, luego de seis décadas, fue dolorosa y difícil. Era, sin embargo, una decisión inevitable cuando los líderes de la convención, citando algunos pasajes bíblicos cuidadosamente seleccionados y postulando que Eva fue creada después de Adán y que fue responsable del pecado original, ordenaron que las mujeres debían obedecer a sus esposos y que estaban prohibidas de servir como diáconos, pastores o capellanes de los servicios militares.
La postura de que las mujeres son de alguna manera inferiores a los hombres no está restringida a una religión o creencia. Las mujeres están impedidas de jugar un rol pleno e igual en muchas fes. Desgraciadamente, su influencia no se detiene en los muros de las iglesias, mezqitas, sinagogas o templos. Esta discriminación, injustificadamente atribuída a una Autoridad Superior, ha proporcionado en todo el mundo y a lo largo de los siglos una razón o excusa para negar iguales derechos a las mujeres.
En su forma más repulsiva, esta creencia de que las mujeres deben estar subyugadas a los deseos de los hombres brinda una excusa a la esclavitud, la violencia, la prostitución forzosa, la mutilación genital y a leyes nacionales que omiten la violación como un crimen. Pero también le cuesta a muchos millones de mujeres y niñas el control de sus propios cuerpos y vidas, y continúa negándoles acceso justo a la educación, la salud, el empleo y la influencia en sus propias comunidades.
El impacto de estas creencias religiosas toca todos los aspectos de nuestras vidas. Ayudan a explicar por qué en muchos países los niños se educan antes que las niñas: porqué las niñas reciben órdenes sobre cuándo y con quién deben casarse: y por qué muchas confrontan riesgos enormes e inaceptables durante el embarazo y parto porque sus necesidades básicas de salud no son atendidas.
En algunas naciones islámicas, las mujeres tienen restricciones a desplazamientos, son castigadas por permitir se exponga uno de sus brazos o tobillos, no reciben educación, están prohibidas de manejar un automóvil o de competir con un hombre por un empleo. Si una mujer es violada, es con frecuencia severamente castigada como parte culpable del crimen.
El mismo pensamiento discriminatorio yace debajo de la continuada brecha salarial por género, y es la razón por la cual tan pocas mujeres ocupan puestos públicos en el Oeste. La raíz de este prejuicio viene de muy atrás nuestras historias, pero su impacto se siente cada día. No son sólo las mujeres y las niñas que sufren. Nos daña a todos. Existe evidencia que invertir en mujeres y niñas rinde grandes beneficios a la sociedad. Una mujer educada tiene niños más saludables. Tiene mayores probabilidades de enviar a sus hijas e hijos a la escuela. Gana más e invierte lo que gana en su familia.
Es simplemente autodestructivo de cualquier comunidad el discriminar a la mitad de su población. Necesitamos desafiar estas actitudes y prácticas interesadas y obsoletas – como se ha visto en Iran, donde las mujeres están en la línea delantera de la batalla por la democracia y la libertad.
Entiendo, sin embargo, por qué muchos líderes políticas son reticentes a entrar en este campo minado. La religión y la tradición son áreas sensibles y poderosas cuando son desafiadas. Pero mis colegas de consejos de ancianos y yo, que venimos de muchas creencias y orígenes, no necesitamos ya preocuparnos de conseguir votos o evitar las controversias – y estamos profundamente comprometidos en desafiar la injusticia allí donde la vemos.
Los Ancianos somos un grupo independiente de prominentes líderes mundiales, convocados por el expresidente sudafricano Nelson Mandela, que ofrecen su influencia y experiencia para apoyar la construcción de la paz, contribuir a confrontar las grandes causas del sufrimiento humano y promover los intereses compartidos de la humanidad. Hemos decidido llamar atención especial a la responsabilidad que tienen los líderes religiosos y tradicionales de asegurar la igualdad y los derechos humanos y han publicado recientemente una declaración que afirma: “Justificar la discriminación contra las mujeres y las niñas con argumentos basados en religión o tradición, como si fuera prescrita por una Autoridad Superior, es inaceptable.”
Estamos convocando a todos los líderes a cuestionar y cambiar las enseñanzas y prácticas dañinas que justifican la discriminación contra las mujeres, no importa cuán profundamente enraizadas estén. Pedimos especialmente a los líderes de todas las religiones que tengan el valor de reconocer y enfatizar los mensajes positivos de dignidad e igualdad que comparten todas las más importantes religiones del mundo.
Los versículos cuidadosamente seleccionados encontrados en las Sagradas Escrituras para justificar la superioridad de los hombres son atribuibles más al tiempo y el espacio – y la determinación de los líderes varones de mantener su influencia – que a verdades eternas. También se podrían encontrar extractos bíblicos para sustentar una aceptación de la esclavitud o la aceptación temerosa a gobernantes opresores.
Conozco también vivas descripciones en las mismas Escrituras en las cuales las mujeres son veneradas como líderes prominentes. Durante los años tempranos de la iglesia cristiana, las mujeres servían como diáconos, sacerdotes, apóstoles, maestros y profetas. No fue sino hasta el siglo cuatro que líderes cristianos dominantes, todos varones, retorcieron y distorsionaron las Escrituras para perpetuar sus posiciones ascendentes en la jerarquía eclesiástica.
La verdad es que los líderes religiosos varones han tenido –y aún tienen – la opción de interpretar las enseñanzas sagradas ya sea para exaltar o para subyugar a las mujeres. Han optado mayoritariamente por lo segundo, para sus propios fines egoístas. Su opción continuada provee la base o justificación para mucha de la extendida persecución y abuso de las mujeres en todo el mundo. Esto es una clara violación no solo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sino también de las enseñanzas de Jesucristo, el Apóstol Pablo, Moisés y los profetas, Mahoma, y los fundadores de otras grandes religiones – todos los cuales han llamado a un tratamiento apropiado y equitativo de todas las criaturas de Dios. Es hora que tengamos la valentía de desafiar aquellas otras visiones.
Fuente: The Age / 15 de julio de 2009
Traducción libre de Patricia Arregui