Eduardo León Zamora | EDUCACCIÓN
No estábamos preparados para la epidemia del coronavirus. En realidad, el MINEDU está pensado y funciona para situaciones rutinarias. Tenemos un sistema educativo que no dialoga con la realidad, que no es flexible ni adaptable para situaciones de crisis; a pesar de que somos un país muy sensible a experimentar desastres: Lluvias e inundaciones, sismos y tsunamis, erupciones volcánicas, desastres ecológicos y, por su puesto, epidemias. No tenemos programas educativos diseñados para estas eventualidades.
Nuestra escuela pública sólo funciona dentro de condiciones normales. Y aún en esas condiciones de normalidad funciona muy mal. La mayoría de estudiantes aprende poco o nada. Su paso diario por la escuela es una experiencia irrelevante en muchos aspectos, especialmente, en relación a aquellos vinculados al aprendizaje.
Ahora que llegó la pandemia del coronavirus a nuestras tierras, no es que nos ha tomado por sorpresa a quienes trabajamos en el MINEDU o somos cercanos a él. No. Nos ha agarrado, como siempre, sin haber previsto oportunamente crisis como esta. Sin contar con programas de educación a distancia o programas educativos en situaciones de crisis. Nos ha pillado sin tener nada diseñado.
Un Estado no puede concebirse como un barco a la deriva en el medio del mar, que sufre los vaivenes de los vientos y las olas; e intenta planes de emergencia en el minuto de la gravedad de las circunstancias. Así no se construye un sistema educativo serio. Pero es nuestro estilo.
El Ministerio de Educación, incluyendo sus DRE y UGEL, funciona al ritmo de la inmediatez. No piensa ni actúa para el mediano y el largo plazo. Su excusa de siempre es que así funciona la gestión pública. Por supuesto que ha mejorado. El MINEDU, así como algunas DRE y UGEL han mejorado para atender el corto plazo, en sus aspectos más formales. En otras palabras, ahora se está aceitando mejor la maquinaria.
El horizonte, el largo plazo es algo que no se ve. Claro que el PEN y otras herramientas de planificación son usados como justificaciones insuficientes para argumentar que es allí donde se plantea el largo plazo, pero sabemos que no es verdad. El PEN que está por culminar ha sido un referente poco tomado en cuenta durante estos años. Y cada gestión del MINEDU ha sido demasiado corta como para impulsar siquiera políticas de corto plazo. Menos aún, para alinearse con un proyecto mayor. El nuevo PEN tiene la virtud de no convocar más interés que el anterior.
El ritmo del trabajo en el MINEDU siempre es vertiginoso. Todo es para ayer. Especialistas, gestores y decisores se ven atrapados por urgencias y situaciones especiales que surgen cada día, en el mejor de los casos, y nunca les permite concentrarse en lo suyo. Se tienen que adaptar a los cambiantes estilos y prioridades de sus direcciones; y navegar en la dirección que soplan los súbitos e imprevisibles vientos. Y, además, muchas veces, valgan verdades, sus posibilidades de levantar propuestas sólidas son pocas porque tienen poco conocimiento del campo en que están asignados, lo cual vuelve todo más absurdo.
Bajo esas condiciones de trabajo donde no se recogen lecciones aprendidas de la experiencia, no se evalúan los programas que se implementan, no se profundiza en la literatura pedagógica, no se revisan las investigaciones ni se toman en cuenta las consultorías que se mandan realizar; las bases sobre las que se construye la intervención del MINEDU son débiles.
En esas condiciones normales, podemos comprender porque avanzamos tan lentamente en el sector. Pero en condiciones de emergencia como la que vivimos hoy, es obvio que, por más buenas intenciones que existan y por más esfuerzos que se desplieguen, es imposible construir una propuesta de atención educativa nacional sólida. Propuestas sólidas y efectivas no se pueden construir a un ritmo frenético, sin investigación, sin experiencia y sin tiempo.
Diseñar la educación en tiempos difíciles
Aunque el MINEDU es poco afecto a recuperar, incluso, su propia experiencia acumulada, y a recurrir a la investigación; un aprendizaje que deberemos sacar de estos tiempos es que no podemos enfrentar una situación de la magnitud de esta epidemia en la forma en que la estamos haciendo. Es necesario instalar una Dirección Nacional de Atención Educativa en Situaciones de Emergencia que se encargue de diseñar programas educativos para continuar con la actividad educativa en períodos de crisis. Estos programas deberán tomar en cuenta la diversidad de escenarios socioeconómicos y culturales del país para que las propuestas que se diseñen, realmente, funcionen.
No vamos a poner en cuestionamiento el programa APRENDO EN CASA. No es necesario. De eso no va este artículo. Ponemos en cuestión el afán del MINEDU de sacar respuestas de la manga, en tratar de mostrar, innecesariamente, una eficiencia que nunca ha tenido; y en no encarar la situación de emergencia como lo que es. Y lo más preocupante de todo, en no empezar a trabajar desde hoy en el futuro a fin de que no se repitan los mismos problemas cuando nos veamos enfrentados a una crisis de igual o mayor gravedad.
Es necesario entender y hacer comprender a la población y a las familias que este año no será un año normal. No será como ningún año anterior. Este es un año en que la escuela no funcionará como la escuela de siempre. Igualmente, hay que decir, con claridad, que las clases no se recuperarán porque nunca se han podido recuperar. Hay que señalar que los contenidos no serán los mismos de siempre, que se priorizarán contenidos relevantes para enfrentar la crisis, que los horarios de estudio en casa no pueden ser iguales que los horarios de la escuela; que la vida en familia reclama hoy más vida en común.
En circunstancias como las que vivimos, el MINEDU tiene que entender bien que cualquier cosa que haga en la forma como lo está haciendo, no va a sustituir ni de lejos el trabajo educativo directo. Y eso no debe preocuparle en extremo. Que esta crisis afecte el funcionamiento del sistema educativo es inevitable.
El ministro Benavides afirma, con cierta ingenuidad, que la educación no puede parar. Bueno, ha parado. Y tiene que entender eso. Y el MINEDU debería comenzar a pensar cómo atender este tipo de situaciones en el futuro en lugar de lanzar programas improvisados. No decimos malos, pero sí improvisados porque se están haciendo de la noche a la mañana.
Lo que le toca hoy al MINEDU, principalmente, es hacer una promesa: Vamos a comenzar a diseñar programas de educación a distancia para situaciones de emergencia. Y cuando venga otra crisis a nivel mundial, nacional, regional o local, vamos a tener respuestas bien pensadas y bien hechas. Para esto, debería aprovechar el período de pausa de las escuelas para trabajar en serio. Hacer que sus especialistas se preparen, reflexionen y diseñen programas a distancia o como quiera llamárseles.
Los programas educativos para situaciones de emergencia deberán contar con un soporte y una infraestructura potente para que se lleve a cabo con éxito. Y esto lo tiene que ver con el gobierno y el congreso, quienes deben trabajar en la formulación de leyes que pongan los medios de comunicación y las empresas de telecomunicaciones públicas y privadas bajo la conducción temporal del Ministerio de Educación a fin de que pueda garantizarse que los programas educativos diseñados puedan llegar a todos los hogares. Así también deberán dirigirse todas aquellos tipos de empresa vinculadas a la producción y transporte de materiales educativos. Eso significa poner el interés privado al servicio del interés público. Tanto gusta usar el término GUERRA CONTRA EL CORONAVIRUS. Pues bien, en períodos de guerra, todo tiene una conducción común y un objetivo compartido.
Además, se deberá asegurar que los programas educativos en cuestión tengan diferentes canales de llegada a la población escolar. Si no hay acceso a la televisión, a la radio o a la internet por razones económicas o de cualquier otra índole, deberá diseñarse alternativas en las que todos los hogares tengan los materiales educativos físico cada año, antes de que cualquier desastre o epidemia se haya producido a fin de evitar que, durante el problema, la distribución de los mismos no se convierta en un impedimento que imposibilite el desarrollo de estos programas.
Asimismo, todas las orientaciones para gestionar el aprendizaje autónomo en los hogares deberán ser entregadas al finalizar el año escolar a cada estudiante para que sepa cómo estudiar en períodos de inasistencia escolar.
Todo esto exigirá no solamente un trabajo de planificación enorme del MINEDU, sino de las regiones. Son las regiones las que deben responsabilizarse de planificar e implementar estos programas a nivel regional, asegurando eficacia, inclusión y pertinencia cultural. Y si hay regiones, como la actual epidemia está demostrando, incapaces de gobernarse a sí mismas; y DRE y UGEL que están con las manos cruzadas, esperando cualquier propuesta del MINEDU para criticarla sin proponer ni hacer nada, será necesario expectorar a quienes trabajan allí para contratar profesionales comprometidos con su gente y sus estudiantes; y competentes en su campo profesional. Y si el MINEDU tampoco demuestra capacidad para diseñar estos programas educativos, habrá que hacer lo propio.
No todo se resuelve con la magia de las TIC. Ayudan mucho en tiempos normales cuando hay accesibilidad a ellas. Pero si se produce algún problema de conexión por situaciones de desastre, es seguro que no servirán de mucho; y se tendrá que recurrir a medios menos sofisticados, pero accesibles en coyunturas de desastres. Todas esas posibilidades hay que preverlas.
¿Entonces qué debe hacer el MINEDU ahora? ¿Nada? ¿Dejar que los millones de estudiantes dejen de estudiar en este tiempo? No. Y hay cosas simples que se pueden recomendar. Tonucci ha hecho importantes recomendaciones al respecto. Vandana Shiva, también.
Lo primero es dejar de curriculizar o escolarizar el trabajo en casa. Y desarrollar aprendizajes relevantes.
¿Qué es relevante en la Educación en un contexto de emergencia?
La cuestión de la relevancia adquiere hoy una importancia superlativa. ¿Qué debemos trabajar formativamente con los y las estudiantes en tiempos de pandemia? Indudablemente, el primer tópico es el CUIDADO DE LA SALUD y LA PREVENCIÓN. Y, asociado a él, el de la CONVIVENCIA, LA SOLIDARIDAD Y EL CUIDADO DEL OTRO. Ambos temas son centrales y ya han sido comentados y abordados con bastante seriedad en las redes sociales y, eventualmente, en algunos espacios académicos. También ha sido abordado el tema del USO DEL TIEMPO LIBRE, que es importante. Sin embargo, hay otros tres tópicos que considero que deben ser abordados: LA CRISIS AMBIENTAL, LA SOBREVIVENCIA Y EL AFRONTAMIENTO DE LA MUERTE.
Crisis ambiental
Para nadie resulta novedoso que vivimos también en tiempos de galopante deterioro del ambiente. Pero aún no somos conscientes de sus nefastas consecuencias. Pensamos en el ambiente como algo externo, como si lo que pasará en la naturaleza no tuviera que ver con nuestras vidas. Pareciera que por ser seres sociales, culturalmente dependientes, nuestras vidas no pudieran ser impactadas por lo que ocurre en nuestro entorno. Hemos construido una división irracional entre la vida social y la vida natural. Y hoy estamos pagando las consecuencias de ello. La destrucción del ambiente avanza y nuestra conciencia de la necesidad de un cambio, no. Nuestros hábitos de consumo, nuestras costumbres y nuestros apegos no cambian al ritmo de lo que necesita nuestro planeta Tierra para asegurar que continúe siendo nuestro hogar. Por ello, hoy más que nunca es necesario radicalizar nuestro currículo escolar para asegurar que las y los estudiantes radicalicen sus modos de vida a fin de asegurar la continuidad de una especie que tiene que cambiar para poder tener un lugar en el mundo y ser merecedora de la sobrevivencia.
Sobrevivencia
La sobrevivencia en situaciones de crisis es otro de los tópicos centrales que debe ocupar nuestro interés. Hoy la pandemia obliga a la mayoría de familias del Perú a pensar en la sobrevivencia. No se puede salir a trabajar. No se tienen ingresos. Falta el poco pan que se solía tener en la mesa y, además, la epidemia se cierne como una amenaza real sobre sus vidas. ¿Cómo preparamos a nuestras alumnas y alumnos a enfrentar esto? ¿Pueden la Matemática y la Comunicación tener alguna relevancia tal como se vienen enseñando? ¿Y los otros cursos? ¿Cómo llevamos estos cursos a que puedan responder y ser útiles para enfrentar futuras epidemias? Y no sólo futuros epidemias. También desastres naturales. ¿Podemos seguir pensando, ingenuamente, que los simulacros de sismos servirán para enfrentar la destrucción que enfrentarán quienes queden como sobrevivientes, los problemas que emergerán al día siguiente de una catástrofe? Hay que enseñar a organizar la convivencia para esas situaciones, a almacenar alimentos en lugares seguros, a atender a las personas que han sido afectadas en su salud, a atender cuestiones de logística, a manejar el caos y el stress, a prevenir las manifestaciones de violencia, a autogobernarse cuando el Estado desaparece, a autodisciplinarnos, con espíritu ciudadano, pensando en el bien común.
Tenemos que volver a mirar aquellos aprendizajes que hemos dejado de lado en el currículo de la modernidad. Cuando nos encontremos en una situación de catástrofe no habrá internet ni google para resolvernos la vida. No habrá supermercados ni mercados donde comprar alimentos. No habrá hospitales. No habrá campesinos que trabajan la tierra para nosotros. Ni tiendas donde comprar las cosas para vestirnos. En ese sentido, debemos aprender a cultivar y preparar nuestros alimentos con criterios nutricionales e higiénicos. Deberemos también aprender a hacer nuestras ropas: coser, tejer, remendar. Deberemos aprender a reusar, reciclar y reparar los objetos que usamos cotidianamente. Deberemos aprender a proveernos de agua limpia. Y algunas otras cosas básicas más.
Los sismos o las epidemias son sólo ejemplos de situaciones de emergencia. Hay que preparar a estudiantes (y docentes) para todo tipo de emergencia, para emergencias de las que el Estado no va a poder protegernos adecuadamente.
Afrontamiento de la experiencia de la muerte
Un tercer e importante tema es el del AFRONTAMIENTO DE LA EXPERIENCIA DE LA MUERTE. No nos cansamos de repetir que la Educación debe ser para la vida. Pero también hay que preparar a nuestros estudiantes para la muerte. Hoy estamos viendo que la muerte está más cerca nuestro de lo que imaginamos. Los estudiantes pueden enfrentar en algún momento una situación en la que algún miembro de su familia agoniza y muere a su lado. Y sabemos que en el Perú asumimos la muerte de una forma extremadamente dramática y estresante. A pesar de la confesada pertenencia a la religión cristiana, que promete vida eterna y resurrección, la muerte es asumida muy mal. Se produce un desborde emocional que resulta impactante para un/a menor de edad. Escuchan cosas terribles sobre la muerte: “Mi vida ya no tiene sentido”; “¡Por qué nos pasó a nosotros!” “¡Para qué seguir viviendo!”; “¿Ahora qué vamos a hacer?”; “Ya no hay nadie que nos cuide”. Se dicen cosas muy fuertes que se suman al dolor de la pérdida. Y no podemos dejar que nuestras niñas, niños y adolescentes vivan estos momentos sin recursos para tomarlos de una mejor forma.
Para ello, como docentes debemos cambiar nuestra perspectiva sobre la muerte. Verla como parte natural del ciclo de vida, como algo que le ocurre a todo el mundo en algún momento, pensar en la posible muerte de alguno de nuestros seres más queridos, aceptar la muerte como una experiencia de la vida.
Incluir el abordaje de la muerte en el currículo es relevante. Así, podremos tener estudiantes más resilientes y más fuertes para atravesar estas situaciones que son dolorosas, pero que deben aprender a vivirlas con serenidad.
Tal vez, esta situación que estamos viviendo pueda ser la oportunidad para que el MINEDU y la sociedad comprendan que las situaciones de emergencia ameritan ser previstas con anticipación. Y eso significa planificar oportunamente. Es también posible que se pueda empezar a entender que la Educación en el Perú está en emergencia, con o sin epidemia de Coronavirus. La escuela pública está colapsada desde hace décadas. Y que enfrentar ese colapso implica intervenir con más eficiencia, más equidad y más responsabilidad en el sector Educación, sin seguir en una carrera que no ha conducido ni conduce a nada.
Lima, 6 de abril de 2020