El 21 de febrero fue declarado Día Mundial de la Lengua Materna por la UNESCO por la Asamblea General de la UNESCO en 1997. ¿Por qué este organismo de la ONU escogió esa denominación y esta fecha? La historia puede explicarlo (aunque tal vez no pueda explicar un desliz semántico del que quiero hablar porque repercute de algún modo en la educación).
Hace ya 72 años, el 21 de febrero de 1952, parte de la población capitalina de Pakistán Oriental (hoy Bangladesh), hablante de bengalí, realizó una marcha multitudinaria reclamando que esa lengua, su lengua, fuera considerada oficial. El reclamo, como en todas partes, era justo, pues la consideración de una lengua como oficial implica el reconocimiento de múltiples derechos de sus hablantes, entre ellos, que los niños y adolescentes sean educados en su lengua. La respuesta del gobierno fue, como en muchas partes, arremeter contra la multitud con golpes, gases lacrimógenos y balas. Ese día murieron varios estudiantes de la Universidad de Dacca, la capital, y en los días siguientes otras víctimas aumentaron el número. En conmemoración de esa fecha, la representación de Bangladesh ante la UNESCO presentó la moción que luego fue acordada: Declarar el 21 de febrero como Día Mundial de la Lengua Materna. Tenían en mente, es seguro, resaltar la importancia de lengua que habían adquirido de niños: el bengalí, su lengua materna.
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Todo parece estar bien, pero hay un problema. Incluso desde la misma UNESCO se comenzó a considerar el término ‘lengua materna’ como equivalente a ‘lengua ancestral’, o ‘lengua indígena’, o ‘lengua originaria’. Pero, hay que decirlo, las cosas no son así.
En nuestro país lo tenemos claro (al menos, eso creo): Para nosotros, el 21 de febrero es el Día de la Lengua Materna y el 27 de mayo es el Día de las Lenguas Originarias. Así, estamos en la vía correcta.
Está bien que celebremos el día de la lengua materna porque es el día de la lengua de cada uno. Todos nosotros hablamos una lengua desde cuando nacimos, y esa es la lengua que llamamos materna.
Y está bien, además, que esa lengua reciba el adjetivo de ‘materna’, pues ese calificativo apunta a quien es la fuente de donde manó la lengua que usamos para hablar, pensar, soñar: la madre.
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No caben dudas. Los niños poseen en su herencia genética potencialidades tales que hacen que luego se apropien de la lengua con que entran en contacto. Esas potencialidades comienzan a actuar ya en los últimos meses de la gestación, en el vientre materno. Me permitiré una cita extensa al respecto. La investigadora francesa Bénédicte de Boysson-Bardies escribe:
“Una familiarización con la lengua materna tiene lugar en los últimos meses de la vida prenatal. Los estímulos sonoros recibidos durante los últimos meses de vida intrauterina son susceptibles de contribuir al modelado de las vías sensoriales y de preparar un ajuste perceptivo para ciertas características de los sonidos del habla, especialmente, sin duda, de las características prosódicas de las lenguas”.
Todo lleva a pensar que los bebes al nacer ya están familiarizados con la entonación, con la acentuación de la lengua que habla su madre, y con ello son más sensibles para reconocer las características prosódicas de la lengua que se habla en su entorno. Esa condición será la base de un proceso extraordinario: el reconocimiento paulatino de las unidades léxicas y semánticas, palabras, frases, en el marco de las emisiones orales que escucha en su ambiente familiar, lo cual es base para el aprendizaje de su primera lengua. Es imposible pasar sin sentir admiración al conocer como se realiza este proceso, que en mucho depende de esta capacidad innata que los bebes comenzaron a “usar” desde su nacimiento.
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En muchos pueblos (no en todos por razones culturales) las madres hablan con sus bebes de un modo especial: usan expresiones breves, hacen más notorios los acentos, elevan el tono de la voz. Hablan con un estilo peculiar (que los ingleses llaman ‘motherese’ y que el traductor de Pinker traduce como ‘maternés’), que resalta las características de la lengua que desde entonces está aprendiendo el bebe. Es fácil imaginar que el maternés de una madre que habla chino es distinto del de una madre que habla francés.
¿Y quién habla más con el bebe cuando está todavía en brazos? Respuesta inmediata: la madre. Muchos son testigos de los ‘diálogos’ madre-bebe, en los cuales el niño responde con un balbuceo gutural que ya comienza a entrenar sus minúsculos órganos articulatorios de la palabra, pero ya enrumbados hacia la lengua que él hablará cuando comience a apropiarse de la lengua del entorno.
Podríamos extendernos examinando la importancia del hablar de la madre para el desarrollo del lenguaje y la apropiación de la lengua. No será preciso porque no se necesita argumentación para tal efecto. El hecho es que la lengua materna tiene importancia radical en el resto de la vida de las personas, tanta que hasta se hace presente en individuos bilingües plenos en momentos cargados de emoción. Los enamorados que se beben las palabras del otro lo hacen en la lengua materna; las personas que hacen cálculos aritméticos complicados recurren a su lengua de su niñez; el hombre enfurecido que profiere exclamaciones ofensivas pone en obra palabras que sabe desde antiguo. La reflexión, la memoria, hasta los sueños y proyectos van mejor expuestos en la lengua materna.
Cada uno de nosotros habla la lengua común, la de su pueblo, pero posee su propia lengua materna. Y tiene con esa lengua el compromiso de usarla con nobleza, de enaltecerla, de hacer que cada vez sea más fina. La lengua común marcha fuera de nosotros; la lengua materna avanza con nosotros según lo que hagamos con ella.
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En la escuela, la educación debe avanzar por lo menos en dos direcciones en relación con la lengua materna de los niños: Una es respetarla, otra tomarla en cuenta. Respetamos la lengua materna de los niños puesto que aquella que traen a la escuela es la lengua del hogar. Sea que vengan con un código amplio o con un código restringido, en la mirada de Basil Bernstein, debemos respetar esa su lengua. Y otra es tomarla en cuenta, considerarándola como instrumento de aprendizaje, partiendo de ella para hacerla más capaz para “leer el mundo”, tarea inherente a la persona según Freire.
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La gente que marchaba en Pakistán quería el reconocimiento de su lengua materna. Igual, los niños y adolescentes de nuestros pueblos indígenas no solo quieren sino necesitan el reconocimiento de su lengua materna, que es una lengua ancestral, y no solo para valorarla sino como herramienta principal de sus aprendizajes. Por eso hablamos de educación primaria bilingüe, de educación secundaria bilingüe. Por eso, en unos días, en mayo, celebraremos con orgullo y responsabilidad, el Día de las Lenguas Originarias. Y hoy celebremos nuestra lengua materna, que es nuestra marca de nacimiento.
Lima, febrero de 2025
Referencias
Bénédicte de Boysson -Bardies, Coment la parole vient aux enfants (Paris: Ed. Odile Jacob, 1996)
Michèle Kail, L’acquisition du langage (Paris:PUF, 2012)
Steven Pinker, El instinto del lenguaje (España: Alianza Editorial, 1995)