Paul Barr Rosso | EDUCACCIÓN
El Perú del año 2022 enfrenta un escenario que incluye los efectos de la pandemia, la creciente corrupción de la clase política, el descontento de sectores cada vez más amplios de la población y el consecuente aumento de los conflictos sociales. Podríamos sumar los impactos de la invasión de Rusia a Ucrania, que suponen una presión adicional a nuestra frágil realidad. En el ámbito educativo muchas instituciones educativas aún no dan el tránsito hacia una (nueva) presencialidad y tampoco conocemos las consecuencias de los dos años de educación remota de emergencia en el aprendizaje de las personas.
Si nos trasladamos a un ámbito global, las alertas son similares: un futuro distópico en el que se conjugan el cambio climático y la alteración de las condiciones que permiten la vida humana en este planeta; la incapacidad de los Estados para atender las demandas de sectores cada vez más amplios de su población; los conflictos armados y la amenaza de guerra nuclear; el crecimiento demográfico, las migraciones, los desplazados, la inequidad; la polarización social. Todo esto en un contexto de aceleración tecnológica exponencial que, lejos de ser neutral, plantea una serie de retos -como la pérdida de puestos de trabajo, la precarización del empleo, el incremento de las brechas sociales o la manipulación de las personas -, salvo que le imprimamos una intención que nos permita aprovechar sus ventajas y posibilidades.
Para que el sistema educativo esté a la altura de las urgentes demandas del mundo actual, requiere prepararse en, al menos, un par de niveles. En este artículo me concentraré en la educación para jóvenes y adultos, sin perjuicio de que mucho de lo aquí dicho pueda ser extrapolado como factores a ser considerados en la educación de niños, niñas y adolescentes.
Un primer nivel tiene que ver con equilibrar la cancha. Esto implica superar las brechas por nivel socioeconómico, ruralidad, género, condición de discapacidad, entre otros factores. Esto implica un conjunto de acciones asociadas con la mejora de la oferta (universidades e institutos), así como generar condiciones equitativas para el acceso, permanencia y conclusión de estudios, los cuales están asociados con la demanda (estudiantes).
El segundo nivel tiene que ver con lo que llamo el constante diseño del futuro, aunque algunos podrían decir que se trata más bien de ser coherente con las demandas del presente. Es en este espacio que necesitamos a los creadores, innovadores, soñadores, curiosos, preguntones. Hemos subestimado mucho el valor de la pregunta y a menudo saltamos rápido a conclusiones sin haber entendido el problema. Más aún, en un presente y futuro con abundancia de conocimiento y el apoyo de la inteligencia artificial como palanca al intelecto humano es tanto o más valioso preguntar bien y saber a quién preguntar que tener respuestas unívocas a la mano.
Me interesa la preparación para y el diseño del presente y futuro. A partir de ello planteo algunas preguntas que pueden servir de insumo para una discusión colectiva. Como si esto fuera una página web con múltiples enlaces, lo que sigue no va en un sentido lineal, no apela a un orden específico y tampoco necesita ser leído íntegramente. Lo que busca es generar curiosidad e intentos de respuesta o, quizás, más preguntas.
¿Qué preguntas debemos hacer los papás y mamás o los/las profesores/as para que nuestros hijos/as o alumnos/as definan qué quieren estudiar? “Qué quieres ser cuando seas grande”, ¿es aún una pregunta pertinente o útil? ¿No sería mejor preguntar por los intereses, talentos o valores para ayudarlos/as a tomar la decisión? ¿Qué pasaría si antes de matricularse en una universidad o instituto incentivamos experiencias de vida (laborales o de pertenencia a distintos tipos de organizaciones, por ejemplo), que les permitan conocer y conocerse? ¿cómo construir, promover y hacer viable socialmente un “ocio productivo” que, lejos de ser un oxímoron, sea un catalizador del autodescubrimiento?
¿Por qué seguimos viendo muchas veces a la educación como un proceso lineal, como una faja transportadora donde se sube a un crío en pañales para que pase por la preescolar, por la primaria, por la secundaria y, ojalá, por el instituto y la universidad? Esto es como jugar el Mario Bros -donde se pasaba de manera ordenada de un nivel a otro por un único camino- de los años ochenta cuando los niños y niñas de diez años están jugando Minecraft, explorando el juego según su interés y posibilidades y creando sus propios mundos de imaginación (este insight se lo debo a mi novia y a mi hija de diez años). ¿Qué nos falta para dar el salto a una educación modular que permita que cada persona diseñe su propio itinerario formativo y permita un ida y vuelta con el mundo del trabajo? ¿cómo incentivamos a que la gente reconozca cuándo es momento de cambiar de carrera, sin que esto implique una sensación de fracaso o retroceso, sino, por el contrario, una adecuada lectura de un entorno cambiante y ambiguo o una respuesta honesta a sus propios intereses?
¿Si presentamos las opciones que tiene un/a joven como una línea o, peor aún, como una escalera donde el doctorado es el paso final, no estamos sugiriendo que hay opciones formativas más valiosas que otras? ¿se podría pensar que en el Perú las carreras de pregrado sean más cortas, como sucede en otros países? ¿cómo hacemos que las universidades e institutos sean más agiles en una era de cada vez mayor aceleración? (sobre esta última pregunta, leí una frase que centraba muy bien el punto en discusión: es más fácil cambiar el curso de la historia que un curso de historia). ¿Tiene sentido que haya universidades que tengan los campus separados por disciplinas cuando las soluciones que debemos crear como profesionales en el mundo real demandan la multidisciplinariedad? ¿cómo aspiramos a que los/las jóvenes sigan su vocación cuando no existe claridad sobre cómo sostener áreas que son importantes para el futuro pero que no son lucrativas?
¿Qué otros estándares, además de los que hoy se usan -rankings o publicaciones indexadas- son relevantes para que la educación o investigación sean pertinentes para nuestro país? ¿cómo evitamos que estos mismos estándares produzcan instituciones en serie en vez de que cada una establezca claramente su valor diferencial? ¿cómo evitamos que las agendas de investigación de los países desarrollados opaquen la nuestra y promovemos una colaboración gana-gana? ¿Es la investigación la que siempre conduce a la innovación o podemos seguir la ruta inversa? ¿cómo determinamos nuestras prioridades nacionales de investigación si sabemos que tenemos pocos recursos pero que es importante apoyar todo tipo de ciencia y emprendimiento porque no podemos predecir dónde aparecerá el siguiente unicornio [1]? ¿cómo reconocemos el trabajo de los docentes más allá de las horas/créditos de dictado en un contexto donde se ha adquirido una mayor conciencia de que se aprende más allá del aula o laboratorio?
¿Por qué si el Estado hoy habla de competencias o de un marco nacional de cualificaciones, sigue determinando sus perfiles en función a los grados académicos? ¿por qué se sigue repitiendo que mejores egresados tendrán mejores trabajos en un país de economía incipiente, poco productiva y altamente informal? ¿no sería más honesto preparar a los/las jóvenes y adultos para un presente/futuro donde los puestos estables son cada vez menos? ¿no sería conveniente generar mecanismos para evaluar portafolios de productos en vez de CVs? (a este respecto es muy interesante la web Github que permite que los desarrolladores de software muestren lo que saben hacer).
El futuro está más cerca de lo que pensamos. Hay quienes piensan que ya está aquí, solo que no beneficia a todos los países y personas por igual y no todos están preparados de la misma manera para él. Nosotros no lo estamos y es importante preguntarnos por qué y hacer algo al respecto. Preguntarnos honestamente es un primer paso.
Lima, 12 de abril de 2022
Nota
[1] Un unicornio es un término acuñado para referirse a una start up que alcanza un valor de mil millones de dólares sin listar en bolsa