Paul Barr Rosso | EDUCACCIÓN
La OCDE acaba de publicar los resultados de la prueba realizada por el Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de los Adultos (PIAAC por sus siglas en inglés). Esta es la primera vez que participa el Perú, junto a Ecuador y México. Los resultados incluyen información de 39 países, de los más de 190 existentes. Al igual que lo que sucede con PISA (la evaluación de la OCDE para estudiantes de 15 años), los países de la región tienen los puntajes más bajos.
Hoy sabemos que muchos de los peruanos y peruanas entre los 16 y 65 años no cuentan con las competencias necesarias para participar con éxito en la sociedad actual ni en el mundo del trabajo. Aquí podemos hacer una advertencia inicial: el PIAAC es una prueba que, como cualquier otra, mide algunas cosas y deja fuera otras. Sin embargo, podemos considerar sus resultados como una alerta: existe un grupo muy amplio -según el Censo del año 2017 en el Perú hay 20 millones de jóvenes y adultos- que no ha merecido hasta ahora el interés que reclama su situación.
Vistas las cosas así, tenemos certezas sobre los insumos que requiere el diseño de una serie de medidas. Por ejemplo, hay que considerar el ciclo de vida, los rangos de edades, porque jóvenes y adultos tienen necesidades propias y reclaman estrategias distintas. Más aún cuando en el Perú –al igual que en México y Ecuador– el desempeño declina de manera constante a medida que aumenta la edad. Esto refleja probablemente el incremento en los últimos años de las tasas de conclusión de la secundaria (OCDE, 2019). En tal sentido, los jóvenes requieren, por ejemplo, una educación superior de calidad. No basta con que hoy 4 de cada 10 asistan a la educación superior. Es importante incrementar este acceso y que asistan a buenos institutos y universidades. Asimismo, es esencial que la academia y el sector productivo generen de manera colaborativa oportunidades para que los jóvenes adquieran experiencia en entornos reales de trabajo.
En el caso de los adultos, las demandas suelen ser distintas. Muchos, por la edad en la que se encuentran, cuentan con experiencia laboral o tienen que asumir el rol de cuidadores, ya sea de sus hijos, hijas o padres. Por sus limitaciones de tiempo necesitan, más bien, mecanismos eficientes para que puedan estudiar y capacitarse. En este caso, la educación virtual o la capacitación en los centros de trabajo o en centros sectoriales pueden ser mecanismos útiles. Consideremos que en un país donde 7 de cada 10 puestos de trabajo son informales, no todas las empresas darán oportunidades de mejora educativa a sus trabajadores.
Debo hacer un par de advertencias. La primera, es que he hecho algunas generalizaciones con el afán de establecer las distintas necesidades de jóvenes y adultos. Soy consciente de que hay adultos sin experiencia laboral o que necesitan programas de reconversión profesional que les permitan adaptarse a nuevos puestos, que hay jóvenes que tienen hijos y adultos que recién ingresan a la universidad, entre otros ejemplos. La segunda, es que no he considerado las exigencias que suponen nuestra ruralidad, la interculturalidad, la condición de discapacidad o el género en nuestro país, cada una de las cuales merece un tratamiento específico.
El esfuerzo que demanda la situación expuesta por el PIAAC supone un compromiso nacional por la calidad. Ya hemos dado algunos pasos iniciales: tenemos un Plan nacional de competitividad y productividad, que establece consejos sectoriales para contribuir a la pertinencia de nuestra oferta formativa, el procedimiento de licenciamiento de universidades e institutos avanza, el apoyo a la investigación se ha incrementado en los último años, las escuelas de educación superior son una nueva opción que contribuye a facilitar la progresión de los estudios de nuestros técnicos, estamos trabajando en un marco nacional de cualificaciones que nos permita establecer los puentes necesarios entre las instituciones de educación y el mundo del trabajo, el proceso de elaboración del Proyecto Educativo Nacional pone énfasis en la formación a lo largo de la vida y apunta a constituirse en el marco nacional que guíe los esfuerzos de todos hacia un mismo norte, etc.
Entre nuestros pendientes puedo señalar la creación de un viceministerio que se encargue de la segunda etapa de nuestra educación: la superior, y que asuma el trabajo que implica la rectoría del Ministerio de Educación en el aseguramiento de la calidad. También es necesario fortalecer la educación virtual, teniendo siempre en cuenta que, más allá de la tecnología, lo importante es un cambio en nuestros modelos pedagógicos. Asimismo, hay que reconocer que no es lo mismo enseñar a niños y niñas que a jóvenes y adultos: tanto los procesos cognitivos como los intereses y motivaciones son diferentes. Un cuarto punto pendiente, sin que mi lista pretenda ser exhaustiva, es reforzar nuestros CETPRO como el puente necesario para muchos peruanos y peruanas, que necesitan esta opción, puedan seguir con sus itinerarios formativos.
Trabajo hace tres años en el Consejo Nacional de Educación y siempre escucho a uno de los consejeros decir que el Perú es un país maravilloso y lleno de cosas por hacer. Entonces, hagámoslas. Los resultados del PIAAC nos indican que debemos fortalecer y dar continuidad a las reformas que hemos iniciado para mejorar la educación de los jóvenes y adultos peruanos.
Lima, 11 de noviembre de 2019