Paul Barr Rosso | EDUCACCIÓN
“¿Qué aspecto de tu educación tuvo un impacto decisivo en tu vida?” nos preguntan los autores al inicio. Y vale la pena detenernos un minuto antes de seguir con la lectura para responder. ¿Acaso fue el equipo al que pertenecíamos o el deporte que practicábamos? ¿ese proyecto social en el que participamos (dentro o fuera de la escuela)? ¿el recuerdo del profesor o profesora que amaba su carrera y lo que enseñaba? ¿las palabras de ese adulto que creyó en nosotros en el instante preciso? Nuestra educación está llena de momentos importantes y pocos de ellos relacionados con la forma en la que tradicionalmente se ha enseñado o con lo que era valorado en la escuela.
La educación que preparaba para afrontar con éxito el siglo XX se enfocaba en que no haya errores y hasta podemos decir que limitaba creatividad para evitar desvíos imprevistos de una línea de producción o, incluso, de pensamiento. Las cosas se hacían de una forma y bastaba con aprenderla. Esto era muy funcional en una época en la que la vida misma era vista como una faja transportadora a la que uno saltaba cuando tenía 4 o 5 años, para estudiar lo mismo que sus compañeros, luego elegir carrera e ir a la universidad en algún momento entre los 18 y los 25 años, para después insertarse en el mundo del trabajo. Se admitían cambios de empresa cada década o algo así, pero no cambios abruptos de carrera. Todo esto de cara a la expectativa de llegar a la adultez mayor con la seguridad de la jubilación. El mundo de hoy es distinto: los cambios de trabajo e, incluso, carrera son mucho más frecuentes. Cada vez repetimos más que necesitamos gente creativa y que solucione problemas.
Sin embargo, nuestros sistemas educativos aún mantienen rezagos de la formación diseñada para el siglo pasado. Seguimos exigiendo credenciales académicas para que los jóvenes accedan a puestos de trabajo, celebramos los rankings y tenemos una suerte de fijación con las clasificaciones. Seguimos respondiendo a esa pregunta que todos nos hicimos de la misma manera:
- ¿Cuándo voy a usar esto?
- En algún momento será útil.
El problema es que mucho de lo que se aprende, especialmente el cómo se aprende no es útil. Tony Wagner y Ted Dintersmith aclaran que no están en contra de que los niños y niñas aprendan ciertos contenidos fundamentales, que tengan afición por la lectura o que realicen con suficiencia operaciones matemáticas (sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, porcentajes, etc.). De hecho, el contenido sí es importante pero la obsesión con el mismo no debe bloquear el desarrollo de competencias útiles para el trabajo, la ciudadanía, y la misma felicidad.
Pensemos, por ejemplo, en las competencias que requiere la ciudadanía. Antes, todos accedíamos a unas cuantas fuentes de información. Hoy, por el contrario, somos bombardeados por muchas fuentes, que van desde la televisión por cable hasta los blogs e incluso los estados de Facebook. Vivimos una época que alienta la polarización porque permite que cada quien elija la información que recibe y muchas veces esta posibilidad nos inclina a buscar los datos que respaldan lo que ya pensamos. Este escenario reclama que todos/as desarrollemos competencias para sopesar evidencia, tener una aproximación crítica a las noticias o investigaciones, formarnos opiniones independientes, saber utilizar la estadística, etc.
En otros campos, como las matemáticas o la comunicación, sucede algo similar. Aquellas no demandan que memoricemos fórmulas o repitamos manualmente operaciones que una computadora realiza con mayor eficiencia. Lo que es importante es, a la par que poder realizar las operaciones básicas que se encuentran en la vida diaria, saber manejar información cuantitativa o tener la capacidad para tomar decisiones financieras, por citar un par de ejemplos.
La enseñanza de la comunicación, por su parte, no debería estar centrada en leer –y comprender– los mismos textos o en demostrar que conocemos el significado de palabras que nadie usa. Está bien contar con un léxico importante pero las palabras rebuscadas no aportan en nada sino que nos alejan de lo importante de la comunicación: comunicar. Además, comprender no es suficiente, sino que todos debemos estar en la capacidad de preguntar, criticar, evaluar la credibilidad.
El siglo XXI demanda que nos concentremos en que niños, niñas, adolescentes, y jóvenes desarrollen la capacidad de ser claros y concisos, a la par que la habilidad para llamar a la acción a través de la energía y pasión de su mensaje, independientemente del medio que utilicen (oral, escrito, multimedia, etc.). Escribir es importante, tanto como leer. Escribir a menudo y recibir la retroalimentación que contribuya al desarrollo de una voz propia. El acto de escribir, al igual que el hablar mismo, solo se desarrolla si tenemos algo que creemos importante compartir.
En el mismo sentido, las ciencias reclaman que generemos en los niños y niñas el entusiasmo por comprender cómo funciona el mundo que los/las rodea, que la curiosidad los lleve a preguntar y, más allá de esto, a elaborar y probar hipótesis. Tomemos, por ejemplo, el caso de la electricidad. ¿De qué sirve saber conocer sus leyes si los estudiantes no comprenden cómo funciona la electricidad en un hogar o, incluso, en la ciudad?
La forma en la que nos aproximamos al conocimiento hoy reclama que consideremos además que vivimos en un mundo global y que la inteligencia artificial es cada vez más un apoyo mayor a la actividad humana. Pensemos en los idiomas. Es importante ir más allá de la lectura y la redacción. Las máquinas pueden ayudar mucho en ello. Lo realmente relevante es comprender, a través del idioma, los matices de cada expresión y la cultura misma. Que los niños, niñas adolescentes y jóvenes adquieran una competencia a este nivel les dará una ventaja significativa para colaborar a escalas mundiales. No deberíamos aspirar a nada menos. Existen opciones para fomentar este tipo de aprendizaje, ya sea a través de viajes, videoconferencias, o intercambios.
En el libro existen otros ejemplos y también aspectos relacionados con la educación superior o las evaluaciones estandarizadas que no desarrollaré aquí porque quise/quiero concentrarme en el propósito de la educación. Que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes realmente aprendan, depende en buena cuenta de que en el proceso de aprendizaje existan oportunidades para aplicar el conocimiento adquirido a situaciones nuevas o para resolver problemas, que se les permita y motive a investigar sobre los temas que les parecen importantes y que se creen espacios para la interacción con pares, entre otros aspectos. En este sentido, no es importante el conocimiento per se sino lo que se puede hacer con él. Saber qué hacer con él depende en buena cuenta de que cada quien descubra su pasión y propósito. El objetivo de la educación es precisamente involucrar a los estudiantes con sus pasiones y ayudarlos a tener ese sentido de propósito, enseñarles las competencias esenciales para su carrera y para la ciudadanía e inspirarlos a emprender cada proyecto con esa energía que los lleve a hacer las cosas bien, para hacer del mundo un lugar mejor para todos.
El mundo que tenemos al frente reclama que nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes manejen contenidos, desarrollen competencias y tengan la voluntad suficiente como para persistir en sus elecciones. Las competencias que hoy se requieren no son las mismas que se han priorizado en la educación tradicional. Necesitamos desarrollar el pensamiento crítico y la resolución de problemas, la iniciativa y el emprendimiento, la colaboración, la capacidad de comunicarse por distintos medios (oral, escrito, multimedia), la curiosidad, la adaptabilidad, la capacidad de aprender y reinventarse, el manejo constructivo del fracaso (fracasa a menudo, fracasa pronto). Es sorprendente lo rápido que cualquier niño o niña puede adquirir una destreza sin par en el área que le importa. Y nosotros, padres, madres o profesores, tenemos el rol de guiarlos y ayudarlos a encontrar esa motivación intrínseca para construir su propio camino.
Lima, 1 de febrero de 2021
Most Likely to Succeed: Preparing Our Kids for the Innovation Era («Con más probabilidades de tener éxito: preparando a nuestros chicos para la era de la innovación»). Tony Wagner, Ted Dintersmith