Carol Alva Martínez | EDUCACCIÓN
Entrevista a Inés Kudó
El 28 de octubre del año 312 los ejércitos de Constantino y Majencio, dos enemistados emperadores romanos, libraron una dura batalla en las afueras de Roma. En los días previos Constantino había tenido una visión: una cruz en el cielo al lado del sol. Esa misma cruz se le apareció en un sueño con una inscripción en griego que decía: con este signo vencerás. Entonces, el emperador no tuvo dudas de que se trataba de una señal. Ordenó a sus soldados pintar en sus escudos una cruz con las letras griegas χ y ρ, las iniciales de Jesús, en reemplazo de las clásicas águilas imperiales. Constantino ganó esa batalla, después legalizó la religión cristiana y decretó el cese de toda persecución. Ahora bien, ¿fue correcto que el emperador obligue a sus soldados a pintar el signo de una religión que no era la suya? El hecho es conocido, forma parte de la historia y la pregunta podría dar a lugar a un debate filosófico entre especialistas en cualquier universidad. Pero ¿se la haríamos a niños menores de 10 años?
El relato lo escuchamos en el salón de una «escuela» que, en estricto, no lo es. No era una sesión de lectura y comprensión lectora. Era un espacio de diálogo y análisis crítico sobre hechos históricos y sobre ética, a cargo de niñas y niños entre 7 y 11 años. “Yo no estoy de acuerdo, creo que el emperador obró mal”, dijo una niña. ¿Y por qué piensas eso?, le preguntó el guía que facilitaba la discusión. “Porque nadie tiene derecho a imponer sus ideas”, fue su respuesta.
En otro espacio, niñas y niños entre 3 y 5 años juegan libremente y comparten retos con sus compañeros. Es un ambiente decorado con juguetes educativos, piezas para armar, material concreto, cojines y la “Mesa de la paz”. Otro grupo aprende matemática con videojuegos y apps -aplicativos- educativos.
Son chicas y chicos aprendiendo de manera autónoma, apoyándose entre sí, con reglas y acuerdos negociados y firmados por todos. Que estos niños culminen su escolaridad construyendo su propio camino y planificando su futuro, es la propuesta de Tinkuy Marka Academy. Como su slogan dice: no es un colegio alternativo, es una alternativa al colegio.
Cada sala está acondicionada según los rangos de edad de sus miembros y cuenta con el material didáctico a libre disposición. Aquí no hay aulas cerradas, carpetas, secciones ni tareas. Aquí se avanza de acuerdo a la madurez y razonamiento de cada estudiante. Se aprende de manera integral y autónoma, con la orientación de los guías.
Tampoco hay grados sino estudios multiedad. Actualmente se han organizado tres grupos: Explorer (3-5 años), Spark (5-7) y Discovery (7-11). Pero el plan es implementar dos etapas más en los próximos años: Ágora (11-14) y Launchpad (14-17). El paso de un grupo a otro depende de los logros de cada niño, su autonomía para aprender y su madurez. “Estamos tratando de identificar el momento y los indicadores que nos digan que ya están listos para pasar al otro lado”, nos explica Inés Kudó, su fundadora.
El año académico no se organiza como en las escuelas, de marzo a diciembre. Tinkuy recibe a sus miembros 11 meses al año con recesos cada cinco a seis semanas, y la posibilidad de seguir los estudios en casa o donde estén, si alguno no puede estar presente en algún momento.
Inés explica que en Tinkuy se incentiva el aprendizaje autónomo, no se enseña ni se dicta clases. Esta innovadora propuesta se inspiró en el movimiento de microescuelas y de unschooling (des-escolarización), activo en Estados Unidos y otros países. La necesidad de experimentar este nuevo modelo surgió de su inquietud como madre preocupada por una educación que haga feliz a su hijo mientras se prepara, nada más y nada menos, que para hacerse cargo de su propia vida. Uno podría preguntarse si acaso no es eso lo que deberían hacer las escuelas, ¿por qué mejor no buscar una escuela que asegure esa ruta en vez de construir una alternativa a la escuela misma?
Uno de los letreros que cuelgan de las paredes de Tinkuy parece tener la respuesta: “La educación es todo lo que queda después que uno olvida todo lo que ha aprendido en la escuela. Es un milagro que la curiosidad sobreviva a la educación formal”. La frase le pertenece a Albert Einstein. O esta otra de Mark Twain, el famoso autor de Las aventuras de Tom Sawyer: “Nunca dejé que mi escolarización interfiera con mi educación”.
Inés Kudó es especialista en educación y además psicóloga. Ha pasado más de 10 años trabajando a favor de la educación pública desde el Banco Mundial en Perú. Tiene una maestría de la Universidad de Harvard y, sobre todo, es mamá de Camilo, un perspicaz niño de cinco años. De sonrisa contagiosa y dulce, conversador, desenvuelto, Camilo conoce perfectamente su rutina: “Nos despertamos, nos lavamos los dientes, nos vestimos, luego tomamos desayuno y salimos”, nos dice en voz baja. Ambos inician el día muy temprano. Deben apresurarse para salir, pero no rumbo al colegio, sino a la aventura del día.
Poco tiempo después, llegan al local de Tinkuy, en Surquillo. La Casa Studio cuenta con dos pisos y ambientes especialmente acondicionados para el aprendizaje libre y autónomo. Las paredes están decoradas con los acuerdos de convivencia y los proyectos elaborados por las niñas y niños. Hay además mucho y muy variado material didáctico.
“Nuestra misión es inspirar a cada estudiante a encontrar su propósito”, nos dice Inés. Antes nos había dejado en claro que la formación que ofrecen se centra en el estudiante como protagonista de su historia personal. Pero esto no es solo una frase bonita. Durante todo el tiempo que se pasa en Tinkuy, esa es la pregunta de fondo que los anima: ¿qué historia quieres contar con tu vida?, ¿cuál es tu regalo para este mundo? “Nos interesa que se esfuercen en descubrir cómo poner sus talentos al servicio del mundo, porque no se trata de que te importe solamente tu vida”, enfatiza.
“La idea es que salgan sabiendo qué quieren hacer, por lo menos, en los próximos 10 años, ¿cuál es su llamado?, ¿qué los mueve? (…) Ellos aprenden desde chiquitos a fijarse sus propias metas, organizar su tiempo, trabajar para alcanzar esas metas, monitorear su avance, controlar su distracción”, detalla Inés mientras recorre los ambientes de su centro. Identifica a los niños, los saluda y hace preguntas que muestran su interés por cada uno de ellos.
Tinkuy nació de su necesidad, como mamá, de ofrecer la mejor educación posible a su hijo. Una educación que le permita desarrollar sus capacidades y lo haga feliz. “Él ha estado sus primeros tres años jugando feliz en el parque. No ha ido a un nido”, explica.
Cuando Camilo cumplió tres años, ingresó a un centro inicial inspirado en la pedagogía de María Montessori, una pedagoga italiana nacida en 1870 creadora de un método que fomenta la autonomía y la iniciativa del niño en su aprendizaje. “La educación es un proceso natural emprendido por el niño y no se adquiere escuchando palabras sino por experiencias en el entorno”. Esto lo dijo Montessori hace más de 70 años y la frase se encuentra sobre una de las paredes de Tinkuy. A Inés le pareció una buena propuesta, y allí estuvo por un tiempo. Pero Camilo no estuvo muy de acuerdo, no se sentía feliz. Inés recuerda que su niño “lloraba asustado, no quería ir”. “Hablé con las profesoras para encontrar una solución, me daba pena arrastrarlo contra su voluntad. A veces, lo dejaba ir al parque y allí era totalmente feliz”, agrega.
“Él es un niño que desde chiquito quería aprenderlo todo. Preguntaba y miraba, investigaba, tenía un vocabulario muy desarrollado. En un salón cerrado no se sentía feliz, no tenía esa libertad de movimiento, se sentía atrapado. Se asustaba, se aburría”, detalla.
Luego de varias búsquedas infructuosas, tuvo una conversación iluminadora. “Mi hermano me había estado insistiendo con hacer juntos homeschooling (educación en casa). Luego pronunció esa palabra que yo no había escuchado antes: microescuela. Empecé a investigar y encontré un mundo nuevo”, recuerda. “Microescuelas hay de diferentes tipos, pero básicamente la idea es una forma de aprender distinta, liderada por los estudiantes, sin las estructuras cuadriculadas de la escuela”.
¿Qué factores contribuyeron al nacimiento de Tinkuy Marka Academy? Era el año 2017. “Empecé a leer mucho sobre el tema. Justo antes que Camilo empiece el nido, yo me había enfermado y las medicinas afectaban mi sueño. No me dejaban dormir, así que aprovechaba para leer. Despertaba de pronto a las tres de la mañana y leía hasta que amanecía”, confiesa.
Ese proceso de búsqueda tuvo resultados. “Encontré este sitio: Acton Academy, me sentí conectada con su filosofía, con su propuesta y vi que afiliaba fuera de Estados Unidos, así que decidí apostar por esto y hacer una microescuela”. “Fue todo un proceso, decidimos abrir el 2018, antes de lo que tenía pensado”, nos relata.
Le preguntamos si el proyecto lo hizo sola o con alguien más. “Toda la inversión fue mía, pero me ayudaron con su tiempo y su experiencia algunas personas que yo admiro y respeto mucho, tanto en lo personal como en lo profesional: Lea Sulmont, Joan Hartley, Ana María Pastor. Y, claro, contraté guías, un equipo que trabaja directamente con los niños”, recuerda.
“Teníamos 14 niños para empezar, en el camino dos familias viajaron al extranjero, y llegaron dos niños más… Mientras tanto, hicimos el reclutamiento para el 2019, el primer semestre arrancamos con 42, pero de ellos cinco venían por intercambio, o sea, solo un semestre acá. Ahora estamos en 38, entran y salen, algunos se van de viaje y otros se incorporan porque los aceptamos durante el año”, explica. “En el caso de los nuevos, empiezan a trabajar desde el nivel en que están en cada campo de habilidad y conocimiento, no es que se hayan atrasado”, nos aclara.
¿Cómo han sido estos dos primeros años? “Ha sido una curva de aprendizaje bien empinada y seguimos diseñando y mejorando en la marcha. El año pasado armamos el estudio de los más chicos, que es el Explorer, porque el concepto inicial fue evolucionando. Este año ha cuajado más”. Inés se siente satisfecha pues ve recompensados sus esfuerzos. Justamente, desde el salón Explorer (3-5 años), las niñas y niños inician el aprendizaje autónomo. Es la etapa de explorar el mundo, jugar en libertad, aprender a expresarse, verbalizar, socializar y compartir.
Pero no todo es felicidad. Aprender a compartir puede traer algunos inconvenientes entre compañeros. Naturalmente, los disgustos, los malentendidos, las desavenencias y los conflictos entre los niños son tan normales como ocurre entre los adultos. ¿Cómo se manejan en Tinkuy? ¿Hay castigos? ¿Hay papeletas? ¿Hay reprimendas y amenazas?
Pues no. Lo que hay es una “Mesa de la Paz”. “No se trata de que el adulto le diga que pida disculpas y se abracen, sino que ellos solos resuelvan, por ejemplo, que uno diga qué le molestó y que el otro lo repita para que comprenda”, señala Inés.
En todos los grupos se utiliza esta mesa, que es una carpeta de madera, decorada con una flor tejida a crochet en un pomo de vidrio reciclado a modo de florero, con bancas en ambos lados para que los niños se sienten frente a frente. “Dejamos que ellos traten de encontrar cual es la salida que les conviene, de repente es una que el adulto no hubiera pensado”. Pero, ¿y si la solución no es justa? “En ese proceso se comenten injusticias, sobre todo porque los más grandes intentan salirse con la suya, pero es parte de confiar en ellos y los más pequeños tienen que encontrar la forma de rebelarse contra cualquier injusticia que se produzca. El control está en ellos, es la parte más compleja”, responde.
Pero no se piense que los límites no existen. Existen y todos lo saben bien. “Si una niña entrega una poesía diciendo que es suya y resulta que la copió de internet, eso es un strike: una infracción al código de honor. Al tercer strike, el estudiante se va a resetear a casa, a tomar distancia para que piense si quiere estar acá y construir comunidad, para que reflexione qué tiene que hacer de diferente para lograrlo. No es una suspensión, es una oportunidad para crecer a partir de los errores. Entonces, cuando vuelve y comparte lo que ha pensado, es una celebración. Porque todos nos equivocamos y lo más importante es querer intentar de nuevo”.
La regla es esta: si acumulas tres strikes más, vuelves a “resetearte”, pero si llegas al noveno, entonces te vas de Tinkuy porque tus acciones muestran que no quieres o no estás listo para la responsabilidad que implica aprender en libertad y en comunidad. Pero si en algún momento logra pasar seis semanas seguidas sin infracciones, se borra todo el historial. La idea de fondo es que todos podemos cambiar y aprender de nuestros errores, no tenemos por qué cargar con un pasado para siempre, uno puede empezar de nuevo. Nadie te “pone” un strike, tú te lo ganas porque sabes qué debes hacer para “ganarlo”. Es un recordatorio de que hay límites que respetar y que cruzaste uno.
Para los más pequeños existe “El código del héroe”: prohibido golpear, patear, morder, dar puñetazos. El principio en que basa es: me cuido, cuido a los demás, cuido nuestro espacio. Desde que existe el Código del Héroe pararon los golpes, nos cuenta Inés, y las discrepancias se trasladan al terreno de la discusión.
Los estudiantes mayores, de Discovery, registran sus avances en un sistema online que sus pares y sus padres pueden ver “en vivo”. Cada día rinden cuenta de sus progresos y ganan puntos por su esfuerzo. Más o menos, 20 puntos por cada hora de trabajo enfocado. El sistema de puntos está claramente establecido y ellos saben cómo ganarlos. Este sistema muestra también en qué están invirtiendo su esfuerzo: matemática, inglés, lectura, escritura, proyectos. Con más esfuerzo ganan más libertades para manejar su tiempo y sus actividades. Si no logran un mínimo de puntos, revierten a un nivel básico de libertad en el que tienen un horario personal que cumplir. Los que demuestran responsabilidad y capacidad de organizarse para lograr sus metas, pueden decidir en qué trabajar y cuándo.
¿Y cómo se verifica si aprenden o cuánto aprenden? Aquí también nos encontramos con un sistema original. Los logros en el desarrollo personal y académico, desde el Studio Spark (5 años) en adelante, se miden con badges o emblemas de aprendizaje, como los que consiguen los Scouts. Un badge demuestra la maestría en un área, por ejemplo, el badge de Matemática Nivel 2 corresponde a que se ha completado el 100% de las competencias de matemática del segundo grado de primaria, según los estándares de Khan Academy (que son más altos que los de las escuelas regulares). Además, en Explorer y Spark los guías completan el Mapa de Ruta de cada niño para registrar su progreso en indicadores socioemocionales, de lenguaje, razonamiento, y psicomotricidad.
Ahora bien, ¿quién cumple en Tinkuy la función docente? Durante su recorrido por cada etapa de estudio, las chicas y chicos cuentan con guías y mentores. “Les llamamos guías socráticos, varían de estudio a estudio, no hay profesores en el sentido estricto del término”, explica Inés. Ocurre que es un modelo de aprendizaje independiente, nadie “les enseña”. Por algo puede leerse en otra de las paredes del local, una impactante frase de John Holt (el maestro que fundó el movimiento de unschooling): “Muy lenta y dolorosamente aprendí que cuando yo empecé a enseñar menos, mis niños empezaron a aprender más”.
¿Cómo es la dinámica de aprendizaje? Inés detalla que “hay un bloque en el que cada uno avanza a su ritmo en lo que escoge, desarrollando simultáneamente competencias de autonomía y autorregulación, y habilidades académicas/cognitivas como multiplicar, leer, redactar, clasificar, etc”. Luego de un refrigerio y descanso, el segundo gran bloque se dedica a talleres de artistas (Explorer/Spark) o de escritores (Discovery), intercalados con Quests, que son proyectos de cinco semanas aproximadamente, en los que los niños juegan a convertirse en entomólogos, detectives, astronautas, y muchas cosas más para abordar una serie de retos prácticos que integran la ciencia, la tecnología, las artes, la matemática y las humanidades, con preguntas profundas como las que vimos en la sesión sobre el Emperador Constantino. Y además tienen talleres de música y Taekwondo.
En el último quest del año, “Growing Curiosity” (Nutrir la curiosidad), los niños presentan los temas que quieren investigar y votan para elegir. Por ejemplo, de dónde sale el viento, qué es la electricidad, si existen los extraterrestres, qué es el Ave Fénix, cómo es la piel de los dinosaurios, etc. Para iniciar su investigación se dividen en grupos y cada grupo investiga y prepara un miniquest para sus compañeros. En el caso del estudio Explorer, los guías traen propuestas, por ejemplo, la forma básica de un fósil armado con masitas para que el grupo luego lo continúe. En el estudio Discovery, los niños mayores, de 11 años, son los que deben preparar todo.
¿Y qué rol cumplen los guías? “Que las chicas y chicos pidan a los adultos que les expliquen lo que no saben es algo que se evita”, nos aclara. De todos modos, los chicos de vez en cuando preguntan. “Pero tenemos una regla: primero trata de encontrar la respuesta solo, si no puedes, pide ayuda a tus compañeros, ellos te pueden dar pistas mas no la respuesta. Si nadie sabe, recién vas donde el guía quien te ayuda a encontrar opciones y tú decides cuál aplicar, pero no contesta la pregunta por ti”.
Los guías sostienen su relación con los niños en base al diálogo socrático. “El tema socrático es el más complejo, pero también el más interesante. La premisa de fondo es que una vez que el niño se da cuenta de que es posible para él encontrar las respuestas y enfocarse, se empodera y se le abre otro mundo”, dice.
Para Inés, lo más importante de su propuesta educativa es devolver al niño la responsabilidad de su aprendizaje. “Nadie te puede obligar a aprender si no quieres. Para eso, nos esforzamos por hacer que aprender sea emocionante. Y luego, ya depende de cada uno. Eso les da más poder, más libertad”. No es sencillo, porque “no es tan fácil para los papás confiar en que sus niños pueden hacerse cargo, pero esa es la condición: tienes que confiar que, aunque se demore, sí va a poder”, agrega.
Tinkuy Marka Academy nació de la necesidad de una mamá por brindarle una educación diferente a su hijo, más orgánica, profunda y significativa. Por suerte, resultó ser una búsqueda compartida por otras mamás y papás. Una alternativa audaz para familias convencidas que apuestan por una educación que forme personas independientes, creativas, reflexivas y responsables de su propio proyecto de vida. “Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos. Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos” dice Helen Keller, en otro de los carteles que inundan las paredes de Tinkuy. Y vaya que aquí los niños y las niñas no solo aprenden, sino que disfrutan aprender, a más no poder.
Lima, 06 de enero de 2020