Edición 55

Redes sociales, aprendizaje y ciudadanía

Las redes pueden ser recursos útiles para el aprendizaje y la vida ciudadana, pero hay que saber utilizarlas, conocer su naturaleza y ser conscientes de sus riesgos

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Paul Barr Rosso | EDUCACCIÓN

Si los seres humanos somos una especie que, gracias a la colaboración se convierte en algo más que una suma de individuos, las redes sociales pueden ser un vehículo para la sinergia, más allá de espacios físicos o temporales específicos. De hecho, hemos visto numerosas iniciativas de orden local o global, como el #Black Lives Matter, el #Me Too movement y su versión local #Ni una menos, que se han gestado en estos espacios virtuales. En estos casos, las redes han sido vehículos importantes de movilización política y ejercicio de la ciudadanía.

No obstante el potencial positivo innegable de las redes, estas tienen también facetas que implican peligros. Qué tan preparados estén tanto niños y adolescentes como jóvenes y adultos para aprovechar los beneficios y mitigar los riesgos, depende de la labor que hagamos los actores que tenemos la responsabilidad de educar. En la medida en que las redes sociales son ubicuas, las estrategias deben considerar esta característica e involucrar a padres, profesores, formuladores de política, académicos, entre otros.

En los párrafos siguientes presentamos algunos aspectos que es importante tener en consideración como punto de partida para el diseño de estas estrategias. Los dos primeros nos permiten entender el negocio de las redes sociales. Los tres últimos presentan las alertas.

¿Neutralidad o intencionalidad?

Una pregunta fundamental es si la tecnología es neutra y depende del uso que le demos. Partimos de una posición que considera que no existe tal neutralidad. Thaler y Sunstein (2009) mencionan que la configuración de los entornos importa para la toma de decisiones, algo que se conoce como choice architecture.

Antes, McLuhan señalaba que los medios que utilizamos influyen en la naturaleza y características de los mensajes que damos. Carr (2011) va en el mismo sentido: la tecnología influye incluso en cómo pensamos, en qué zonas del cerebro se activan y en qué conexiones sinápticas se pierden.

La guerra por la atención

Las redes sociales necesitan a sus usuarios. Puede surgir una alternativa con mejores características o políticas de protección de la información, pero no será utilizada en tanto no tenga la misma cantidad de personas conectadas. Las redes sociales, su propio nombre lo indica, solo valen en tanto la gente pase tiempo utilizándolas. Mientras más, mejor.

Por esta razón, las redes buscan enganchar a las personas. Para ello, no obligan sino inducen. A esta tarea está dedicada un contingente importante de psicólogos, antropólogos, matemáticos, entre otros profesionales. No solo son corporaciones expertas en tecnología sino en la comprensión de la naturaleza humana.

La guerra por la atención busca captar uno de los recursos más importantes de la época actual: la información. Hoy existe la capacidad de analizar grandes volúmenes de datos para tomar decisiones y dirigir estrategias de venta. En las redes sociales, cedemos gratuitamente esta información.

La erosión de la privacidad

Según Cobo (2019), leer las políticas de privacidad de GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) equivale a leer la mitad de la novela de Orwell 1984. Esto, sin contar con las actualizaciones. En la medida en que los usuarios no disponemos del tiempo ni de los conocimientos para entender estas marañas legales, solemos aceptarlas sin saber qué estamos cediendo.

Es importante, por ello, asumir que nuestros datos están expuestos y que las agencias reguladoras encontrarán mucha dificultad para lidiar con empresas transnacionales que innovan de manera constante.

Nunca solos y nunca acompañados

Las redes ofrecen la posibilidad de conectar y de desconectar, lo que nos lleva a los vínculos frágiles que mencionaba Bauman (2003). En el mismo sentido, Turkle (2017) cuestiona la forma de vincularnos con otros que posibilitan las nuevas tecnologías. Las relaciones humanas son complejas y las redes ofrecen la posibilidad de bloquear lo que no nos gusta. En este sentido, fomentan que no se establezcan lazos con otras personas sino con fragmentos de ellas, en función a nuestro interés. Esta práctica deteriora nuestra capacidad de entablar vínculos saludables.

Más allá de lo interpersonal, la constante demanda de atención de las redes sociales a través de notificaciones nos priva de la posibilidad de estar solos. Esta no solo es importante para la conexión de ideas y los procesos creativos, sino también para el autoconocimiento. Pasar por momentos de introspección es esencial para la construcción de nuestra identidad.

Un tercer aspecto que requiere de tiempo sin interrupciones es el desarrollo de nuestra capacidad intelectual. No podemos embarcarnos en procesos cognitivos complejos si somos bombardeados constantemente por llamadas de atención; no podemos desarrollar nuestras potencialidades si nos acostumbramos a trabajar con pedazos de información breve e inconexa.

Más que una suma de riesgos

Los aspectos enunciados en los dos acápites precedentes generan problemas adicionales, que mencionamos en las líneas siguientes, sin que la lista sea exhaustiva.

Debemos recordar que el riesgo no se encuentra en el uso de una red social sino en si este es inapropiado. Las consecuencias no solo afectan a niños y adolescentes sino también a jóvenes y adultos.

Las redes sociales crean un entorno con apariencia de intimidad. De hecho, muchas personas son más auténticas en las redes que en la vida real. Sin embargo, como hemos visto, la privacidad está en cuestión. La información que colocamos o compartimos queda flotando. Más allá del uso que le den las corporaciones, los demás usuarios de la red pueden utilizar la información que les proporcionamos. Esto implica un conjunto de problemas asociados al bullying o al acoso e incluso a delitos contra la libertad sexual, la estafa, la pedofilia o la trata de personas.

Otro aspecto que debemos considerar es qué valor otorgamos a la información que circula en las redes y cómo distinguimos las fuentes serias de las noticias falsas o los hechos de las opiniones. Si bien hay algunas consideraciones que podemos tener en cuenta, lo esencial es haber desarrollado el pensamiento crítico que nos permite cuestionar(nos). Como hemos visto, precisamente las redes, en particular, y la tecnología, en general, limitan muchas veces el proceso que nos permite desarrollar estas capacidades.

Un tercer punto es que las redes generan otros efectos que afectan el bienestar socioemocional, como el temor de perderse algo (FOMO, por sus siglas en inglés), el miedo a no ser bueno o adecuado, la exaltación de la apariencia física o el estatus económico, entre otros. No sorprende, por ello, el incremento de los casos de ansiedad o depresión, particularmente en las nuevas generaciones.

Finalmente, no podemos dejar de mencionar la brecha generacional. Según los últimos resultados de PIIAC para el Perú, la distancia entre las capacidades tecnológicas de los adultos y de los jóvenes es mucho más amplia que en otros países. Esto significa que, por un lado, tenemos a muchos padres o profesores, para quienes la redes o el internet son territorios crípticos y, por el otro, a los nativos digitales, más competentes en el uso de las tecnologías, pero muchas veces no conscientes de los peligros que entraña. Acercar a unos y otros es otro reto de política pública.

En resumen, las redes pueden ser recursos útiles para el aprendizaje y la vida ciudadana. Para aprovecharlas, hay que saber utilizarlas y esto depende en buena medida de conocer su naturaleza y sus peligros. Que los peruanos y peruanas estén en condiciones de ejercer su ciudadanía digital implica que se reflexione sobre las alertas que hemos mencionado en los párrafos precedentes y se establezcan estrategias adecuadas, más allá de un actor o espacio específico.

Lima, 20 de diciembre de 2019

Paul Barr Rosso
Abogado y Magíster en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es Coordinador Senior de Educación Superior en el Consejo Nacional de Educación. Ha sido consultor en la SUNEDU, los Ministerios de Educación, Cultura y Producción. Tiene doce años de experiencia en el sector educación, tanto en el ámbito público como privado. Ha trabajado en aspectos relacionados a la internacionalización, la investigación y la innovación. Es, además, papá de Emma y Liam.