Resumen
La participación ciudadana en la infancia es una premisa que se ha ido instaurando en el discurso y prácticas pedagógicas en los últimos tiempos. Sin embargo, en ese proceso se ha perdido de vista el real significado de participación democrática. El siguiente ensayo reflexiona sobre los conceptos de ciudadanía y participación en la infancia. Primero, se detalla el momento en que somos considerados ciudadanos y se analizan palabras como diálogo, escucha y reflexión para la construcción del significado de ciudadanía. Asimismo, se comenta sobre cómo se entiende la participación en las escuelas y se detiene en el rol del docente y la escuela para su ejercicio ciudadano. Finalmente se concluye con reflexiones que engloban lo mostrado a lo largo del texto, desde una perspectiva crítica y analítica.
Palabras clave: ciudadanía, participación infantil, democracia.
Ser ciudadano. Ciudadanía, democracia y participación
En nuestro día a día nos encontramos con diversas experiencias que nos invitan a pensar en lo que significa ser ciudadano, quizá esto no de manera explícita, pero sí desde lo implícito. Nos vemos inmersos, por ejemplo, en situaciones que nos invitan a decidir entre el bien común y el individual. Incluso, en el momento en el que vemos cómo los otros ejercen su ciudadanía, ese hecho despierta en nosotros sensaciones, así como ideas de cómo debería ser un “buen ciudadano” o, en medida de las acciones, se evalúa si se está siendo un “buen ciudadano” o “mal ciudadano”, todo ello, basado en nuestros propios principios y valores, así como prejuicios e ideas que hemos ido incorporando a lo largo de nuestra vida.
Asimismo, cuando se habla de ser ciudadano, o de ciudadanía en general y el ejercicio de esta, nos acercamos a aspectos que no necesariamente están basados en las problemáticas que nos aquejan como sociedad. Entonces, encontramos que hay un conocimiento incipiente sobre lo que podría ser la ciudadanía para todos, ya que se reconoce en sí lo fundamental de los Derechos Humanos, pero sin profundizar en ello. A medida que conozcamos y entendamos la relevancia de los derechos en la vida de las personas; será la forma en que nos hagamos aún más conscientes de su significado para nosotros y la sociedad.
Pensar que únicamente se trata de una información teórica que necesitamos repetir y memorizar; nos aleja de la idea real de lo que podría ser el comprender la ciudadanía en sí. En este punto es importante reflexionar sobre cuán cercanos o lejanos nos encontramos respecto a los derechos y por colación sobre nuestros deberes como ciudadanos. Podemos preguntarnos, por ejemplo, ¿cómo es que nos hemos percibido como ciudadanos?, ¿de qué manera hemos entendido la ciudadanía? y quizá, preguntarnos de manera rigurosa, ¿cuánto conocemos sobre nuestros derechos y deberes?
Por otro lado, hay que señalar que se viene profundizando en lo importante de la reflexión, de la memoria histórica y el pensamiento crítico para la construcción de la ciudadanía y su reconocimiento en la sociedad contemporánea. Magendzo (2004) menciona que debido a lo que acontece en América Latina, se debe avanzar de una ciudadanía política a una ciudadanía social, habla de un concepto de ciudadanía, como “una nueva manera de aludir al pueblo o a la sociedad civil, que pone en el centro los individuos como sujetos de derechos” (p. 6). Asimismo, señala que “la nueva ciudadanía trasciende los estrechos límites históricos, para abarcar de manera integral a todos los ciudadanos” (p. 8) reconociendo así que todos son sujetos de derechos y responsabilidades, “aceptando y complementando sus diversidades” (p. 8). Con esto se entiende que mientras nos vinculemos más con la idea de una ciudadanía social, probablemente necesitemos ir de la mano de la comprensión de la multidimensionalidad de las identidades personales y sociales en cada contexto. Tonucci (2016) por su parte menciona, sobre estar atentos a la diversidad de los niños y de los ciudadanos en general para atender a sus necesidades, él menciona:
El que se muestre capaz de tener en cuenta las necesidades y los deseos de los niños no tendrá dificultades para tener en cuenta las necesidades del anciano, del discapacitado, del extracomunitario. Porque el problema fundamental es aprender a aceptar la diversidad (…) (p.12)
Durante la construcción de nuestra identidad, que va de un proceso progresivo que nos acompaña a lo largo de la vida, entendemos que esto no se trata de un momento específico. No solo basta con el reconocimiento de quiénes somos y de donde pertenecemos, sino que todo va entrelazado y que esta relación entre conceptos nos permite tomar consciencia de este proceso en el que nos vamos constituyendo como personas y por ende ciudadanos. De esta manera, no podemos hablar únicamente de una identidad, sino de varias identidades que se desarrollan tanto de manera individual como colectiva. Y que esas identidades van de la mano con nuestro ser ciudadano y percibirnos como tal. Al respecto se señala lo siguiente:
En la misma medida en que el mundo adulto no percibe a los menores como ciudadanos de hecho y de derecho, tampoco los niños se autoperciben así. Y sin esta conciencia de ciudadanía, es difícil que alguien se sienta movido a la participación social (Trilla y Novella, 2001, p. 163)
Para el desarrollo de estas identidades, es necesario generar espacios y condiciones que las favorezcan, y así también el ejercicio ciudadano. Entonces, su realización se convierte en algo imprescindible y por ello, en primer lugar, nos debemos detener en la toma de conciencia ciudadana. La gran pregunta es ¿cómo? Rodríguez y Contreras (2014) señalan que hay que promover esa conciencia ciudadana erradicando únicamente el seguimiento de reglas impuestas, el modo de ejercer el poder político, el miedo a opinar, demostrándose que los individuos tienen derecho a ejecutar un óptimo desarrollo del bienestar social, rescatando la voz en el escenario de lo público, y así se reivindicará la dimensión política del sujeto, pero ¿cómo hacerlo? Es verdad que aún en la práctica nos encontramos en los primeros pasos de darle la importancia que requiere este accionar. Se necesita promover la participación desde una mirada rigurosa, que inicia en nuestros primeros momentos de ser ciudadanos, la primera infancia.
En la línea de lo presentado, iniciamos un proceso de reflexión sobre lo que vendría a ser la participación infantil y su importancia en la construcción de identidades en las cuales se favorezcan y nutran las competencias ciudadanas. El preguntarnos, ¿cómo se construye el sentido de ciudadanía en la infancia?, ¿por qué es importante para las personas y sociedad? y, ¿cuán importante es el rol del docente y la escuela en la participación infantil? Todo ello nos permite incidir en aspectos con los cuales nos hemos ido familiarizando pero que aún necesitamos revisar. Uno de estos es por ejemplo preguntarnos ¿en qué momento nos “convertimos” en ciudadanos?, así como cuando nos detenemos en la participación, ¿de qué necesitará la participación infantil para su desarrollo en las aulas y escuelas? y, por otro lado, pensar en ¿cómo es que tenemos que contribuir, como docentes, e integrantes de una comunidad como la escuela en la participación de los estudiantes? Quizá sólo y de esta forma, preguntándonos y tratando de dar respuesta a estas interrogantes, reconozcamos que es momento de parar de dejar de lado a quienes mencionan Trilla y Novella (2014), como los invisibles en la participación, las niñas y los niños.
Momento en el que nos “convertimos” en ciudadanos
La concepción de ser y sentirnos ciudadanos viene a nosotros, al parecer, con la idea del derecho al voto. Sin embargo, ya sabemos que desde ese momento no somos ciudadanos sino mucho antes, al nacer. El derecho a un nombre nos posiciona como un reconocimiento a una identidad jurídica ante la sociedad, donde se nos reconoce como parte de un colectivo desde el nacimiento. A todo esto, Gallego-Henao (2015) en sus conclusiones afirma que la participación no solo es un derecho por ser emanado por la ley, también menciona que es un derecho que tienen todas las personas por su condición humana y que por ese motivo debe ser fortalecido en los niños y niñas desde su nacimiento. Ya lo decía Giroux (1992), quien propone un método educativo donde se promuevan alternativas pedagógicas en la escuela a partir del desarrollo del pensamiento reflexivo.
Pero ¿cómo hacerlo si aún no concebimos la idea de que las niñas y niños son sujetos de derecho? Casas (1995), también señalaba que aún se les sigue viendo como ciudadanos del futuro. Él menciona: “nuestro futuro social, pero ciudadanos, personas, sujetos de derecho lo son ahora mismo” (p. 467). Entonces podemos decir que se necesita hacer un énfasis profundo a la mirada que tenemos sobre las niñas y niños y cómo su participación también debe ser tomada en cuenta para decisiones actuales, desde el hogar como un primer entorno, hasta su comunidad y por qué no decirlo, las instituciones del Estado. Tonucci (2016) lo mencionaba mientras reflexionaba sobre las decisiones que se toman desde los adultos, todo ello sin escuchar a los niños, él dice: “También los servicios para la infancia son pensados para los adultos y no para los niños” (p. 9), siendo de esta manera crítico sobre las propuestas que se dan “pensadas” en los niños, cuando aún se sigue teniendo una mirada de adultocéntrica.
La participación va de algo más, va del hecho de ser parte en algo, de eso se trata. Cuando pensamos en esta frase, nos centramos en el sentido de pertenencia que podemos tener en un lugar, sea comunidad, sociedad. El desarrollo de este sentido de pertenencia empieza a tener mayor comprensión cuando nos reconocemos como seres individuales, pero también como parte de un algo, sea un lugar o un colectivo. La persona que se siente parte de algo se implica con los temas que afectan su entorno y es así como se genera un sentimiento de pertenencia. Este sentido de comunidad, del que mucho se habla, va justamente del hecho de sentirse como un elemento clave, en la interacción con los otros. En ese momento en el que te sientes miembro; parte de un grupo, haces tuyo el espacio en el que te encuentras y en definitiva contribuye en la participación. Asimismo, se hace énfasis en la convivencia democrática, así como en la intervención de la familia y la escuela para ello y se dice “están llamadas a poner las bases sobre las que se levantará el ciudadano democrático” (Mínguez y Romero, 2018, p. 21), es a lo que todos apuntamos, pero ¿cómo podría serlo?, Nussbaum (2010) lo menciona, ella dice que vendría a ser “un ser activo, crítico, curioso y capaz de oponer resistencia a la autoridad y a la presión de los pares” (p.105).
Por otro lado, tal como lo menciona Novella (2012), la participación infantil se trata de algo que va más allá de la mera expresión y que para ello es necesario observar y comprender el concepto desde lo complejo y profundo, para ello es necesario ser conscientes de la multidimensionalidad del proceso de desarrollo de la práctica educativa. En ese sentido, entender a la práctica educativa como un ejercicio que nos lleva a repensar constantemente las acciones que se están llevando a cabo en el interior de las aulas y escuelas, nos permitirá salir de únicamente la palabra y llevarlo a la acción y ese proceso nos encontramos.
El diálogo y escucha como elementos clave en la participación infantil
Para Freire (2012) sostener el diálogo es necesario. Él defendía que no es solo un producto histórico, en tanto implica comunicarse con el otro o con los otros, sino que es la propia historicidad. Asimismo, menciona que la reflexión, bien hecha, conduce a la práctica y que tanto la reflexión y como la acción deben ser entendidas como una unidad. Además, en su libro Cartas a quien pretende enseñar, hace hincapié en el hecho de hablarle a el y con el educando y del hecho de que tengan la oportunidad de oírse. Ya que aún en la actualidad, nos damos el espacio, como educadores, a hablarles, desde nuestra posición de “autoridad” y no desde la escucha. Pero acaso, ¿no es así como aún se mantienen las dinámicas y prácticas en distintas instituciones de todos los niveles? Efectivamente, y es que educar, pero aún más, educar en ciudadanía y por ende, en la participación sigue siendo un reto en todos los niveles.
Educar en la complejidad de lo que implica, reconociendo la relación directa que se tiene en estas interacciones con personas, porque en esa interacción nos encontramos con una diversidad amplia y no estática, sino evidentemente dinámica y multidimensional y para acercarnos más a ella, el diálogo y la escucha se convierten en fundamentales. Cuando se trata de dar significado a la escucha, Rinaldi (2001) sostiene que uno, debería estar abierto y mostrarse sensible a la necesidad de escuchar y ser escuchado. Asimismo, nos habla del hecho de escuchar con todos los sentidos. Entonces, se habla de un tipo de encuentro en donde están presentes también el diálogo y la reflexión, incluso la interior, en donde también están permitidos los silencios. El pensar en la escucha como la oportunidad de hacerse preguntas y no necesariamente solo obtener respuestas.
Entonces, el diálogo no debe ser entendido como algo simple. Por momentos se concibe como la única acción en donde se da la palabra frente a alguna pregunta, sin embargo, esto se convierte en una respuesta mediada a lo que se espera escuchar. Tonucci (2002) sostiene que el hecho de dar la palabra no significa que se deba simplemente preguntar, sino que se trata de crear situaciones propias para que tanto niños como niñas puedan expresarse.
Comprender que nos encontramos en un mundo de cambio constante, educar sobre, en y para la ciudadanía es aún más complejo, porque nos invita a mirarnos en nuestro actuar, en nuestras bases como persona, en nuestra identidad y en nuestro ser con otros. En este ida y vuelta de cómo ser ciudadanos, es donde nos encontramos en la actualidad, y el hecho de que sea algo considerado como “bueno” ya puede darnos ciertos alcances, de origen filosófico y más- pero realmente, ¿a qué nos referimos con el buen actuar y el buen ser, y cómo esto determina o establece algunos parámetros sobre ser un buen ciudadano?
Trilla y Novella (2014) proponen un concepto de lo que podría ser un buen ciudadano: “aquel que se compromete con la mejora de las condiciones realidades de ciudadanía de los demás y/o con la mejora del propio sistema de ciudadanía establecido” (p. 32) Es importante comentar la relevancia del espacio a la participación, al diálogo y a la discusión y con ello encontrar la relación directa con el educar en, por y para la ciudadanía. Entonces, entendemos así que el diálogo se convierte en trascendental para la participación infantil, pero la generación de condiciones para ello es aún más.
Además, en un documento anterior, ambos investigadores Novella y Trilla (2014) proponen criterios o factores moduladores de la participación, entre tanto, señalan que estos pueden darse en grados diferentes, estos factores que señalan son la implicación, información/conciencia, capacidad de decisión y compromiso/responsabilidad. La relevancia de estos criterios es que nos presenta una participación más cercana y real sobre lo que acontece en cada contexto. Entonces, al comprender que se necesita de la información, el poder decidir y un compromiso cargado de responsabilidad es que vemos una participación que realmente implica más que responder al voto ciudadano como el ejercicio, sino que necesita de personas que realmente se involucren con el actuar ciudadano.
Es interesante hacernos preguntas que nos acerquen a la mirada de ciudadanía que queremos crear, no solo repetir, y que vaya de acuerdo con el contexto en el que nos encontramos. Por ejemplo, al pensar en Perú siendo considerado un espacio multicultural y plurilingüe, con la diversidad que lo caracteriza, podría pensar en cómo sería esta participación. Una muy ligada al complejo proceso de la construcción de la identidad de cada persona sin dejar de lado la diversidad de la población, solo de esa manera quizás, podríamos ejercer una ciudadanía acorde a lo complejo de nuestro país.
Creemos que las únicas oportunidades de ser ciudadanos las encontramos en el momento de votar por un representante, pero, realmente, ¿qué es? ¿qué significa ello? ¿qué otras oportunidades encontramos para el ejercicio de la ciudadanía en nuestro país? Y, sin irnos tan lejos, en nuestra comunidad.
Podríamos también preguntarnos, ¿qué significa ser un ciudadano en cada país en el que nos encontramos? ¿desde qué momento somos considerados ciudadanos en nuestros diferentes contextos? Y si dista mucho de otras realidades similares o diferentes a la nuestra. Entre las preguntas planteadas es interesante retomar aspectos que no debemos dejar de mirar, el por qué y para qué ejercer ciudadanía, así como el dónde.
Ciudadanía en las escuelas
Cuando nos acercamos al dónde, podemos pensar las escuelas, es necesario ver si estos espacios finalmente nos invitan a ser ciudadanos activos, críticos y comprometidos, así como si se promueve en las aulas la participación, o si hemos dejado aspectos que dábamos por sentado en las bases del conocimiento. Nos preguntamos: ¿cómo se puede hablar de democracia en las escuelas? ¿por qué es importante los espacios de diálogo y debates en las diferentes edades? ¿a qué nos enfrentamos los docentes cuando escuchamos realmente a nuestros estudiantes? Son cuestiones que nos acompañan cuando pensamos en ciudadanía en las escuelas. Sin embargo, más allá de pensar en cómo se puede hablar de democracia, nos podríamos detener a mirar en cómo se puede vivir la democracia en ella.
Pensar la escuela como el espacio democrático de diálogo donde se generan intercambios y debates que pueden ser intergeneracionales es beneficioso, no solo para la institución en sí, sino para la sociedad. Comprendemos así, que, si se pretende vivir la ciudadanía y democracia, la escuela no es estática, sino por el contrario es una escuela dinámica. Un espacio físico con más cuestionamientos rondando no solo las aulas, sino entre los pasillos, el patio y otros ambientes, así como entre las personas. Reflexiones, ideas, pensamientos y también acciones, el cómo ejecutar nuestro ser ciudadano en estos espacios. “Un ambiente que es necesario pensar y vivir” como lo menciona decía Loris Malaguzzi.
Entonces, ante las preguntas sobre cómo educar en, por y para la ciudadanía, pensamos en esa escuela de la que nos hablaba Freire (2010):
La escuela que es aventura, que marcha, que no tiene miedo al riesgo y que por eso mismo se niega a la inmovilidad. La escuela en la que se piensa, en la que se actúa, aquí la escuela que apasionadamente le dice sí a la vida y no a la escuela que enmudece o me enmudece. (p. 84)
Podemos decir de esta manera que se entiende a la escuela como un lugar activo, de participación, de diálogo y escucha, entonces se puede decir que, para educar en ciudadanía, se debe vivir la ciudadanía en las aulas, en la escuela. Rinaldi (2001) sostiene que se deben generar “contextos de escucha” donde uno aprender a escuchar y narrar, a representar de manera libre, interpretar sus teoría a través de la acción y donde cada vez más la compresión y la conciencia se generaran a través de de estos espacios donde se comparte y dialoga.
Por otro lado, es fundamental reconocer que la escuela se debe preparar para generar espacios de participación y que estos a su vez respondan a las demandas de los estudiantes, podemos decir que se puede llegar a un tipo de participación. Entre las condiciones necesarias para la participación Trilla y Novella (2001) mencionan: “La participación real y efectiva implica que se den, conjuntamente, al menos tres grandes condiciones: reconocimiento del derecho a participar; disponer de las capacidades necesarias para ejercerlo; y que existan los medios o los espacios adecuados para hacerlo posible” (p.156). Asimismo, luego mencionan que el participar tiene muchas formas, tipos, grados y niveles, con esto, la participación puede ser utilizada de manera errónea, llevándose a procesos directivos y autocráticos.
Jaramillo y Mejía (2020) a través de su estudio realizado en Colombia, evidencian cómo es que, a través de un proyecto pedagógico de participación, los estudiantes fortalecieron procesos de autonomía, responsabilidad y trabajo colaborativo. Ambas señalan que los mismos fueron adoptando aptitudes las cuales les permitieron hacer propuestas desde sus mismos intereses y conocimientos.
Así como se habla de la escuela, también se habla de la sociedad, en la cual es necesaria la generación de una dinámica educadora, no solo en las escuelas sino también en las ciudades, donde se incorpore los ciudadanos en el diseño del proyecto social que la orienta y la define. Se habla de “…incorporar el ciudadano no sólo para garantizar que todas las voces están representadas dentro del proyecto y que, por lo tanto, nadie se sienta excluido, sino para garantizar la formación de una ciudadanía cada vez más protagonista y competente en la construcción del proyecto de ciudad” (Novella, 2012, p. 384)
Entonces se puede decir que, en general, la educación tiene “una responsabilidad en formación de ciudadanos democráticos comprometidos con el desarrollo humano de sus naciones y del mundo, y no solo con el desarrollo económico” (Míguez y Romero, 2018, p. 19).
Rol del docente y la escuela en la participación ciudadana
Cuando Giroux (2017) se hace la pregunta sobre si la educación puede ser política, nos habla de dos vertientes que pueden ser fácilmente confundidas y utilizadas de forma errada. Una de ellas es la educación política, “implica reconocer que la educación es inherentemente política” (p.139). Además, defiende que no se debe dejar de lado la situación sociocultural, económica, la familia y comunidad a la que pertenece el estudiante, sino que pretende ser una forma de enseñar a los estudiantes a formular preguntas y reflexionar sobre acciones, asumiendo riesgos y valorando las tradiciones críticas en diversos contextos.
La otra, en este sentido se trataría de la educación politizada, como aquella que no se hace “eco de las cuestiones sobre la intersección del conocimiento, el poder, la ideología y la lucha” (p.139) que tal y como lo menciona son fundamentales para el proceso de enseñanza y el aprendizaje. Asimismo, menciona que rara vez se realiza el proceso de evaluación sobre el papel que la pedagogía puede desempeñar para ayudar a los estudiantes a analizar, desde una perspectiva crítica y que las condiciones con las que el conocimiento se gesta, circula y se autoriza.
Cuando se piensa en el rol del docente y su participación en acciones que benefician el ejercicio ciudadano, tanto en las aulas como en la escuela, podemos comenzar pensando en cómo el educador se ve dentro de este espacio. Sobre ello, Freire sostiene la idea de uno debe concebirse como político, no solo como educador, todo ello va de la mano en sus reflexiones en relación a la democracia “en medida en que reconozco que como educador soy político, también entiendo mejor las razones por las cuales tengo miedo y percibo cuánto tenemos aún por andar para mejorar nuestra democracia” (Freire, 2010, p. 78).
Más adelante, Freire hace mención a un estilo de maestra a la que denomina maestra democrática, quien sería la persona que dentro de la escuela contribuya con la formación de ciudadanas y ciudadanos responsables y críticos. Además, lo relaciona con una forma particular de interactuar, que es la de escuchar y hablar con sus estudiantes, una maestra que se prepara para ello y que aprende de sus estudiantes. Con ello, se puede decir que el rol del docente y la escuela puede favorecer o no la participación ciudadana, en donde se viva la democracia, donde se pueda hablar, dar voz y ser críticos, así como comprometerse a la lucha por ese derecho, el de ser escuchado, “que en el fondo también es el derecho de actuar” (Freire, 2010, p.110).
Entre las conclusiones a las que llegan Jaramillo y Mejía (2020), hablan sobre lo necesario del acompañamiento por parte del docente o adulto para fortaleces las ideas de sus estudiantes. Asimismo, se menciona sobre lo necesario de tejer lazos con las familias, una relación que se fortalezca para el bien común de las niñas y niños.
Reflexiones finales
Con todo lo mencionado previamente, es importante señalar la relevancia de la participación y el pleno conocimiento de lo que implica la ciudadanía. Asimismo, acercarnos a ello desde las diferentes aproximaciones teóricas nos permite entender, aunque no definir, lo que podría ser un buen ciudadano y lo necesario de salir de la idea que hemos interiorizado de que para serlo solo basta con cumplir los deberes legales, como ir a votar. Comprender, así, que la ciudadanía también se trata de participar y ser críticos sobre la realidad en la que nos encontramos, tomar partido y acciones sobre aquello que se quiere cambiar o ajustar.
Por otro lado, podríamos plantearnos cómo está siendo la mirada del ser ciudadano y cómo ello se origina en la primera infancia, en esas primeras interacciones, desde el contacto, las formas de hablar y tratar al otro. Para luego, conforme se vaya dando el desarrollo, estos momentos van tomando mayor complejidad en espacios de diálogo, escucha e intercambio. Momentos en los cuales se van estableciendo formas en las que nos relacionaremos con el entorno, sea el espacio físico como con otras personas.
En ese sentido, posicionar la participación infantil como prioridad es esencial. No solo se trata de pensar en ello para la ejecución de prácticas educativas eficaces, sino también repensarnos en la forma en la que nos acercamos e interactuamos con los niños, tanto en el interior de la familia como en la comunidad. Estas reflexiones, sobre las interacciones, nos permiten seguir contribuyendo con el hecho de lograr las condiciones para que se sientan agentes activos y no pasivos de lo que realizan y que son parte fundamental del lugar en donde se encuentran. Por ese motivo, entre los factores que se mencionaron previamente, el que corresponde a la implicación tiene relación directa con la parte emotiva. El hecho de sentir el deseo de participar de un asunto que realmente responde a los intereses propios se convierte en un factor importante para la participación.
Promover el sentido de comunidad es fundamental para la implicación en asuntos que competen a los estudiantes. Ello hace pensar en la importancia de generar espacios compartidos, donde se reconozca la interdependencia entre los otros que también forman parte de su comunidad y no solo centrarnos en la individualidad y la competencia. Brindar estos espacios, en suma, favorece su experiencia participativa y por ende, incorporan y desarrollan nuevas competencias para su ejercicio ciudadano.
Para concluir, es trascendental comprender y reflexionar sobre el rol del docente y la escuela en lo que es la ciudadanía. Así como dialogar sobre la responsabilidad que implica el hecho del hacer y el accionar ciudadano y de los recursos que se brindan en las aulas y escuelas para que se dé participación en estos espacios. En este sentido, es fundamental que el docente conozca, entienda e incorpore en su práctica los conceptos de ciudadanía, democracia y participación, todos ellos basados en la reflexión. Asimismo, comprenda y analice su actuar un ciudadano. Y, en relación a la escuela, que esta promueva el intercambio, diálogo y la participación, así como dé lugar a la duda y discusión, sin temerle, sino acompañando, estos procesos que son fundamentales para la formación de la ciudadanía.
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Lima, 25 de agosto de 2023