Luis Guerrero Ortiz/EDUCACCIÓN
Algo que llama la atención al entrar a la oficina de Ricardo Cuenca es su escritorio oval. En la imaginación popular, el oficio de intelectual suele corresponder a un buró poblado de papeles, libros, carpetas y cuadernos colocados unos sobre otros, sin orden ni concierto. Este no es el caso. Sobre una superficie asombrosamente despejada, de un melamine amaderado y brilloso, destaca un portalápiz, rebosante de lápices, todos con punta muy afilada, además de una pila de nueve libros, encabezada por el de Robert Castel, «Individuación, precariedad, inseguridad». Las pequeñas banderitas verdes colocadas entre sus páginas y las de los otros ocho me indican que no adornan la mesa. Los está leyendo.
Ricardo es, desde el año 2007, investigador principal del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), y su Director General desde el 2015. El IEP es considerado el think tank más influyente del Perú en la encuesta nacional del poder de la revista Semana Económica e Ipsos Perú efectuada hace un año. La encuesta refleja la percepción de un vasto, plural y destacado grupo de funcionarios, autoridades electas, políticos, intelectuales, empresarios, economistas y periodistas del país.
En particular, Ricardo Cuenca es un experto en el tema docente. Doctor en educación por la Universidad Autónoma de Madrid, ha coordinado el componente de investigación del Programa Regional de Políticas para la Profesión Docente de la Oficina Regional de Educación de la UNESCO en Chile, y entre sus 90 trabajos de investigación publicados, la docencia es un tema recurrente.
Llegamos hasta él, precisamente, interesados por saber su opinión sobre las difíciles condiciones que encuentra el ejercicio de la profesión docente en las escuelas rurales del país. Sabemos que el número de docentes disponibles para atender las escuelas del ámbito rural es escaso y que no suelen interesarse por trabajar en ese medio los profesores más experimentados y mejor calificados. Este dato no es nuevo. El problema echa raíces en el tiempo, pero las soluciones definitivas nunca llegan.
¿Cómo abordar, Ricardo, el problema de la docencia en el medio rural del país? ¿Por dónde deben encaminarse las soluciones más efectivas?
En primer lugar, creo que necesitamos renovar nuestra lectura sobre la ruralidad. No solo ha cambiado debido a las mayores interacciones comerciales con las ciudades, los avances en conectividad física y virtual; sino que ha cambiado también como producto de una penetración de la educación en la vida de los niños, las niñas y los jóvenes.
Asimismo, no hay que perder de vista que las condiciones adversas en las zonas rurales son producto de la intersección de varios elementos, como la pobreza, la desatención del Estado. Por lo tanto, la ruralidad requiere de atenciones particulares. Se requiere de la intención del Estado para reducir las desigualdades persistentes en lo rural y lo urbano.
Es verdad. La estereotipada imagen que se tiene de la ruralidad desde la capital puede no coincidir con lo que está pasando hoy en el campo. Carlos Monge, por ejemplo, que ha investigado mucho el tema, señala que tenemos un mundo rural más urbanizado, comunicado, mercantilizado, globalizado, y a la vez pobre, emprendedor, rico, biodiverso, amenazado, indígena y empoderado. En ese contexto complejo y diverso, ¿qué se ha ensayado hasta ahora sin mucho éxito? ¿Qué habría que hacer?
Específicamente sobre el tema docente, creo que las iniciativas relacionadas con la ruralidad tienen el mismo problema que las políticas generales basadas en incentivos, antes que en el desarrollo de la carrera. Asignaciones monetarias puntuales son insuficientes tomando en cuentas las difíciles condiciones de trabajo.
Se podría pensar en una línea de carrera para docentes que trabajan en zonas rurales por tiempos determinados, que incluyan salarios diferenciados, condiciones de trabajo, formación específica, etc.
Un caso particular es el de las zonas rurales dispersas. Algunas experiencias en la región latinoamericana han logrado tener éxito relativo son las redes educativas y las modalidades a distancia o virtuales. Claro que se requieren condiciones mínimas para que esto funcione como, por ejemplo, organismos descentralizados fortalecidos o cobertura de infraestructura digital. De manera general, se requiere que el Estado haga todo el esfuerzo para acercarse a la población.
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Ricardo hace una pausa para empezar a beberse su segundo café expreso de la mañana. En verdad, el aroma de un buen café negro ha matizado esta conversación desde el principio. Según confiesa, no acostumbra ponerse a trabajar si antes no se bebió uno en su pequeña taza roja de cerámica. Puedo imaginar su ansiedad el día que encuentre la bolsa vacía. Pero no es solo una manía. Ricardo suele invertir sus noches en redactar artículos, informes o los capítulos de un nuevo libro. La noche anterior, por ejemplo, estuvo zambullido en su ThinkPad de Lenovo preparando un texto sobre docencia, que será insumo básico en la Reunión de Ministros de Educación de América Latina y el Caribe, convocada por UNESCO para julio próximo en Bolivia. Y aunque me cuenta que la madrugada estuvo matizada con un buen plato de berenjenas con albahaca y ají limo, además de una copa de vino tinto, el sueño no siempre nos perdona la vida.
LA CALIDAD DEL DESEMPEÑO DOCENTE
Ricardo, sabemos que la preparación del docente que llega a la escuela rural no lo habilita para desempeñarse bien en un medio complejo y exigente. Pero, a grandes rasgos, ¿cuáles son las funciones que debe cumplir un docente en el ámbito rural, a diferencia de las que cumpliría en un ámbito urbano?
Si partimos de la idea que los aprendizajes en las zonas rurales deben habilitar a los estudiantes para poder desempeñarse en cualquier espacio, no deberían existir mayores diferencias entre el trabajo de los docentes de zonas urbanas y rurales. Probablemente, si habría diferencias en la especialización en el manejo metodológico, por ejemplo, de aulas multigrado o la gestión del aula.
De acuerdo, pero, ¿qué implicancias podría tener esto para la política educativa?
Lo primero es tener una política para la educación en áreas rurales que reconozca la nueva ruralidad, y que responda a la pregunta principal de qué educación para qué ruralidad. Me pregunto, ¿tenemos claridad sobre ese tema? Creo también que no es posible pensar en política educativas y políticas docentes para las zonas rurales, sin una perspectiva intersectorial.
Sin duda, si hay algo previo al diseño de medidas concretas, es repensar el enfoque de las políticas que les sirve de matriz. Sin embargo, en cualquier escenario, siempre subsistirá como problema el factor humano. ¿Cómo atraer y retener docentes de calidad a la escuela rural?
Particularmente, tengo dudas respecto al tema de la atracción de los mejores. Este tema se ha vuelto un campo de disputa. Todos quieren a los mejores, la educación respecto a otras carreras, la educación en zonas rurales respecto a la de zonas urbanas. La disputa es tal que no alcanzarían “los mejores” para satisfacer a todos.
Considero que los esfuerzos deben concentrarse en fortalecer la formación inicial docente, implementar estrategias para docentes noveles, proponer mejores condiciones institucionales de acompañamiento desde las UGEL, más y mejor acompañamiento, etc.
Hay quienes insisten en la posibilidad de convocar a otros agentes, no docentes, que podrían cumplir un rol formador de mejor manera que el docente promedio que llega a la escuela rural. ¿Qué piensas al respecto?
Este es un tema altamente complejo. Permitir que otros profesionales entren en las aulas supone terminar con un pacto antiguo, en el que el Estado protege la profesión docente a cambio formación especializada para hacer el trabajo. Eso no solo afectaría entonces este pacto social de manera simbólica, sino que tendría implicancias en el diseño de los marcos normativos, así como en la creación de programas formativos mucho más formales y formalizados de complementación pedagógica.
Pero también, hay un par de temas más en esta idea de tener profesionales no docentes en el aula. El primero, tiene que ver con la noción de calidad de la educación. Si los otros profesionales no docentes son especialistas en áreas específicas del conocimiento, la concepción subyacente de calidad estaría asociada fundamentalmente al tema de contenidos. Entonces, tendríamos que tener cuidado, si eso no es lo que queremos. Y la otra idea tiene que ver con la disponibilidad de esos otros profesionales trabajando en las mismas condiciones que los docentes. ¿Qué nos asegura que habrá disponibilidad de otros profesionales y qué estos son de calidad?
Por último, Ricardo, la escena de un docente que llega a una escuela donde los niños no hablan castellano, siendo que él tampoco habla la lengua de los niños, se ha convertido una paradoja muy representativa de las dificultades del sistema para ofrecer una educación culturalmente pertinente en el medio rural. ¿Cómo afrontar el déficit de docentes a las poblaciones bilingües o que solo hablan su lengua originaria?
Dos cosas deberían tomarse en cuenta. Primero, considerar la formación en servicio para construir un cuerpo docente. Lamentablemente, hemos perdido algunos años luego de decisiones equivocadas, como la tristemente famosa nota 14 que perjudico fundamentalmente a la formación inicial en Educación Intercultural Bilingüe.
El otro tema es que cada vez tenemos que pensar que las zonas que requieren educación intercultural y bilingüe no son solo rurales. Si revisamos con detenimiento la clasificación de zonas urbanas y los procesos de migración interna, deberíamos empezar a pensar en programas específicos de EIB para zonas urbanas.
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La entrevista no puede prolongarse más. Su celular vibra, la puerta de su oficina ha sido golpeada discretamente hace un momento, la agenda del día es implacable. Ricardo fue coordinador del Programa de Educación para el Perú de la Cooperación Alemana, en la pasada década del 90. En esa función lo conocí por esos años. Después ha sido miembro del Consejo Nacional de Educación y Presidente de la Sociedad de Investigación Educativa Peruana (SIEP), además de Presidente de Foro Educativo, cuyo consejo directivo tuve la suerte de integrar. Como puede apreciarse, el peso de sus apreciaciones en la opinión pública no es gratuito.
La yapa, Ricardo, antes de terminar. ¿Algún libro que estés leyendo y nos recomiendes muy especialmente?
Claro, a tono con los tiempos, releeo ahora el libro «Romper la mano: una interpretación cultural de la corrupción» de Ludwig Huber. Lo hemos publicado en el IEP. Muy recomendable. La entrada antropológica de Ludwig nos ayuda a comprender mejor el tema, alejados de estereotipos.
Lima, 7 de mayo de 2018