Edición 41

En salvaguarda de la educación rural

Las familias rurales siguen apostando por la educación de sus hijos, pero la pobreza, la distancia, el aislamiento o el poco dominio del castellano, convierten la promesa en imposibilidad

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Francesca Uccelli/EDUCACCIÓN

Jenny vive en una comunidad campesina del Cusco, está en 5to grado de primaria y cuando sea grande quiere ser veterinaria. Jenny camina dos horas para ir a su escuela y dos horas más de regreso a su casa. En la escuela de mi comunidad no enseñan bien ––me dice. Ni la distancia, ni el mal clima, ni las burlas de sus compañeros, ni la baja expectativa de su profesor logran desanimarla.

Vicente ha terminado el 6to grado de primaria en un caserío rural de Loreto. Él quiere seguir estudiando, quiere ser ingeniero, pero no hay colegio secundario en la zona. Su padre evalúa las opciones, son 5 horas de bote por el río hasta el pueblo más cercano, es lejos, es caro, tendría que alquilarle un cuarto. Estaría solo, es muy peligroso ––añade la madre–– se puede perder. El sueño de Vicente de ser ingeniero se esfuma.

El área rural en el Perú reúne una gran diversidad de territorios que acogen a poblaciones de variadas lenguas y culturas. La población rural se asienta en terrenos desérticos y en valles cálidos de la costa, en comunidades campesinas dispersas en zonas alto-andinas que van desde el valle hasta más de 4000 msnm, los colonos y los pueblos indígenas se ubican en caseríos, ya sea en la rivera de los ríos o monte adentro en la selva amazónica.

Las actividades económicas también comprenden una gama amplia que convive en el territorio.  Se identifica la agricultura, la ganadería y la pesca para el autoconsumo, las explotaciones comerciales menores de café, yuca y frutales, así como zonas para la exportación agrícola con pleno empleo. Estas actividades agropecuarias coexisten y compiten con las grandes industrias extractivas (minería, gas, petróleo) y las actividades económicas ilegales (tala de madera, narcotráfico, minería informal) que suponen un alto grado de conflictividad social y violencia, que rememora un pasado no muy lejano de violencia armada que surgió y se expandió en el campo. Pensar la ruralidad significa abrir y reconocer todos estos escenarios, diversos, complejos, que requieren atenciones específicas y donde la escuela puede jugar un papel importantísimo.

Sin embargo, más allá de la diversidad y de las transformaciones socioeconómicas que se registran en el área rural, hay una característica constante y ampliamente compartida que es la pobreza de su población y de la atención que recibe en los campos de la educación, salud, justicia, seguridad, transporte y comunicaciones. Se trata de una deuda histórica que da cuenta de la persistente ausencia de la población rural en el proyecto político del país. La mirada despectiva de lo rural y lo indígena, concebidos como espacios vacíos o de población “atrasada”, explica buena parte de esta situación.

Luego de casi doscientos años de vida republicana esta herencia colonial subiste en el imaginario de muchas personas encargadas de gobernar, de hacer las leyes, de decidir las políticas y de distribuir el presupuesto, lo que en buena parte explica que varios intentos por atender seriamente la educación rural hayan naufragado.

Las familias rurales emplean distintas estrategias de integración al mercado y acceso a mejores servicios, pero el esfuerzo solo no es suficiente para revertir las condiciones de pobreza y exclusión.

Es por eso que las historias de Jenny y Vicente no son casos aislados. Cualquiera que haya visitado alguna vez una localidad rural, se encontrará con niñas, niños y adolescentes, que “abandonaron” la escuela, pero en realidad no hay que sobre-analizar demasiado para comprender que el abandono lo ejerce el Estado hacia las familias del campo.

La expansión no planificada de instituciones educativas rurales, la infraestructura y equipamiento deficiente, la escasez de materiales, la formación docente inadecuada, el estigma de la escuela multigrado[2] o la bilingüe, el aislamiento y escasa atención al docente, son algunos indicadores de este abandono.

Actualmente la educación básica regular en zonas rurales comprende más de 51 mil instituciones que atienden a más de un millón 200 mil de estudiantes en diversos escenarios ya descritos[3]. Según la información que proporciona el MINEDU para el 2017, el 42% de la matrícula rural total y el 80% de la matrícula primaria rural están en escuelas multigrado.  En buena cuenta, en razón de la dispersión y la baja densidad poblacional propias del campo, en el área rural se dispone de muchas instituciones (48% del total de IE) para atender una proporción relativamente reducida de estudiantes (16% de la matrícula total en EBR).

Sin embargo, a pesar del avance en la expansión de la cobertura, una población considerable de estudiantes ––principalmente en la Amazonía–– aún no tiene acceso a la educación básica completa, y hacen falta más instituciones del nivel secundaria e inicial.

Pero el déficit de cobertura no es el único problema.  Los logros de aprendizaje en las escuelas rurales son preocupantes. En lectura, el 19% de estudiantes rurales de 2do grado de primaria alcanza un nivel de comprensión de lectura satisfactoria, mientras que el 60% lo logra entre sus pares urbanos; en matemáticas la relación es de 17% a 37%, nuevamente en perjuicio de los estudiantes en escuelas rurales. Conforme se avanza en la escolaridad la problemática se agudiza y en 2do de secundaria solo 2 de cada 100 estudiantes rurales alcanza un nivel satisfactorio de lectura y menos de 3 de 100 logran lo esperado en matemática (ECE 2016).  Estas cifras son de horror, pero no obtienen primeras planas, ni son tendencia en las redes sociales.

Las familias rurales siguen apostando por la educación de sus hijos e hijas pero la pobreza de sus escuelas, la distancia, el aislamiento o el poco dominio del castellano para las poblaciones indígenas, convierten la promesa en un gran desafío o en imposibilidad.

Tenemos mucho a favor, estudiantes motivados por asistir a la escuela y esto no es poco. Necesitamos dar a su educación la prioridad que merece, con un enfoque que reconozca la diversidad y la atienda desde sus potencialidades, ordene el territorio y recupere la capacidad instalada en cada región. Aprendiendo de lecciones y errores de tantos años de marchas y contramarchas por la educación rural. La problemática es compleja, pero requiere sobre todo de voluntad política para atender decisivamente a las poblaciones que desde el Estado siguen sido vistas como “in-significantes[4].

Lima, 7 de mayo de 2018

NOTAS

[1] Agradezco los comentarios de Carmen Montero, con quien compartimos una larga reflexión e investigación sobre el tema desde el IEP.
[2] Las escuelas multigrado son aquellas en las que un maestro o maestra atiende a dos o más grados simultáneamente. Cuando la escuela solo tiene un maestro se le denomina escuela unitaria o unidocente, y es quien atiende a todos los grados. Cuando la escuela tiene más de un maestro (pero menos que el número de grados) se le denomina escuela multigrado polidocente y la distribución de maestros por grados la organiza cada escuela según el número y necesidades de aprendizaje de sus estudiantes.
[3] Fuente: MINEDU – ESCALE, 2017. http://escale.minedu.gob.pe/magnitudes.
[4] Término usado por Carlos Iván Degregori (2011) y tomado de Gustavo Gutiérrez.

Francesca Uccelli
Investigadora principal del Instituto de Estudios Peruanos. Licenciada en Antropología por la Pontificia Universidad Católica del Perú, ha realizado su maestría en Educación y Desarrollo Humano en la Universidad de Columbia, Nueva York. Desde 1998 trabaja en el Instituto de Estudios Peruanos investigando temas vinculados con la educación pública, rural y urbana, trayectorias familiares, socialización infantil, juventud, docentes, memoria y formación ciudadana.