Emiliana Vegas / El País
Tengo la fortuna de ser testigo a diario de iniciativas educativas realmente valiosas en América Latina y el Caribe. Por ejemplo, he descubierto cómo en la municipalidad de La Pintana en Santiago de Chile, se construyó una escuela inspirada en los dibujos de sus estudiantes. En México, se lanzó recientemente un proyecto con Plaza Sésamo para motivar a que las niñas aprendan matemáticas y ciencias de forma divertida. En Barbados, he visto cómo trabaja la empresa privada con los sistemas educativos para que los estudiantes obtengan certificaciones de educación técnica y vocacional. Todos estos proyectos comparten un elemento en común: la innovación.
Y es que es bien sabido que para acelerar la mejora en la calidad de los aprendizajes de nuestros niños y jóvenes la innovación es un elemento clave, pero ¿qué debemos tener en cuenta cuando innovamos en educación?
Por definición, innovar es una invitación a ser creativos y pensar fuera de la caja. Sin embargo, esto requiere que primero entendamos los retos que forman precisamente esa “caja”. Cuando pensamos en educación para nuestra región, la primera barrera con la que nos encontramos son las deficiencias en la calidad de los aprendizajes. Aunque hemos avanzado en cobertura y acceso, las habilidades y los aprendizajes de la región siguen siendo bajos, desiguales e inadecuados para las demandas del mercado laboral. Además, las pronunciadas brechas de género en aprendizajes y las altas tasas de deserción en educación secundaria, dificultan la formación de un capital humano competitivo en nuestros países.
Ante estos retos, la tarea de innovar en educación debe partir de sentir el pulso de lo que sucede en la región. Debemos entrar en contacto con lo que está pasando, conocer la realidad que muchas veces es lejana a nuestros centros de investigación y observar cómo sortean los diversos actores las problemáticas, muchas veces imprevistas, y qué iniciativas innovadoras se encuentran ya en ejecución.
Y esto nos lleva a hacernos preguntas específicas sobre situaciones reales que nos ayudarán a resolver otros casos prácticos: ¿Cómo es que una provincia en Argentina optimiza su sistema de evaluación interna? o ¿De qué manera un país de Centroamérica implementa programas de primera infancia para cerrar las brechas de desarrollo? Conocer estas experiencias permite establecer un punto de partida para evaluar y replicar las posibles soluciones adaptadas a distintos contextos.
Identificar ideas y proyectos piloto con nuevos enfoques es importante, pero no suficiente, para lograr los cambios que necesitamos. Es aquí cuando la investigación educativa se convierte en una herramienta clave para identificar políticas y prácticas exitosas. A través de investigación rigurosa y de calidad, identificamos y asimilamos las experiencias innovadoras y las transformamos en lecciones aprendidas y en evidencia.
Nuestra experiencia dice que un componente fundamental para innovar en educación es propiciar ecosistemas que promuevan y convoquen la comunicación entre hacedores de política, investigadores, innovadores, y claro, la comunidad escolar (directores, maestros, padres de familia y estudiantes incluidos). Son todos estos actores los protagonistas que potencian la transmisión de ideas y el alcance de la innovación.
La articulación de estos procesos requiere tiempo, pero América Latina y el Caribe van por buen camino. En Perú, por ejemplo, el Ministerio de Educación es referente en la región gracias a la creación de MinEdu Lab, un laboratorio de innovación dentro del mismo sistema educativo. Desde el BID, en alianza con Fundación Chile, surge la iniciativa regional SUMMA para posicionarse como el primer Laboratorio de Innovación para América Latina y el Caribe que busca generar dinámicas que catalicen la innovación y así plantear una agenda compartida en la región.
Hoy, más que nunca antes, nuestros niños, niñas y jóvenes necesitan aprender a aprender y a usar esos aprendizajes creativamente para resolver los problemas que enfrentan y las nuevas situaciones que vayan a enfrentar en el futuro. Y, para ello, la escuela debe fomentar no solo las habilidades de leer, escribir y computar, sino también la capacidad de colaborar con otros, resolver problemas de forma creativa, aplicar el conocimiento adquirido e innovar.
Demasiadas salas de clase en nuestra región siguen enfocadas en que los estudiantes memoricen conceptos en lugar de resolver problemas, apuntando a un alumno “promedio” que nunca existe, mientras la mitad se aburre y la otra mitad se pierde. Vivimos en un momento histórico donde existe evidencia contundente de que todos tenemos el potencial para aprender y seguir aprendiendo a lo largo de la vida, a ser creativos y a forjar nuestras propias vidas. Las aulas de clase deben ser un lugar esencial para iniciarse en ese camino.
Fuente: El País / Madrid, 29 de mayo de 2017