Paul Barr Rosso | EDUCACCIÓN
No son pocas las veces que me pregunto si estoy haciendo bien esto de ser papá. Tengo una hija y un hijo, de ocho y tres años, respectivamente, y soy bastante consciente de que las demandas de hoy son radicalmente distintas a las que afrontaron mis padres.
Algo que tengo muy claro es que no basta con elegir un buen colegio, uno que vaya en la línea de los valores en los que creo. Los profesores no bastan. Por el contrario, es quizás injusto el peso que hoy se les ha asignado. Están llenos de evaluaciones, requerimientos de capacitación, críticas y, además, afrontan las demandas de padres muchas veces distantes de la crianza.
Los profesores hacen –o deben hacer– su parte, pero este artículo le habla a los papás y mamás desde un par de libros con los que empecé este año: Gracias por llegar tarde, de Thomas Friedman; y, la Sociedad del Cansancio, de Byung-Chul Han. Me organizo para tal fin en dos partes. La primera nos ubica en el contexto (y los retos) del siglo XXI. La segunda esboza algunas propuestas.
¿Dónde estamos?
El libro de Friedman le habla a varias de las facetas que podemos asumir en la vida diaria: profesional, papá/mamá, ciudadano, gobernante, etc. Según él, hay tres fuerzas que mueven el mundo hoy. La primera es el cambio tecnológico. Cada dos años se duplica la velocidad de los procesadores (algo conocido como la Ley de Moore). Y hay más: la revolución del software creado de manera colaborativa permite generar emprendimientos tecnológicos aún en los lugares más alejados; los sistemas de almacenamiento de información parecen no tener límites; existe la capacidad de encontrar patrones en grandes volúmenes de información dispersa. Finalmente, la “nube” permite que todo lo anterior esté disponible para cualquier persona con acceso a internet. Gracias a esto podemos ver, por ejemplo, sistemas de comercio por internet que nos presentan las opciones que nos interesan en menos de medio segundo y que nos conocen mejor con cada compra o búsqueda que hagamos.
En el campo educativo, para aterrizar en nuestro tema, existen valiosas opciones de capacitación en internet, desde videos de Youtube hasta cursos (o programas) en plataformas masivas dictados por las mejores universidades del mundo. Todo en la palma de la mano, gracias a los celulares. Pronto, cada persona podrá aumentar sus posibilidades de producción, colaboración y aporte gracias a asistentes virtuales que potenciarán sus capacidades (lo que conocemos como inteligencia aumentada).
La segunda y la tercera fuerza son la globalización y el cambio climático. Las abordaré de manera conjunta y en pocas líneas a través de su relación con las migraciones.
Estas se encuentran más asociadas a Estados incapaces de satisfacer las demandas -incluso las más elementales- de su población, que a conflictos entre países. Es el caso, por ejemplo, de los venezolanos o, en otras latitudes, de los sirios o africanos. Otro factor que está alterando el equilibrio que conocemos es el cambio climático. Muchos países ya experimentan problemas que han obligado a poblaciones cada vez mayores a migrar hacia las ciudades o, inclusive, hacia otros países, alterando sus comunidades originarias y alejando a los jóvenes y adultos tanto de sus padres como de sus hijos. Además, mientras el mundo de nuestros abuelos fue un lugar donde había mucho espacio para pocos humanos, hoy somos muchos humanos para tan poco mundo. Para el 2050 se prevé tener 2000 millones más de personas, que se suman a los 7000 millones hoy existentes. Friedman lo llama el “poder de muchos”, para aludir a la capacidad que hoy tenemos de impactar en otros seres humanos y en el planeta, para bien o para mal. El mensaje central es que todo está interconectado, tanto las posibilidades de trabajar de manera conjunta a una escala global, como los problemas, que generan impactos más allá del país donde se originan.
Son, entonces, tres las fuerzas que hoy mueven el mundo y reclaman acciones de nuestra parte: aceleración tecnológica, globalización y cambio climático. Su velocidad es tal que muchas veces nos exceden. Esto nos conecta con el segundo libro que mencioné: la sociedad del cansancio. El postulado central de Byung-Chul Han es que hemos pasado a una época en la que nosotros mismos nos explotamos. “La sociedad del rendimiento se caracteriza por el verbo (…) poder sin límites, (…) La sociedad del rendimiento produce depresivos y fracasados”. “El lamento del individuo depresivo, nada es posible, solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que nada es imposible”.
En el mismo sentido, Wayne Muller, en su libro Sabbath (citado por Friedman), menciona cómo las personas le cuentan que están muy ocupadas, con no poco orgullo, como si estar exhaustos fuera una suerte de trofeo.
Las críticas del surcoreano Byung-Chul a la sociedad posmoderna son una llamada de atención y nos enfrentan a una pregunta ineludible: ¿Cómo hacer compatible la era de las aceleraciones a las que hace referencia Friedman, con el grito de alerta que significa la sociedad del cansancio que describe Byung-Chul Han? ¿Qué implica todo esto en la forma en la que criamos a nuestros hijos/as?
La receta de la abuela
La sociedad en la que crecen mis pequeños -y los tuyos- requiere que regulemos nuestro uso de la tecnología. Hoy existe, como hemos señalado en la primera parte de este artículo, la posibilidad de acceder a lo mejor del conocimiento mundial y generar a partir de ahí nuestro propio aporte. Friedman también anticipa que, más pronto que tarde, la brecha digital no será el mayor problema. Lo será la brecha motivacional. Es importante que cada uno pueda encontrar esa motivación intrínseca que le permita guiar tanto su aprendizaje a lo largo de la vida como las vinculaciones que establecerá con otras personas con similares intereses.
Además, sugiere una metáfora que me gusta mucho: cuando presionas el botón para pausar una máquina, la detienes. En un ser humano, por el contrario, le permites empezar. Necesitamos estas pausas. La información está ahí, pero es importante aprender a hacer las preguntas necesarias. En suma, el mundo será de quienes sepan preguntar y de quienes tengan la motivación que los impulse a aportar algo nuevo.
En la era de las aceleraciones es importante, aunque parezca un contrasentido, detenerse, conocerse, reflexionar, cuestionarse, ser pacientes. El respiro nos permite ver el panorama, enlazar lo que sabemos con lo que necesitamos, entablar relaciones con otros. Pienso en las abuelas y en la parte de aquella crianza que conviene rescatar.
Es importante dejar el celular de lado, disfrutar de esos almuerzos con largas sobremesas, preocuparnos por los vecinos, jugar a imaginar soluciones. Encontrar usos distintos a los objetos conocidos, conectar lo que conocemos con lo que soñamos. Y que nuestros hijos sean los testigos de este proceso. Dejarlos cometer sus propios errores, sin juzgarlos, y que sepan que nosotros también nos equivocamos. Arreglar juntos las cosas rotas para que aprendan a encargarse de los problemas y no a echar culpas. No hay innovación exenta de tropiezos y aprendizaje a partir de ellos.
Nuestros hijos no necesitan más tecnología, necesitan quizás menos. Conviene rescatar un poco del toque anticuado con el que los hoy adultos crecimos: momentos de comunidad (familia, barrio, trabajo, etc.), ratos de aburrimiento, juego sin supervisión, pocas pantallas y, sobre todo, nuestra total atención.
Lima, 10 de febrero de 2020