Alvaro Puertas Villavicencio | EDUCACCIÓN [1]
En su casa a orillas del lago Walden, Henry David Thoreau tenía tres sillas: una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad.[2] Con las tres sillas buscaba comprender las complejas relaciones y dinámicas en los diferentes ámbitos de la existencia humana. En cada uno de estos escenarios, Thoreau entendió a la conversación como un modo de ser que hace posible una mejor conexión con el mundo, las personas y sus circunstancias.[3] La conversación permite la conexión de humano a humano y la manifestación de aspectos inherentes a nuestra naturaleza social y biológica que tienen repercusiones en la esfera educativa.
La conversación aparece como una forma de autoconocimiento en acción que revela las capas que sostienen y promueven la violencia en todas sus variantes, incluyendo la corrupción, así como las posibilidades para la igualdad, la libertad y la fraternidad. Si deseamos ser auténticos y en democracia, aprender a conversar aparece como una necesidad que debe ser atendida de forma orgánica en todo el sistema educativo. Si sabemos conversar, podemos dejar aparecer de forma respetuosa, compasiva y empática, al ser auténtico que habita cada uno de nosotros. En otras palabras, si sabemos conversar, sabemos amar y vivir en democracia.
Dado el poder transformacional de la conversación, es importante recordar que somos seres corpóreos situados en un contexto al cual damos significado y alteramos a cada instante en nuestro accionar cotidiano. Interactuamos constantemente con el medio ambiente a través de nuestro cuerpo, moldeando la percepción y las relaciones que tenemos con nosotros mismos, los demás y el mundo. La interdependencia de nuestro ser y el mundo, así como la intersubjetividad propia de nuestras relaciones son aspectos que no podemos dar por sentado si deseamos comprender las implicaciones de la conversación en la educación.
Enacción es el concepto usado por la filosofía y las ciencias cognitivas para caracterizar la relación activa y de constante retroalimentación entre cuerpo, sistema nervioso y medio ambiente. Ser consciente de que al conversar enactuamos el mundo que somos y habitamos, nos permite dirigir mejor nuestras acciones y construir escenarios propicios donde un intercambio armonioso de experiencias sea posible. Con la conversación construimos y mostramos nuestro mundo, mientras transformamos el de los demás. Esto cobra mayor sentido si entendemos que toda nuestra vida es un proceso de aprendizaje y que en la conversación ese proceso se afianza al ser compartido. El neurobiólogo y filósofo Francisco Varela lo expresa así: “El mundo no es algo que nos haya sido entregado: es algo que emerge a partir de cómo nos movemos, tocamos, respiramos y comemos. Esto es lo que denomino la cognición como enacción.”[4] De esta manera, es posible capturar la co-emergencia e interdependencia de lo que pensamos, sentimos y hacemos en un momento determinado. Al conversar, aprendemos a vivir en coherencia con nuestras acciones y en armonía con el entorno. Varela añade: “el mundo ahí afuera y lo que hago para estar en ese mundo son inseparables.”[5]
La conversación como intercambio de experiencias significativas de aprendizajes es, en esencia, un proceso enactivo, y como tal, nuestro cuerpo y el medio ambiente mantienen un vínculo de transformación recíproca. Ezequiel Di Paolo nos dice:
“El mundo es lo que nos importa y hacia lo cual nuestro cuerpo tiende y que de algún modo también ya entiende. (…) Solo en ocasiones particulares nuestra experiencia toma la forma de un retiro o una reflexión, interiores solo en apariencia, pero que no son sino una modalidad más de la acción y, en particular, una forma de ser de nuestro cuerpo en relación con el entorno, con otros y con sí mismo. Conocer es participar.”[6]
Este breve excursus hacia las ciencias cognitivas revela que la conversación es un modo de ser activo durante el cual nos sumergimos en el mundo al punto de volvernos uno con éste. También invita a repensar la definición de conversación ya que no estaría limitada a la palabra hablada ni sería exclusivo a los seres humanos. Existen conversaciones sin palabras, desde el silencio, pero también con gestos y diferentes acciones. Además, son posibles entre ser humano y su medio ambiente, sea natural o construido, así como entre ser humano y la tecnología.
Thoreau concibió tres sillas para diferentes escenarios de la conversación, en los cuales establece una compleja e íntima relación con la naturaleza. Sea en el silencio de la reflexión o en el compartir ameno con sus coetáneos, Thoreau interactuaba con su entorno, el cual, además de ser el escenario de las conversaciones, era fuente y catalizador de aprendizajes. El medio ambiente es también maestro, y como tal, generador y componente de un conocimiento enactivo. Aquí radica la importancia de los espacios sagrados a los que hace alusión Sherry Turkle[7], donde podemos conversar y establecer una relación de humano a humano en armonía con nuestro medio ambiente. El mundo en el que vivimos puede incentivar y dar oportunidades para las conversaciones como también las puede censurar. La esfera educativa no es la excepción.
Científicos, filósofos y muchos educadores coinciden en resaltar la influencia del medio ambiente en nosotros. Winston Churchill mencionó: “Damos forma a nuestros edificios y luego ellos nos dan forma a nosotros.”[8] Esta idea evoca la importancia de los espacios sagrados donde aprendemos y conversamos con una, dos o tres sillas, porque moldean quienes somos. Asimismo, dada nuestra interacción entre cuerpo y medio ambiente, los espacios deben brindar diferentes oportunidades y posibilidades para el total despliegue del ser-en-el-mundo. Esto requiere también, la superación de dualismos: comprender, como la ciencia ya ha demostrado, que el cuerpo es cognición encarnada, y, por tanto, es en nuestro continuo accionar con dicho cuerpo en el mundo que sentimos, pensamos y aprendemos.
Si los espacios sagrados son los espacios de la conversación, entonces deben permitir ser y dejar aparecer en el proceso de aprendizaje, considerando nuestra corporalidad y contexto. Los espacios de la esfera educativa sean urbanos o rurales, construidos o naturales, físicos o virtuales, escuelas, centros comunales o ministerios, son potenciales maestros y andamiajes para el aprendizaje con, para y desde el ser en democracia. Sin embargo, para que lo sean, los espacios sagrados deben ser aquellos donde sea posible confiar uno en el otro, y esto implica valorar la compleja riqueza de cada ser con sus ideas, cuerpos, y sentimientos. La atmósfera de un espacio y las oportunidades de confianza no están determinadas por el espacio en sí, sino que, en coherencia con la visión enactiva, son creadas en la interacción de la persona con su medio ambiente. Por ello, debemos prestar igual atención al ser humano como al espacio que lo acoge. En sintonía con la propuesta educativa Montessori, debemos contar con personas y espacios preparados que generen aprendizajes significativos en favor de seres humanos equilibrados.
La conversación solo es posible si estamos preparados para compartir nuestro mundo y abrazar el de los demás, en mutuo respeto, con compasión y empatía. Conversar es, quizás, contra lo que solemos pensar, una acción ajena a nosotros a pesar de cualquier tipo de intercambio realizado con otras personas. Por lo tanto, es importante que nuestro sistema educativo contemple escenarios donde podamos aprender a conversar, incluso si eso implica cometer errores y exponer nuestras vulnerabilidades, así como el desaprender y erradicar prejuicios. Una educación basada en la visión enactiva contempla a la mente, al cuerpo y al medio ambiente como una unidad indivisible, y como tal, busca el bienestar del individuo como del colectivo. Sin embargo, para alcanzar la anhelada confianza en nuestra intersubjetividad, necesitamos entender y reflexionar de forma crítica y activa cómo somos, pensamos y hacemos, algo que se logra con la conversación.
El Dalai Lama dijo: “Mi esperanza es que un día, la educación formal le preste atención a la “educación del corazón””.[9] La visión enactiva invita, en armonía con esta idea, a una educación socioemocional desde la acción, donde la conversación reivindique nuestra humanidad y democracia. Conocernos a nosotros mismos es conocer a los demás; y si conocer es participar, tenemos en el conversar la oportunidad de involucrarnos con nosotros mismos en el pleno ejercicio de nuestro ser. Solo así será posible el aprender.
Lima, 5 de abril de 2021
NOTAS
[1] Retomamos y continuamos aquí las reflexiones iniciadas en el artículo anterior: Alvaro Puertas. Aprender a ser: La capacidad de conversar como base fundamental de la educación. Recuperado de https://www.educaccionperu.org/aprender-a-ser/ (accedido el 25 de marzo del 2021).
[2] Henry David Thoreau. Walden: La vida en los bosques. Ediciones Perdidas. 2009, p. 50.
[3] Alvaro Puertas, op. cit.
[4] Francisco Varela. Ética y acción. Santiago de Chile. Dolmen Ediciones. 1996, p. 14.
[5] Francisco Varela. El fenómeno de la vida. Santiago de Chile. Dolmen Ediciones. 2002, p. 242.
[6] Ezequiel Di Paolo. Enactivismo y la naturalización de la mente. Nueva ciencia cognitiva: Hacia una teoría integral de la mente, coordinada por D. P. Chico and M. G. Bedia, 2013, Madrid: Plaza y Valdes Editores.
[7] Sherry Turkle. En defensa de la conversación: El poder de la conversación en la era digital. Barcelona. Editorial Ático de los Libros. 2017, p. 363.
[8] Winston Churchill. House of Commons rebuilding. 1943. Recuperado de
https://api.parliament.uk/historic-hansard/commons/1943/oct/28/house-of-commons-rebuilding (accedido el 25 de marzo del 2021).
[9] Mind & Life Digital Dialogue. The Dalai Lama’s Education of the Heart. Recuperado de https://educationoftheheartdialogue.org/dalai-lama-education-of-the-heart/ (accedido el 25 de marzo del 2021).