Ser profesional de la educación en el siglo XXI

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Pilar Pozner

«El rol de dirección ha ganado en complejidad y exigencia y ha aumentado también en significación para aquellos que aprenden a dirigir el cambio y se encuentran respaldados en su trabajo» (Michael Fullan)

Ser dirigente y profesional en educación es trabajar en función de un horizonte de mejoramiento continuo, integrando teoría y el conocimiento que proviene de la propia práctica, es unir lo que habitualmente se separa: ética con eficacia; y es primordialmente, mantener vivo el propósito moral de generar en conjunto aprendizajes para todos.

Quien en estos tiempos se involucra como profesional de la educación, necesita hospedar el deseo de cambiar, así como el saber para realizarlo. Necesita asimismo la paciencia casi infinita y activa para lograrlo. Es asomarse a la incertidumbre, y no ocultarla. Es descubrir en lo cotidiano la pasión por lo que se hace, es decisión, realización, reflexión, enhebrado, sedimentación, evaluación y balance. Gestión y liderazgo articulan las acciones constantes y urgentes, con las prioridades y elecciones de largo plazo cuando de escuelas se trata. Esto implica trabajar en el presente, reconociendo un pasado, pero apuntando a un futuro de mejora sustentable, trabajando por una vida escolar rica y poderosa para formar a todos los estudiantes de la institución.

Si las escuelas son instituciones de enseñanza, habría que preguntarse ¿cómo podrían las escuelas desarrollarse para ser mejor escuela? ¿Qué cambios hacen falta? ¿Quiénes debieran impulsarlas? ¿Podemos pensar que hoy día también las escuelas requieren seguir aprendiendo para afrontar los nuevos problemas y dilemas?

Se requieren aprendizajes de carácter colegiado, realizados en el desarrollo y fragor de la práctica; me refiero a los aprendizajes institucionales que, si bien implican el aprendizaje personal de cada uno de los integrantes que componen el equipo escolar, no se limitan individualmente solo a ellos. Se impone una cultura de trabajo que valore la conciencia, la reflexión, la coherencia, la invención, la creatividad sincera, la resolución de los problemas que se presentan, así como la capacidad de seguir aprendiendo a ser docente de los actuales estudiantes. Y para ello hacen falta tiempos y espacios sistemáticos para orientar la forma de hacer escuela y los valores que la sustentan. En definitiva la convocatoria es poner en marcha en las instituciones una inteligencia ética y compartida.