María José Delasoie / La Nación
La sexualidad en la discapacidad es complejo al igual que lo es en el común de la gente, no solamente porque las personas hablamos poco sobre él, sino porque en general se tiende a relacionarlo exclusivamente con la genitalidad, lo cual deja por fuera varias personas que pertenecen al grupo que nos compete hablar, trabajar o tratar y hace que se convierta en un tema tabú como lo ha sido durante mucho tiempo y lo sigue siendo, sobre todo en las personas adultas mayores.
Se debe aclarar que la sexualidad no significa única y exclusivamente genitalidad orientada a la reproducción. La sexualidad tiene aspectos biológicos, psicológicos y sociales, no es igual a genitalidad, esto es solo una parte. La sexualidad se va desarrollando a medida que cada uno va creciendo y nos permite relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. Las personas vivimos y expresamos nuestra sexualidad de diversas formas, las caricias, los abrazos, los besos, los halagos, el enamoramiento, las fantasías románticas, las ganas de encontrar otra persona con quien compartir afinidades, gustos, experiencias, la necesidad de compañía, de formar una familia, hasta el coito; todo esto permite entender la sexualidad desde un punto de vista más amplio y plural. Lo cual nos llevaría a pensar que, dependiendo del tipo de discapacidad y de la etapa del desarrollo en que se encuentre la persona, se podría entender y comprender su sexualidad de diversas maneras.
Este tema en la actualidad está empezando a cobrar importancia en la Argentina, se escucha y se trabaja más sobre él en diferentes lugares debido a que la sociedad ha cambiado sus paradigmas intentando adaptarse a los cambios que van sucediendo a nivel mundial, fomentando la integración de sus individuos, ya sea dentro de la normalidad o de la discapacidad; el problema es que en la discapacidad hay más obstáculos para hablarlo, tratarlo y experimentarlo debido a los prejuicios o mitos que se tiene en cuanto a la persona con discapacidad y al desconocimiento, tabúes o negación que presentan los familiares o allegados.
Esto suele suceder debido a que se tiende a infantilizar a la persona con discapacidad, a pensarlas como personas asexuadas, a creer que por tener una discapacidad motriz o intelectual su sexualidad está dañada y nunca aparecerá o, por el contrario, que al despertar, ésta puede llegar a ser incontrolable, perversa, impulsiva, promiscua, entonces mejor no fomentar nada que se relacione con la temática.
En el caso de los adultos, sus propios prejuicios o tabúes hacen que les dé vergüenza o que no se permitan hablar, interesarse o preguntar acerca del tema ya que cuando eran niños esto no se mencionaba o se reprimía por miedo al castigo familiar y social.
Sin embargo es importante destacar que en algunas instituciones se está dando espacio para hablar y aprender sobre la sexualidad y no solo en los colegios o instituciones escolares, sino también en instituciones relacionadas con la salud.
En Colón, Entre Ríos, la ciudad donde vivimos existen dos instituciones privadas que trabajan con discapacidad. Una dedicada a trabajar con niños y jóvenes, para lograr su plena integración a la familia, a la escuela y a la sociedad; allí existe un proyecto sobre sexualidad en el que, según la edad de los chicos y del grado de severidad de su discapacidad, se les enseñan diferentes cosas relacionadas a la sexualidad, desde cómo cuidarse uno mismo, su cuerpo, sus genitales, su aseo personal hasta cómo usar un preservativo, tener relaciones sexuales o cuidarse para prevenir un embarazo no deseado. Lo fundamental de todo esto es que la información que se brinde en cada caso sea la adecuada al nivel cognitivo de cada individuo para que pueda ser útil para ellos.
Otra trabaja por la mañana con adultos con discapacidad y por la tarde brinda prestaciones de apoyo a niños y adolescentes; si bien aquí no existe un proyecto diseñado sobre sexualidad, los profesionales trabajan con el objetivo de que, en caso de necesitar explicaciones, ayuda o guía relacionadas al tema de la sexualidad, los pacientes se sientan libres y acompañados para consultar. Sin embargo es notable cómo a los adultos les cuesta hablar del tema, contar como se sienten respecto a su sexualidad o pedir ayuda.
Como bien sabemos -lo han demostrado innumerables estudios científicos- mantener una sexualidad activa tiene múltiples beneficios, desde reducir el estrés y la ansiedad, hasta mejorar la autoestima, el estado de ánimo, la función cardiovascular y el equilibrio hormonal. Esto sucede y se experimenta de la misma manera en personas “normales” como en personas con discapacidad, siempre y cuando se logre alcanzarla de manera placentera.
Pensando en cómo ayudar a las personas con discapacidad a lograr esto, en diferentes países del mundo existe lo que llaman “asistente o acompañante sexual”, que según explica Silvina Peirano, profesora en discapacidad mental y social y creadora de Sex Assistent, un servicio de formación de asistentes sexuales, asesoramiento y acompañamiento que nació hace años en Barcelona, “se trata de una persona que, después de atravesar un proceso de capacitación, pueda acompañar a varones y mujeres con discapacidad, sexual, afectiva y eróticamente”.
Por el momento, no se han aprobado proyectos en la Argentina que legalicen el “acompañante sexual”, pero sí es una realidad que cada vez son más las madres o padres que buscan ayuda en estas personas para iniciar en la vida sexual a sus hijos con Síndrome de Down, autismo y discapacidad física.
En nuestra experiencia, existen casos en que los padres se niegan a ayudar a sus hijos a experimentar su sexualidad por sus propios tabúes y represiones y otros que tiene miedos, inseguridades, desconocimiento y no saben cómo hacerlo o les da vergüenza preguntar sobre el tema o pedir ayuda. En el caso de los adultos también se relaciona con cuestiones de tabúes y mitos y con que sostiene que su vida ya está realizada en ese aspecto y no se cuestionan más sobre su sexualidad.
Para graficar esto, se puede mencionar el caso de una pareja de chicos con discapacidad que se pusieron de novios y era inminente el tema de las relaciones sexuales entonces se decidió, con las familias de ambos, ponerse de acuerdo y explicarles a los dos cuestiones básicas para que tengan los recaudos necesarios a la hora de experimentar el coito. Hay otros ejemplos que recuerdo: uno, el caso de una familia que se niega a depilar a su hija adulta: “total nadie la va a mirar”, decían.
O una paciente de 38 años a la que le gustaba su profesor de educación física y cuando éste dejó de trabajar en el centro al que ella acudía, le pidió a otros profesionales que le consiguieran el teléfono para poder llamarlo; su papá pidió que no se lo den por miedo a que se enamorara.
Estos son algunos ejemplos de cuan lejos estamos aún de hablar de discapacidad y sexualidad ampliamente, naturalizarlo. Pero lo importante desde mi punto de vista es capacitarnos los profesionales, romper la barrera de silencio frente a esta temática y derribar nuestros propios perjuicios y tabúes para así poder ayudar a las familias con personas discapacitadas a perderle miedo al tema de la sexualidad, mejorar la calidad de vida éstos y ayudarlos a experimentar el placer en la medida de lo posible. También escucharlos y entender qué es lo que ellos quieren o necesitan para facilitarles el camino a la felicidad plena.
* La autora es psicóloga; integra el equipo de Sexualidad y Discapacidad del Centro de Rehabilitación Santa Ana de Grupo Medihome
Fuente: La Nación / Buenos Aires, 28 de enero de 2016