Tiempo de definiciones

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EDITORIAL

Son doce las promesas que han pedido firmar a ambos candidatos a la segunda vuelta electoral, un conjunto plural de respetables instituciones como la Asociación Civil Transparencia, la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, la Conferencia Episcopal Peruana y la Unión de Iglesias Cristianas Evangélicas del Perú. Una iniciativa incuestionablemente valiosa y necesaria.

Una de ellas alude a la educación: «Juramos promover una educación de calidad, con equidad e inclusión para nuestros estudiantes, aumentando la igualdad de oportunidades para niños, niñas, adolescentes y jóvenes, fortaleciendo además el trabajo de la SUNEDU».

Varias de esas promesas destacan por su precisión. Por ejemplo, «que cualquier cambio y/o reforma, incluida la de la Constitución, solo se hará a través de los mecanismos constitucionales vigentes» o la de «respetar los tratados internacionales e instrumentos jurídicos que el Perú ha firmado», incluyendo «las decisiones del Sistema Interamericano de Derechos Humanos».

La generalidad de la referida a educación, sin embargo, preocupa en particular porque da cabida a múltiples interpretaciones. Ha habido proyectos de ley en el Congreso que proponían, por ejemplo, incluir en el Consejo Directivo de la SUNEDU nada menos que a los rectores de las universidades, con el argumento de “fortalecerla”. En cuanto al concepto de “calidad educativa”, sabemos que la alta rotación en los equipos de gestión del ministerio de educación ha implicado constantes marchas y contramarchas en enfoques, prioridades y asignación de recursos en la agenda de las políticas, todas ellas en nombre de la calidad.

En lo que va del presente siglo, ya vamos teniendo quince ministros de educación. En promedio, eso significaría que cada ministro del sector no dura más de 16 meses, sin considerar que en los últimos cinco años han sido siete los ministros que han asumido esa cartera. ¿Puede una reforma sostenerse así? ¿Pueden resolverse los problemas estructurales que arrastramos a lo largo del periodo republicano resolverse en 16 meses o menos, antes que el siguiente ministro se ponga a destejerla? ¿Sirve de algo tener un Proyecto Educativo Nacional pluralmente elaborado si cada gobernante se siente exonerado de cumplirlo?

Con estos antecedentes, preocupa el concepto de “calidad” que presidirá las decisiones de los nuevos gobernantes. ¿Se va a deshacer todo lo andado y a empezar de nuevo? ¿Otra vez se cambiará el currículo? ¿Se va a abolir la carrera magisterial? ¿Ya no se educará a niños, niñas y adolescente con un enfoque de igualdad de género? ¿Se amnistiará a las universidades con licencia denegada? ¿Ya no se evaluará a los formadores de los institutos? ¿Vamos a reescribir y acomodar la historia que se enseña en las escuelas?

De otro lado, como todos sabemos, las desigualdades que nuestro sistema educativo ya exhibía se han hecho más grandes con la pandemia. ¿Cómo capitalizar estos años de pandemia y confinamiento en aprendizajes? ¿Cómo atender las heterogéneas condiciones que tienen nuestros estudiantes para aprovechar de manera óptima la educación que vienen recibiendo de manera remota? ¿Cómo elevar la calidad y el alcance de esa educación y cómo se dará el paso a la semipresencialidad? Esas definiciones por ahora están ausentes.

No cabe duda, hay que prepararse para la reapertura de escuelas con anticipación y fortalecer el plan de mejora de la infraestructura escolar, dotar a las escuelas de servicios básicos y de conectividad, mientras vamos especializando los mecanismos de educación a distancia y avanzando en la descentralización. Sin embargo, la cuestión de fondo es ¿vamos a seguir apostando por el desarrollo en niños y jóvenes de la capacidad de pensar críticamente y de afrontar desafíos de la realidad haciendo uso inteligente del conocimiento? ¿O vamos a mejorar las condiciones y oportunidades educativas con sentido de equidad y vocación descentralista, pero para regresar al aprendizaje memorístico de contenidos disciplinares?

Michael Barber y Mona Mourshed, hace doce años, luego de evaluar más de 20 sistemas educativos altamente efectivos en distintos países del mundo, llegaron a una sencilla pero poderosa conclusión: el aprendizaje ocurre cuando alumnos y docentes interactúan entre sí, por lo que mejorar la calidad de esta interacción es condición necesaria para mejorar la calidad del aprendizaje. Este tipo de interacciones son exigentes y nuestros docentes avanzan lentamente hacia ellas desde hace años, por el pesado lastre que se arrastra desde hace más de doscientos años. ¿Honraremos ese esfuerzo o vamos a hacerles retroceder treinta años?

Las semanas que se avecinan serán decisivas para saber cómo se ubica y qué lugar ocupa la educación en las propuestas de los candidatos.

Lima, 10 de mayo de 2021
Comité Editorial