Miguel Pita | EL PAÍS
Entre la mucha información aparecida estos días sobre el coronavirus, echo en falta un relato más general que explique la existencia de estos seres que la mayoría de los expertos rechazan aceptar como “seres vivos”. En estas líneas pretendo explicar por qué todos ellos son grandes supervivientes y temibles agentes infecciosos desde una perspectiva evolutiva, sin darle especial relevancia al que nos aterra estos días.
Un virus puede ser algo tan sencillo como un pequeño fragmento de ADN (o de su hermano mellizo, el ARN, como en el caso del coronavirus) envuelto por unas cuantas proteínas: una molécula, arropada por otras. Esas proteínas de la envoltura del virus tienen una determinada forma, es decir, una estructura tridimensional. La vida de un virus empieza cuando la forma de esas proteínas que lo envuelven encaja con la de las proteínas del exterior de una célula como una llave en una cerradura. En ese momento el virus, o al menos el ADN vírico, ingresa en esa célula hospedadora, que puede ser de un animal, de una planta, de un hongo o, incluso, de una bacteria. Imaginemos que es nuestra… Leer más