Recientemente, participé en un encuentro organizado por Empresarios por la Educación, donde resalté que tres afirmaciones, juntas, describen la situación actual de la educación peruana. La primera es que la educación en el Perú ha mejorado; la segunda, que esta está muy mal; y la tercera, que puede seguir mejorando significativamente.
Aunque pueda parecer contradictorio, estas tres afirmaciones son igual de válidas. Perú, junto con Colombia, fue de los pocos paises de América Latina que mejoró consistentemente en la prueba PISA durante los últimos 15 años, Si en el 2012 figuraba como último de la lista, hoy supera a países como Argentina, Filipinas, Indonesia o Panamá, y está a la par de Colombia y Brasil. Además, la brecha entre el rendimiento promedio de nuestros estudiantes de secundaria y el promedio de la OECD se ha reducido de 5.5 a 4 años.
El Perú ha mejorado. Pero aun con esa mejora, 66% de los jóvenes de 15 años están por debajo del nivel mínimo aceptable en matemáticas. Y 50% no alcanza el nivel mínimo de aprendizaje en lectura. Los estudiantes del quintil más rico del Perú están al nivel del quintil más pobre de Vietnam; algo preocupante e inaceptable,
Pese a ello, todavía es posible mejorar. A diferencia de otros retos de desarrollo, hay una idea clara de qué hacer para mejorar la educación en el Perú; particularmente, la primaria. Y es falso, como a veces se afirma, que los cambios en educación demoran mucho y son de largo plazo. Si se emprenden mejoras de las políticas educativas, se pueden ver mejoras sustanciales en pocos años.
Así lo demuestran muchos sistemas educativos exitosos, como los del estado de Ceará (Brasil), la provincia de Mendoza (Argentina), la ciudad de Manizales (Colombia) y el mismo Perú, que, como vimos, logró tener de los mayores creclmientos en la prueba PISA.
Las medidas clave, en todos los casos, incluyen la mejora de mecanismos de selección de maestros, la medición constante de aprendizajes en cada escuela, las mejoras en la distribución de materiales a cada estudiante, una formación en servicio más intensa o de mejor calidad y el apoyo al trabajo docente en el aula. Retroceder en cualquiera de esas áreas implicará perder terreno en la lucha por mejorar los aprendizajes.
Una de las preguntas que recibí en el evento es qué puede hacer el empresariado para mejorar la educación. Lo primero es entender la ambición que debemos tener como país, Las intervenciones en proyectos piloto son interesantes, pero insuficientes. Si queremos mover la aguja de los aprendizajes, las mejoras tienen que darse a gran escala, a nivel de todo el sistema.
Lo segundo es que el empresariado debe poner a la educación como una urgencia nacional, porque define el stock de capital humano con el que este podría innovar, aumentar la productividad, expandir mercados y mejorar el bienestar sostenidamente. La alternativa a ello es conformarse con una calidad de vida y una economía mediocres.
El empresariado, además, debe visibilizar la necesidad de una mayor inversión, no sólo en recursos financieros —para aumentar la oferta de secundaria a tiempo completo, incorporar agresivamente la tecnología y mejorar la calidad en educación inicial e infraestructura, por ejemplo—, sino también en una gestión eficiente de estos para alcanzar mejores resultados de aprendizaje.
El empresariado puede apalancar la inversión pública para lograr esas mejoras, Intervenciones como las de Antamina y Angloamerican, que permiten una mejora de la oferta pública y privada en su conjunto y mejoran los aprendizajes a escala, en regiones como Áncash y Moquegua, son excelentes ejemplos. Este apalancamiento de inversiones y el compromiso privado directo puede involucrarse con el sector público a nivel nacional, regional y local.
El espacio de intervención es grande, Pero, para que esta sea efectiva, requiere la ambición de impactar en todo el sistema. Y, hoy, resulta urgente.
Fuente: Semana Económica: https://lnkd.in/eGjgefPG