Edición 86

Una democracia en ruinas

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EDITORIAL

Apenas estamos iniciando el año y ya tenemos cerca de medio centenar de muertos en las calles del país, muertes de ciudadanos que, en buena parte de los casos, como ha comprobado la Defensoría del Pueblo y como muestran los videos difundidos por la prensa independiente, ni siquiera estaban participando de las movilizaciones. Se justifican los crímenes con el argumento del vandalismo. Sin embargo, la toma de locales, el bloqueo de carreteras, el saqueo de establecimientos, son delitos penados con cárcel, no con la muerte, y el deber de la policía es detenerlos, no asesinarlos.

Podemos o no estar de acuerdo, en todo o en parte, con las demandas de los ciudadanos que protestan en las calles, pero en toda democracia, protestar es un derecho y si se infringe la ley, se detiene a los infractores y se les aplica la ley, no se le dispara a quemarropa. Ni siquiera el argumento del terrorismo justifica los crímenes, el terrorismo es un delito que debe ser probado, no se puede acusar a nadie de subversión solo porque se sospecha o porque lanza una piedra enfurecido, menos aún liquidarlo a balazos. ¿Es tan difícil entender eso? ¿Cuál es la noción de democracia que hemos aprendido en la escuela? Si la educación recibida a lo largo de doce largos años no nos permite distinguir una democracia de una dictadura ni usar la razón y la ley para resolver controversias, entonces no ha servido de nada. Si creemos que la violencia se justifica si se aplica contra «los malos», sea cual fuere el bando donde creemos que se encuentren, entonces cabe preguntarnos seriamente para qué sirve entonces la escuela.

Como se ha venido comentando en estos días por diversos medios, hace apenas un mes hubo manifestaciones públicas en Francia que derivaron en violencia, dañando propiedad pública y privada. Hace poco en Brasil hubo protestas en las calles que también se desbordaron y la gente ingresó por la fuerza a instituciones públicas a romperlo todo. En ambos casos la intervención policial fue enérgica y se detuvo a cientos de personas, pero no hubo ni un solo muerto. ¿Por qué aquí creemos que se justifica responder un insulto a balazos? ¿Por qué creemos que la protección de la propiedad está por encima de la protección de la vida?

Incendiar locales, apedrear ambulancias y bloquear carreteras sin importar las consecuencias que eso puede tener para los ciudadanos que necesitan llegar a su destino con premura o aún quemar patrulleros con policías adentro, no se justifica bajo ningún argumento. Por el contrario, deslegitima los reclamos y le da pretextos a quienes quieren creer y hacer creer que la indignación y el reclamo de la gente es sinónimo de terrorismo y que, por lo tanto, justifica que se mate a sangre fría, así se trate de civiles desarmados o transeúntes ocasionales.

También es verdad que el hartazgo de la gente con sus autoridades nacionales es genuino y que algunos lo aprovechan para colocarle carteles con demandas que no son las de todos. Eso ocurre siempre y no debiera ser motivo para hacer generalizaciones interesadas, diciendo que todos los reclamos vienen del narcotráfico o de la minería ilegal o de grupos violentistas. Una vez más, necesitamos una ciudadanía lúcida y racional, que no se deje embaucar por nadie con argumentos falaces, que sepa corroborar la verdad de lo que escucha antes de darlo por cierto. Y ese es el papel de la educación, esa es nuestra responsabilidad como educadores.

Todo comienzo tiene su encanto decía Goethe, el autor del Fausto. Pero no es fácil sentir encanto por este nuevo comienzo, porque el 2022 no solo no resolvió los problemas que nos trajo, sino que ha reemplazado varios de ellos por otros aún peores. El pronóstico sigue siendo oscuro, muy oscuro, y son numerosas las organizaciones sociales y las instituciones que lo vienen denunciando, incluyendo a la misma Naciones Unidas. La democracia se desintegra. Pero es verdad también que buena parte de la cosecha del 2023 dependerá también de lo que nosotros, los ciudadanos, seamos capaces de sembrar. A eso se le llama esperanza activa, un concepto extraído de la teología que aplica perfectamente a la situación actual. Las cosas no se arreglarán solas.

En el terreno de la educación, esa esperanza deberá estar especialmente activa, porque los intereses que resistieron y cuestionaron las reformas emprendidas en los últimos veinte años en materia curricular, en la carrera pública docente, en la formación inicial docente, en la educación superior, en la educación intercultural bilingüe, entre otras, tienen el control del país desde hace año y medio. Ya ahora están demostrando cuan decididos están a destruirlo todo para hacer retroceder dos décadas el reloj de la historia y abrirle paso nuevamente a los privilegios que perdieron. Pero aunque griten más fuerte, no dejarán de escucharnos. No dormiremos con los dos ojos cerrados.

Lima, 12 de enero de 2022