Edición 65

Vallejo y el poder

Vallejo es nuestro poeta universal y un hito de juventud para cualquier peruano, de la generación de Sagasti, de la nuestra y ojalá que la de estos chicos que salieron a pelear por sus derechos

Print Friendly, PDF & Email

Jeremías Gamboa | Facebook

Un presidente fue capaz de volver tendencia a un poeta. Ayer César Vallejo se volvió tendencia en todas las redes (y el gesto de quebrarse de Francisco Sagasti se quedará en nuestra memoria). Mucha gente compartió su poema y hay también muchos que se han puesto a releer su poesía y algunos otros a leerla por primera vez. Que Sagasti lo haya elegido para cerrar su discurso es central. En él defendió la importancia de la educación y de atender las demandas de los jóvenes y para ambos asuntos Vallejo es crucial porque representa ambas. Es nuestro poeta universal, claro, pero además, ojalá no me equivoque, es un hito de juventud para cualquier lector peruano, tanto de la generación de Sagasti, de la nuestra y ojalá que la de estos chicos que han salido a pelear sus derechos. Como estudiante y luego como profesor he sido testigo de la relación que hay entre los jóvenes universitarios, sus anhelos y también desdichas y dudas y frustraciones con la poesía de Vallejo. Sagasti habló de ese joven idealista que los mayores (sobre todo los políticos) habíamos dejado atrás y que debíamos recuperar. Vallejo representa para muchos de nosotros la voz de ese joven inconforme que tenemos dentro de nosotros mismos y que a veces es enterrado por los deberes y sobre todo la apatía, las rutinas, el conformismo y a veces el cinismo de la adultez.

Pero hay más, y tiene que ver con la selección del poema. “La tarea de superar rencillas y disipar rencores”, dijo Sagasti a modo de introducción antes anunciar que iba a leer las últimas líneas de “Considerando en frío, imparcialmente” de César Vallejo. Dijo que era su poema favorito del poeta trujillano. Debe de ser. Lo que sí es cierto es que es un poema escogido con enorme sabiduría, un texto deslumbrante en el que Vallejo poetiza el desencuentro con ese “otro” mamífero que es el prójimo pero que a la vez, como en un espejo, es uno mismo, ese animal extraño que se entristece y que somos todos, un ser como él y a la vez opuesto, una criatura que es diferente por ser precisamente ella misma, como hemos sido siempre todos los peruanos. Sagasti les dice a los Congresistas que no duda de que todos recuerdan el verso inicial de ese poema, y luego de resumirlo, lee:

Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito…
le hago una seña,
viene,
Y entonces aquí se detiene. Y al poco de acabar el discurso yo escribí un post aquí y cometí el error de decir que lo había recitado porque me dio la impresión de que así había sido pero no: lo había leído. Ahora que veo el video de la lectura me doy cuenta de que tras el acto de decir “viene”, que precede al abrazo, Sagasti se tiene que tomar unos segundos para administrar la emoción anticipada ante las líneas finales, que conoce muy bien. Porque es claro que lo ha leído muchas veces y que tiene “memoria” del poema y que el poema, además, le debe de hablar a él mismo, como a todos, de sus ideales de juventud, de sus años estudiando el Perú y de la situación particular que lo ha llevado a tener que comandar un país que ha parido monstruos letales y seres inefables pero también a genios tales como el poeta de Santiago de Chuco. Esa es su verdad, la verdad del poema, y él la comprende. Y por eso me pareció que lo recitaba. Sabía muy bien, además, que con todo su claroscuro el poema conjura en el final la necesidad que tenemos todos de acercarnos al otro. De ser el “Otro”. Sagasti en ese momento lanza algo que, contagiado por Vallejo y citándolo, solo puedo llamar una exhalación mamífera de impulso y alivio, un bufido como de “burro peruano del Perú, perdonen la tristeza”, y luego de tomar fuerza, de creer que ya está listo, lee con un empuje interior renovado con el que busca ayudarse a sí mismo a no quebrarse ante todos en los versos últimos del poema. Y es entonces que se equivoca. Al final de su discurso. Lo que tenía que leer era esto:
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado… Emocionado…
Pero curiosamente la propia emoción de ese abrazo del que hablará el poema y que él debe leer se convierte en memoria y emoción misma, y entonces, ya sumergido dentro del propio poema, solo dice:
y le doy un abrazo, emocionado.
Emocionado…

Es curioso que en el “error final” de su lectura del poema, y de su discurso, Sagasti haya omitido ese “¡Qué más da!” pesimista tan vallejiano. Quizás de manera inconsciente le dio más luz, una pérdida para el poema sí pero quizás no para lo que piensa del país. Mientras lo veo allí cerrando su lectura del poema, siendo el poema en la propia lectura, pienso que esos son esos esos extraños momentos en que las palabras se vuelven actos. Porque entonces el poema, leído con error a causa del éxito del propio poema, suena más verdadero que nunca, parece recitado, nos refleja a todos. ¡Qué más da! Emocionados…. Emocionados…

Lima, 18 de noviembre de 2020

Jeremías Gamboa
Es escritor y periodista. Ha sido editor general de la revista peruana Etiqueta Negra y editor adjunto de la revista Somos, del diario El Comercio. También ha sido columnista de las revistas Caras, Asia Sur y del suplemento Luces, de El Comercio, y ha colaborado con medios como El País, de España y El Tiempo, de Colombia. Su libro de cuentos "Punto de fuga" fue considerado por una encuesta de la revista Buensalvaje uno de los tres mejores libros de ficción breve publicados en Perú entre los años 1990 y 2010. Su novela "Contarlo todo", traducida al francés, italiano y portugués, ganó el premio Tigre Juan 2014.