Un presidente fue capaz de volver tendencia a un poeta. Ayer César Vallejo se volvió tendencia en todas las redes (y el gesto de quebrarse de Francisco Sagasti se quedará en nuestra memoria). Mucha gente compartió su poema y hay también muchos que se han puesto a releer su poesía y algunos otros a leerla por primera vez. Que Sagasti lo haya elegido para cerrar su discurso es central. En él defendió la importancia de la educación y de atender las demandas de los jóvenes y para ambos asuntos Vallejo es crucial porque representa ambas. Es nuestro poeta universal, claro, pero además, ojalá no me equivoque, es un hito de juventud para cualquier lector peruano, tanto de la generación de Sagasti, de la nuestra y ojalá que la de estos chicos que han salido a pelear sus derechos. Como estudiante y luego como profesor he sido testigo de la relación que hay entre los jóvenes universitarios, sus anhelos y también desdichas y dudas y frustraciones con la poesía de Vallejo. Sagasti habló de ese joven idealista que los mayores (sobre todo los políticos) habíamos dejado atrás y que debíamos recuperar. Vallejo representa para muchos de nosotros la voz de ese joven inconforme que tenemos dentro de nosotros mismos y que a veces es enterrado por los deberes y sobre todo la apatía, las rutinas, el conformismo y a veces el cinismo de la adultez.
Pero hay más, y tiene que ver con la selección del poema. “La tarea de superar rencillas y disipar rencores”, dijo Sagasti a modo de introducción antes anunciar que iba a leer las últimas líneas de “Considerando en frío, imparcialmente” de César Vallejo. Dijo que era su poema favorito del poeta trujillano. Debe de ser. Lo que sí es cierto es que es un poema escogido con enorme sabiduría, un texto deslumbrante en el que Vallejo poetiza el desencuentro con ese “otro” mamífero que es el prójimo pero que a la vez, como en un espejo, es uno mismo, ese animal extraño que se entristece y que somos todos, un ser como él y a la vez opuesto, una criatura que es diferente por ser precisamente ella misma, como hemos sido siempre todos los peruanos. Sagasti les dice a los Congresistas que no duda de que todos recuerdan el verso inicial de ese poema, y luego de resumirlo, lee:
Es curioso que en el “error final” de su lectura del poema, y de su discurso, Sagasti haya omitido ese “¡Qué más da!” pesimista tan vallejiano. Quizás de manera inconsciente le dio más luz, una pérdida para el poema sí pero quizás no para lo que piensa del país. Mientras lo veo allí cerrando su lectura del poema, siendo el poema en la propia lectura, pienso que esos son esos esos extraños momentos en que las palabras se vuelven actos. Porque entonces el poema, leído con error a causa del éxito del propio poema, suena más verdadero que nunca, parece recitado, nos refleja a todos. ¡Qué más da! Emocionados…. Emocionados…
Lima, 18 de noviembre de 2020