Juan Carlos Ugarelli / CINENCUENTRO
Videofilia (y otros síndromes virales) es una de las propuestas más originales y estimulantes que han aparecido en el panorama del cine peruano en los últimos años. Ganadora del Tiger Award en el Festival de Rotterdam y del premio a la mejor película en el Festival Lima Independiente, es también una experiencia demandante, que ofrece múltiples lecturas sobre nuestra interacción con el mundo digital.
Luz (Muki Sabogal) es una adolescente que acaba de terminar el colegio y que tiene una gran curiosidad por experimentar nuevas sensaciones, a través de drogas y cibersexo. Conoce por Internet a Junior (Terom), un dealer de pornografía amateur, quien tiene una extraña obsesión con unas predicciones relacionadas al fin del mundo. Una vez que se conocen en el mundo “real”, la cotidianidad de ambos se altera produciendo consecuencias inesperadas.
Alrededor de los protagonistas Luz y Junior, gravitan otros personajes que comparten con ellos una pertenencia al mundo marginal y subterráneo: una prostituta, un adicto a los videojuegos, un vendedor de pornografía, un dealer de drogas y una intensa activista política conforman un coro de voces disonantes que representan una Lima inclasificable e indomable que muta constantemente, como un virus rebelde.
El director y guionista Juan Daniel F. Molero toma la idea del virus y la aplica desde diferentes perspectivas. A nivel visual, ciertas escenas simulan el ataque de un virus informático que deforma y pixelea las imágenes, para representar las alucinaciones que tienen los personajes al consumir ciertas drogas. De pronto, sus cuerpos se desdoblan y multiplican, al tiempo que se confunden con el entorno.
A nivel sonoro, una voz en off asume el rol de un voyerista controlador que lo ve todo, lo oye todo y lo posee todo. ¿Es acaso la voz de la conciencia de Internet que nos recuerda que sabe todo sobre nosotros y, por eso, puede hacer lo que quiera con nosotros?
A nivel narrativo, el virus es representado por las distintas obsesiones y adicciones que consumen a los personajes. Por un lado están la pornografía y las drogas que comienzan siendo un juego placentero hasta que el ambiente se enrarece y la fatalidad se cierne sobre ellos, infectando sus células y confundiendo sus sentidos.
Por otro lado, está el activismo fundamentalista que ve a las dictaduras y a la televisión basura como poderes dominantes a los que se debe combatir ciegamente hasta las últimas consecuencias. Este aspecto, aunque parte de una premisa interesante, no termina de encajar con el resto de la historia y se siente como una anécdota que merecería vida propia en otra película para desarrollarse con más fluidez.
La Internet y sus ramificaciones de posibilidades infinitas (las redes sociales, los chats, los juegos en línea, etc.) son representados comorealidades alternativas que permiten a los personajes vivir vidas paralelas y volcar en ellas sus fantasías y obsesiones. De ese modo, la película cuestiona qué es real y qué es virtual cuando una relación entre dos personas se concibe en Internet, luego se desarrolla fuera de ésta y vuelve a la red con una nueva apariencia, fragmentada y difusa.
El desenlace, aparentemente ambiguo y desconcertante, invita a recordar distintas claves sembradas a lo largo de la película, que podrían explicar el comportamiento de Luz y su interés en desaparecer o al menos hacerse invisible en el mundo real. De ese modo, Videofilia y otros síndromes virales lleva su premisa al límite: si el mundo virtual es más apasionante, ¿por qué no fundirse en él hasta convertirse en una imagen en movimiento que se pueda proyectar en cualquier pantalla? Es la promesa tentadora de la inmortalidad al alcance de un clic.
Fuente: CINENCUENTRO / Lima, 31 de agosto de 2016