Edición 54

Visión de futuro y comprensión del pasado

Toda visión de futuro se basa en una comprensión del pasado. Por eso, los propósitos del PEN al 2036 necesitan enfocar lo que debe construirse y también lo que debe deconstruirse

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Luis Guerrero Ortiz | EDUCACCIÓN

Todo es muy simple, solo tienes que cambiar tu concepto del mundo
James Clavell (Shogun)

Construir la visión de un proyecto o un plan estratégico se ha vuelto muchas veces un acto ritual y retórico, donde nos esforzamos por decir cosas que suenen bien y que a todos les parezcan correctas, sin imaginar que al hacerlo estamos formulando una promesa y, por lo tanto, un compromiso. Ocurre que las «visiones» de los proyectos no suelen derivar necesariamente en objetivos ni en líneas de acción, pues se supone que se trata del dibujo de un escenario a tan largo plazo, que tal vez nunca veremos.

Algo parecido nos pasa, por ejemplo, cuando formulamos el perfil de egreso de un programa formativo y nos apresuramos a ponerle el rótulo de «orientador». Decir que algo cumple una función orientadora, es decir de manera elegante que no sirve para nada. Cuando preguntamos a los ejecutores de cualquier proyecto, plan o programa cuál es la visión que los anima o el perfil de egreso al que tienen que arribar, es difícil encontrar a alguien que lo tenga tan interiorizado, que puede responder y explicarlo sin tener que leerlo.

Según refieren Mintzberg, Ahlstrand y Lampel, en un clásico estudio sobre los variados sentidos atribuidos a la estrategia[1], se ha investigado el papel de la visión en el desarrollo de organizaciones que han logrado un éxito importante en el cumplimiento de sus objetivos. Lo que se ha comprobado, entre otras cosas, es que la visión y su lenguaje simbólico supone en realidad una perspectiva, una manera de ver las cosas que se comparte con los demás miembros, pero que excede las palabras que la componen para cobrar vida, trasladándose a los actos.

Ese debería ser el caso de la visión del Proyecto Educativo Nacional al 2036. Si hay que poner celo en cada palabra elegida para comunicar la aspiración que lo mueve y que busca realizar, es precisamente porque de ahí debería desprenderse todo lo demás.

Hasta ahora –porque el proceso de consultas continua- la visión que se ha propuesto para el nuevo Proyecto Educativo Nacional al 2036 es la siguiente:

«La educación peruana crea las condiciones para que todas las personas nos desarrollemos como ciudadanos que seamos capaces de convivir en democracia, en armonía con el medio ambiente, y realizar nuestras aspiraciones personales y colectivas»[2].

Tal como está formulada, esta visión asocia la educación con el desarrollo de la ciudadanía y la convivencia democrática, una idea fuerza que ya estaba presente en el proyecto anterior, aunque aquí la redacción le pone un acento mayor. Esto es muy necesario, las últimas dos décadas han puesto en evidencia una crisis de ciudadanía y de institucionalidad democrática demasiado grave, que no puede dejar indiferente al sistema educativo y que lo obliga a replantear sus prioridades, hasta ahora centradas en la alfabetización lectora.

Pero a diferencia de la anterior visión, esta no hace referencia al país. Antes se aludía explícitamente a una educación que habilite a las personas para contribuir al desarrollo local y nacional. Esa idea está ahora diluida en la frase «…y realizar nuestras aspiraciones personales y colectivas». Entiendo que no hay frase perfecta ni redacción que deje satisfechos a todos, pero vincular la educación con la construcción de país amplía su horizonte más allá de la esfera individual. En la propuesta actual está demasiado tácita, encapsulada en la noción de ciudadanía o en la referencia a una aspiración colectiva.

De otro lado, es muy positivo que la visión al 2036 asocie el medio ambiente a la convivencia democrática, una conexión de enorme importancia en estos tiempos en que el combate a la inacción frente al cambio climático viene escalando socialmente a niveles sin precedentes. Este tema no estaba explícito en la visión del PEN anterior.

Aristóteles decía que el alma nunca piensa sin una imagen. Veamos ahora si los tres grandes propósitos esbozados para el nuevo Proyecto Educativo Nacional traducen la imagen que nos propone la visión al 2036.

El primer propósito es una «Formación ciudadana para la vida en democracia». ¿Qué implica esto? En primer lugar, escuelas que brinden contenidos vinculados a ciudadanía; y, en segundo lugar, escuelas con prácticas democráticas institucionalizadas. Demás está decir que me identifico plenamente con este propósito y no cabe duda que se desprende de la visión, pero me surgen a la vez dos inquietudes. La primera es que el ejercicio de una ciudadanía democrática supone no solo el manejo de contenidos, los cuales son ciertamente indispensables, sino también la habilidad de construir acuerdos y sumar voluntades con personas de muy diferentes intereses, temperamentos y perspectivas, procesando las divergencias sin generar divisiones ni exclusiones. Quizás la noción de «contenidos» incluye también –en la intención de los formuladores– el variado set de competencias que supone la práctica ciudadana, pero imagino que el lector promedio traducirá la palabra como información.

La segunda, es que institucionalizar prácticas democráticas en las escuelas es una antigua aspiración que viene desde la revolución francesa, pero que no ha encontrado el camino en razón de los sólidos prejuicios en que se basa la relación entre adultos, niños y adolescentes en los salones de clases. Lo que pueden hacer nuestras escuelas sin mayor apremio es ofrecer información sobre la democracia. Pero enseñar a ejercerla a menores de edad y darles la oportunidad de hacerlo de manera constante y protagónica, va a tropezar con enormes murallas culturales y lo sabemos. ¿Cuál es entonces el propósito que nos trazaremos de aquí al 2036 para derribarlas?

El segundo propósito es una «Convivencia sana y bienestar socioemocional». ¿Qué implica esto? En primer lugar, experiencias con sentido y propósito que nos aseguren “éxito” (autorrealización y búsqueda del bien común); en segundo lugar, desarrollo de capacidades para alcanzar bienestar propio y contribuir al de todos; en tercer lugar, promoción del bienestar socioemocional de los estudiantes como eje del quehacer educativo dentro y fuera del espacio escolar; y en cuarto lugar, un Estado que garantice las condiciones para el bienestar socioemocional en todas las IIEE mediante la provisión de servicios y supervisión.

No podría estar más de acuerdo con este segundo propósito, pero en rigor, ¿no es acaso una condición para el primero?, ¿es posible formar ciudadanía para la vida en democracia en una escuela donde la convivencia cotidiana no está basada en la igualdad, el respeto mutuo y el acuerdo, sino en la violencia y la discriminación, donde la norma nunca aplica para todos y donde las diferencias generacionales se asumen como indicador de superioridad moral?

Humberto Maturana señala que, si la democracia consiste en aceptar la existencia del otro como alguien legítimamente diferente y en coordinar con él de manera continua las acciones que hacen posible la coexistencia, entonces la democracia no es solo un sistema político o un mecanismo de asamblea, sino un modo de convivencia[3]. Más aun, sostiene que el mundo en que vivimos lo configuramos en la convivencia y si ese mundo lleva el sello de la democracia, entonces su crisol no son las elecciones sino la convivencia cotidiana. Aprender a convivir entre diferentes no es, entonces, un tema separado de la formación ciudadana ni de la vida en democracia; y aquí, sin embargo, se está distinguiendo.

En realidad, en la formulación de este segundo propósito, hay dos objetivos en pugna: uno es aquello que se denomina «convivencia sana», experiencias con sentido y propósito en la «búsqueda del bien común», desarrollo de capacidades para «contribuir al bienestar de todos»; y otro es el «bienestar socioemocional» de los estudiantes como individuos, la «autorrealización», la recepción de servicios de bienestar. Lo primero pertenece al ámbito anterior, no corresponde desgajarlo de allí porque se distorsiona el sentido de la democracia. Por lo demás, nadie podría objetar que exista un segundo propósito enfocado en la persona.

Ahora bien, en este tema nos surge la misma pregunta anterior. Partamos de aceptar que la escuela no brinda oportunidades de autorrealización y de bienestar emocional porque no está en su naturaleza. Su modelo institucional está más cerca del panóptico de Michael Foucault y se ha forjado históricamente en la perspectiva de vigilar y castigar, no de propiciar el crecimiento personal. La pedagogía acunada en la modernidad es básicamente prescriptiva y es por eso que los enfoques más centrados en el estudiante y que alientan su protagonismo se perciben como un cuerpo extraño que el sistema espontáneamente rechaza. ¿Qué propósito nos trazaremos de aquí al 2036 para superar esta situación?

El tercer propósito se define como «Desarrollo nacional y bienestar material». ¿Qué implica esto? En primer lugar, dotar a las personas de capacidades para desarrollar su proyecto de vida (incluida su subsistencia material); y, en segundo lugar, ir más allá del manejo especializado de un conjunto de saberes instrumentales, formando personas en un sentido humanista, autónomas, flexibles y con una perspectiva amplia.

Concuerdo con esto, entiendo que se trata de desarrollar capacidades que habiliten a los estudiantes no solo para insertarse en el mundo del trabajo sino para construir un proyecto de vida que vaya más allá de la subsistencia. Concuerdo también en que aun si nos enfocásemos solo en competencias laborales, necesitaríamos una escuela que forme personalidades independientes, socialmente hábiles y con una elevada flexibilidad cognitiva.

Sensiblemente, la cultura escolar camina en dirección contraria. Asume que la autonomía es peligrosa, prefiere más bien el control y refuerza la dependencia. Las habilidades sociales las percibe perturbadoras, porque colocan a los estudiantes al borde de la irreverencia, por lo que prefieren más bien privilegiar la docilidad y la obediencia, aun a pesar que las actuales generaciones la aceptan menos que antes. La flexibilidad de pensamiento es un tema ausente incluso en la formación inicial de los docentes, pues lo que se refuerza sistemáticamente es el pensamiento convergente. Lamento tener que reiterar la misma pregunta anterior: ¿Qué propósito nos trazaremos de aquí al 2036 para superar esta situación?

Una ausencia importante

El medio ambiente forma parte de la imagen que nos ofrece la visión del PEN al 2036. Sin embargo, ninguno de los tres propósitos la recoge. ¿La vamos a dar por implícita en alguno de los conceptos que se han utilizado para redactar los tres propósitos o vamos a darle un espacio propio? Greta Thunberg nos propondría lo segundo y tendría razón.

No hay secretos en este ámbito. Lo que se recomienda hacer en diversos foros, incluidos los foros de las Naciones Unidas, es incorporar medidas relativas al cambio climático en las políticas públicas, por ejemplo, fortalecer la capacidad de adaptación a los riesgos, tanto como la capacidad de planificación y gestión en relación al clima; mejorar la educación para prevenir y reducir sus efectos, fomentando el hábito de reducir las emisiones de CO2, de ahorrar energía, de practicar las 3 ‘R’ de la sostenibilidad, consumir alimentos bajos en carbono y defender los bosques de la depredación.

El movimiento social que se ha desatado globalmente para luchar contra el cambio climático está protagonizado por adolescentes. Esto quiere decir que la escuela y la educación pueden jugar un papel extremadamente importante en este objetivo.

Henry Mintzberg dice que la visión es una representación mental de la estrategia[4], razón por la cual no puede carecer de correlato con los objetivos y con las acciones centrales de un proyecto. Pero dice algo más. Sostiene que, si bien es cierto, pensar en forma estratégica supone ver hacia adelante, esto no es posible si es que no somos capaces de ver hacia atrás. Una buena visión del futuro, nos dice este profesor canadiense, debe estar arraigada en una comprensión del pasado. Ergo, no podemos trazarnos propósitos sin mirar los obstáculos que debemos superar para poder lograrlos y sin que esas victorias previas se conviertan también en propósitos.

En otras palabras, no podemos construir sin deconstruir y el desmontaje, en este caso, supone una tarea tan monumental, que necesitamos enfocar muy bien los blancos de nuestra acción colectiva e inscribirlos en el proyecto.

Todo sistema es resistente al cambio. Transformar su naturaleza no es una tarea simple, menos cuando se trata de un sistema tan complejo y atávico como el educativo. No lo perdamos de vista. Como dice Kart Weick, «Una organización no tiene una cultura. Una organización es una cultura. Por eso resulta tan terriblemente difícil de cambiar».

Lima, 11 de noviembre de 2019

NOTAS

[1] Henry Mintzberg, Bruce Ahlstrand, Joseph Lampel (2003), Safari a la Estrategia: Una visita guiada por la jungla del management estratégico. Buenos Aires, Ed. Granica. Disponible en: http://bit.ly/2CsWBU3
[2] Consejo Nacional de Educación (2019), Propuesta de visión y propósitos del Proyecto Educativo Nacional al 2036. Documento en revisión en los Encuentros Macro regionales. PPT (inédito).
[3] Humberto Maturana y Carlos Vignolo (2001), Conversando sobre educación. Revista Perspectivas (Departamento de Ingeniería Industrial, Universidad de Chile), vol. 4, Nº 2, 2001 (pp. 249-266). Disponible en: http://bit.ly/2qHiex6
[4] Mintzberg, Henry (1990), Diseño de organizaciones eficientes. Buenos Aires, El Ateneo. Disponible en: http://bit.ly/2Nv0MF8

Luis Guerrero Ortiz
Docente, graduado en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), con estudios completos de maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado de Chile, y posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), Periodismo Narrativo y Escritura Creativa (Escuela de Periodismo Portátil de Buenos Aires). Ha sido profesor principal en el Instituto para la Calidad de la PUCP y consultor de UNESCO en políticas de formación docente. Socio fundador de ENACCION y de Foro Educativo. Ha sido consultor de GRADE (Proyecto FORGE) y asesor pedagógico en el Ministerio de Educación (Despacho del Ministro) entre el 2001-2002 y el 2010-2013. Ha sido asesor en la Oficina de Educación de UNICEF y el Consejo Nacional de Educación; profesor principal de la Escuela de Directores y Gestión Educativa de IPAE; ha sido docente de posgrado en la Universidad Católica y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Es miembro del Consejo Consultivo de Enseña Perú. Escribe ficción en su blog El río de Parménides.