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Creemos que, dentro de los muchísimos retos y urgencias, para acceder a una educación de excelencia es ideal que todos los estudiantes puedan volver a las clases, presencial o semipresencialmente. |
En nuestro país son decenas de miles de estudiantes, principalmente de zonas rurales, que hace ya casi 2 años (si contamos que su último día de clases presenciales fue hacia la quincena de diciembre de 2019), han accedido de manera intermitente a una educación alejada de la atención y calidad que merecen, o incluso no han participado de ninguna modalidad educativa.
Las realidades son diversas: En una comunidad rural que no cuenta con señal telefónica, el acceso educativo ha sido a través del envío ida y vuelta de fichas impresas y material educativo por encomienda entre docente y estudiantes, con la ayuda de un líder de la comunidad. Por otro lado, debido a la migración interna sucedida al principio de la pandemia, muchos estudiantes que viven en zonas rurales no han podido acceder a los recursos tecnológicos entregados, por estar oficialmente matriculados en colegios urbanos. Otros han tenido que reducir la frecuencia de contacto con el docente a solo dos o hasta una vez por semana, dado que deben movilizarse para obtener algún tipo de señal, a veces durante horas de caminata. y -a pesar de haber sido una herramienta fundamental este tiempo- es evidente que WhatsApp carece de muchos elementos necesarios para una experiencia educativa ideal.
Y a pesar de que estos y otros casos plantean una magnitud del problema sin precedentes, no ha sido posible consensuar el sentido de urgencia que el retorno a la presencialidad demanda: el liderazgo formal no está jugando un rol que acelere los procesos a nivel nacional y en las regiones; y la mayoría de las comunidades educativas -en nuestra experiencia- están llevando adelante diálogos fraccionados, sin rutas o herramientas para escucharnos y decidir en colectivo.
Es real que es un reto complejo, diverso, y que requiere tanto del liderazgo local y comunitario como de una visión y estrategia clara a nivel nacional y regional, reflejada en instrumentos de política y presupuesto.
Sabemos también que algo de ambas cosas viene pasando.
Según el último informe de Unicef, a la fecha, solo el 4.4% de estudiantes de nuestro país ha vuelto a la semipresencialidad.
Por su parte, MINEDU viene impulsando una estrategia que busca “Un retorno a la semipresencialidad: seguro, flexible, gradual, voluntario y con enfoque territorial”, que se refleja en un grupo de Resoluciones Ministeriales (la 121 del 2020 y, las 199 y 273 del 2021) y Viceministeriales (211-2021) que regulan las condiciones y los pasos que las comunidades e Instituciones educativas deben considerar y seguir, todo esto reforzado hace poco en primer artículo de la Declaratoria Emergencia Educativa.
Pero claramente, esto no está logrando que todos los estudiantes que podrían volver vuelvan. Por eso, por la urgencia, desde diversos ángulos y aproximaciones, colectivos e instituciones, han sugerido muchísimas contribuciones: ideas, llamados, pronunciamiento sobre lo que “debería” pasar en el sistema.
Creemos que además de identificar y proponer acciones sobre lo que debería pasar, toca desarrollar herramientas para valorar y entender un poco mejor lo que está pasando, con los lentes de la empatía y con la capacidad para ejercer liderazgo para acompañar, solucionar y destrabar, según cada situación.
Hay temor. Hay duelo. Hay trauma. Está ahí, está presente. Y es distinto según el fragor de la batalla contra el COVID que se libró y cómo se libró.
Norma[1]*, docente rural en Tambo grande, está vacunada y aún no quiere volver. 7 docentes de 10 de la IIEE en la que trabaja se contagiaron el año pasado. Ella estuvo internada y no puede hablar aún de eso sin quebrarse. Está preocupada porque uno de sus pulmones ya casi no funciona. 7 docentes de esa UGEL han fallecido, y también 4 padres de familia de su propia escuela. El colegio no tiene agua, ni servicios. La comunidad no quiere que abran. Ni que vengan profes de la ciudad. Han habilitado “Aprendo en comunidad”, con voluntarios (estudiantes universitarios) de la comunidad y ella los guía. El estrés es constante, no quiere que los padres la culpen de contagios, pero sabe que esta estrategia es clave para sus estudiantes.
Las dinámicas entre comunidad y escuela son complejas, siempre lo han sido. Y si bien en la pandemia, la tensión de la incertidumbre propicia un clima aún más complejo, también se han evidenciado relaciones de empatía que han sido un vehículo relevante para acercarnos, entender y accionar juntos. La participación de las familias, a partir del entendimiento del rol docente en este tiempo, puede jugar como un factor clave. Esto se vió en muchos casos, especialmente al inicio de la pandemia cuando docentes persuadían a las familias para que sus hijos continuaran con su educación a pesar de las dificultades, cuando buscaban involucrarles y darles herramientas para el soporte en casa.
En el sector privado hubo un conflicto sobre el valor percibido y el costo de las pensiones. Los números de estudiantes que tuvieron que dejar la escuela y no matricularse en el 2021 son números que no veíamos hace decenas de años.
A pesar de contar con buenas intenciones, las relaciones entre padres, docentes y directores tuvieron momentos de persecución mutua, y en la práctica se establecieron horarios de atención y trabajo no adecuados para los docentes.
En los últimos meses ha comenzado a presentarse una dinámica de señalamiento de culpas, conflicto por las posiciones contra la vacunación o desconfianza, poco consenso en la comunidad para tomar medidas preventivas y escasos recursos materiales para implementarlas.
Los miembros de estos mismos colectivos, que son quienes deben liderar estas dinámicas, están agotados. En una comunidad awajún, por ejemplo, los padres exigen que la escuela abra. Los docentes tienen miedo: casi nadie en la comunidad se cuida ni sigue protocolos. Ver a alguien con mascarilla es raro. Y el hospital más cercano, está a muchísimas horas. Los padres han luchado años por tener un centro de salud y luego que se le reconozca una escuela. Varios docentes y aliados se han enfermado a pesar de sus cuidados personales. Con año y medio de idas y vueltas, implementar un plan adecuado y consensuado parece titánico.
Pero en un punto, estas dinámicas empezaron a mejorar. El colectivo comenzó a empujar el desafío en la misma dirección, a pesar de la incertidumbre de no saber hacia dónde íbamos exactamente. Los padres y madres de familia modificaron espacios y horarios del día a día para adaptarse mientras empezaban a dimensionar el rol y desafío docente. Esa empatía entre comunidad y escuela estuvo, y puede seguir. La pregunta es: ¿Cómo nos ponemos al servicio para no perderla o recuperarla?
El liderazgo social y colectivo para la vuelta es clave. Todos los ejemplos exitosos tienen este común denominador.
La escuela Fe y Alegría 56, en Puno, ha sido de las primeras en volver a la semipresencialidad. Tomando en cuenta la realidad epidemiológica, y logrando consenso con las familias sobre horarios y actividades, han vuelto 3 veces a la semana, en 2 franjas de horarios, a tener clases en la escuela. Y el equipo directivo hizo esta evaluación desde principios del 2021. Los docentes tuvieron tiempo para hacerse a la idea y espacios para trabajar sus dudas, como colegiado. Hoy el director, Denys, cuenta orgullosa que el 95% de estudiantes están participando de la semipresencialidad.
Los padres del salón de María*, una docente en Ancash, deseaban que sus hijos vuelvan a clases porque pasarían a 1ro de secundaria. María coordinó y empezó con este grupo un “Aprendo en comunidad”, voluntario. Varios docentes no están de acuerdo con el retorno: algunos no se han vacunado, o tienen familiares vulnerables, viven a una distancia que le obliga a usar diariamente transporte público o tienen comorbilidades. Pedro*, el director, lideró una serie de encuentros y conversaciones: director con los docentes y cada docente con las familias.
Nos gustaría detenernos ahora en el trabajo de Pedro: luego de algunos intentos y con la tensión generada por las posiciones encontradas del retorno a clases, aprovechó el proceso de crecimiento y mentoría que está viviendo para llevarlo como un caso de liderazgo a resolver: definió cuál era el problema real en conjunto con su mentor y su equipo, identificó las diversas posiciones o “facciones” que coexisten en la comunidad educativa y se preparó para tener conversaciones difíciles 1-1 y en asamblea. Para reducir los supuestos (falta de empatía o desinterés que percibían unos con los otros) y generar puntos en común entre padres y docentes. Con eso, el diálogo mejoró tremendamente y así entraron en el camino a la reapertura parcial: a través de un acuerdo con los padres y el director para habilitar espacios físicos en la escuela, quedaron en asistir una vez a la semana a partir del 4 de octubre. Y van a seguir escuchándose para sacar adelante lo que queda del año.
Todos estos casos ilustran la capacidad de grupos humanos para escucharse y co-crear formas para balancear las diversas perspectivas, y volver bajo una solución colectiva, todo dentro de los marcos de la ley. Es complejo, y puede ser lento, pero es sostenible y empodera: al encontrar una solución construida entre todos, resulta legítima, con la voz de la comunidad educativa en tiempo real. Reduce además las polarizaciones a nivel colegio. El proceso debe ser acompañado por buenas directivas, buena empatía, y creatividad, aspectos técnicos también del liderazgo.
¿Cómo volver, entonces? ¿Qué implica volver puntualmente, en las diversas circunstancias, cómo se hace? Nos gustaría proponer 3 tipos de herramientas:
- Los 5 pasos para el retorno: para planificar los pasos que tenemos que dar en nuestras escuelas y comunidades
- Matrices para analizar variedad de situaciones complejas: para analizar y comprender la complejidad de nuestro propio entorno
- Herramientas de liderazgo sistémico para navegar la complejidad y tomar acción colectiva: para abordar el reto de liderazgo inherente a estas situaciones
A. Los 5 pasos para el retorno:
Hay 5 pasos[2] que las comunidades educativas pueden dar, que resumen el marco normativo actual para el retorno a la semipresencialidad:
- Paso 1: Las IIEE y programas educativos verifican con la UGEL si se encuentran habilitados (cumplimiento de condiciones de contexto: indicadores epidemiológicos y territoriales) para brindar el servicio educativo con algún grado de presencialidad. Aquí se puede verificar.
- Paso 2: Consulta a la comunidad educativa (docentes, familias, alcaldes, apus u otras autoridades locales) acerca del retorno. Aquí algunos modelos de encuestas.
- Paso 3: Acondicionamiento de las normas de bioseguridad en la institución educativa para el desarrollo seguro de las clases presenciales. Aquí un set completo de checklist de UNICEF
- Paso 4: El director de la IE, elaborará el Plan de Implementación con la asistencia técnica de la UGEL. Aquí una lista de cotejo
- Paso 5: De cumplir con los pasos anteriores, la IE estará apta y podrá iniciar clases con algún grado de presencialidad, lo cual será informado a la UGEL.
B. Matrices para analizar y caracterizar.
Se pueden elaborar matrices para entender con empatía la complejidad de la situación, pero buscando tomar posición, decisiones y acción. Este es un ejemplo del tipo de matriz que podemos elaborar, en este caso, cruzando la condición del equipo de la IIEE y las posiciones expresadas de querer volver o no:
Matriz para facilitar la toma de decisión de un director de IIEE[3]
C. Herramientas de liderazgo sistémico para navegar la complejidad y tomar acción
En este caso, es necesario entender el liderazgo como un ejercicio colectivo, donde el progreso se basará en la empatía mutua, la creatividad, y la convicción de todos los miembros de la comunidad. Para ejercer un liderazgo de este tipo[4]:
- Ayudémonos a entender mutuamente el problema: en un momento difícil como este corremos el riesgo de que la conversación gire en torno a quién tiene la solución o perspectiva correcta y quién está equivocada/o. Eviten eso. Planteen espacios donde deliberadamente se entiendan juntos – como comunidad el problema desde múltiples perspectivas: qué piensan los estudiantes, padres, docentes, directora/or. Escuchemos a la persona que piensa diferente.
- Tengamos conversaciones “generativas”: cuando colaboramos, no siempre nos damos cuenta de los modelos mentales que traemos a la discusión. Tengamos conversaciones donde nos preguntemos juntos “¿qué supuestos estamos teniendo sobre cómo resolver el problema?”. En las conversaciones busquen apreciar la realidad cognitiva y emocional de la persona al otro lado de la mesa. Todos vienen con supuestos, historia personal, miedos, aspiraciones, costumbres sobre cómo hacer el trabajo. Este grado de empatía preparará el terreno para salir adelante juntos.
- Co-creemos el futuro: es fácil tener una conversación donde veamos todo lo que no está funcionando, donde nos echamos la culpa unos a otros, donde nos quejamos de todo lo que no está dentro de nuestro control, o estamos “apagando el incendio”, reaccionando a los problemas. Les invitamos a sentarse con todos los miembros de la comunidad y generen conversaciones donde miren al futuro y creen soluciones juntos. Activemos la creatividad de las personas para generar alternativas creativas, aprendan juntos, implementen juntos.
Creemos que si combinamos con diligencia la escucha, empatía y el liderazgo en cada nivel del sistema, podemos acelerar con robustez el proceso de abrir las escuelas. El rol de la autoridad formal puede ser más claro y decidido, y cada vez más comunidades pueden ser actores clave en la búsqueda de participación y consensos con urgencia. Como organizaciones aliadas, nos toca ponernos al servicio con nuestro diferencial, procurando multiplicar nuestro impacto a través de la acción colectiva, capitalizando nuestras redes y alianzas, donde podemos apalancar recursos, confianza y talento.
La brecha se sigue ampliando para miles de estudiantes, mermando sus posibilidades para el futuro y el del país. Y el consenso no escrito es que todos estamos de acuerdo en que tenemos que aportar a darle la vuelta a ello, y en esa urgencia el retorno a presencial se vuelve imprescindible. Hay algunos pasos y políticas que brindan rutas, que abren diversos escenarios que podemos clasificar y aclarar con ciertas herramientas técnicas, mirar las lecciones que nos dejan algunos casos, fomentar de nuevo la empatía que hemos visto en acción, liderar colectivamente y en diversidad, para dimensionar y recordar la complejidad del problema. Se hace urgente empujar las conversaciones difíciles e ir encontrando las mejores alternativas teniendo presente que el luto, el miedo y la incertidumbre son también “piezas” en este camino al retorno.
Volveremos, o seguiremos volviendo. Busquemos en paralelo, con profundidad y velocidad, identificar las lecciones y reflexiones de lo aprendido: Porque no podemos volver a lo mismo. Por múltiples razones. Pero una lección incuestionable es que durante todo este periodo de aislamiento, e incluso en este proceso de volver a las aulas físicas, nos hemos demostrado como país que la clave para lograr que los estudiantes tengan una educación de trascendencia, es el liderazgo colectivo y la empatía.
Aquí estamos, pero las declaraciones no son suficientes. Los estudiantes del país tienen que sentirlo así, cada día más que el anterior.
Lima, 09 de noviembre de 2021
NOTAS
[1] Los nombres han sido cambiados para cuidar la privacidad de las personas.
[2] Elaborados por José Carlos Vera: Ex Director General de la Dirección General de Gestión Descentralizada de MINEDU*
[3] Ejemplo elaborado por Enseña Perú a partir de matrices reales
[4] Senge, P., Hamilton, H., & Kania, J. (2015). The dawn of system leadership. Stanford Social Innovation Review, 13(1), 27-33.