Respondiendo a la emergencia

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EDITORIAL

Unesco calcula que son más de 300 millones de alumnos los que han sido enviados a sus casas debido a la cuarentena ocasionada por la pandemia. El compromiso de continuar ofreciéndoles educación en estas condiciones ha empujado a los diversos países, pobres y ricos, a un terreno desconocido, alterando por completo todos sus planes y previsiones. El problema planteado por esta situación conlleva dos interrogantes: cómo respondemos ahora mismo y qué va a pasar después.

La primera pregunta atraviesa el campo de la educación virtual, para cuyo diseño y utilización no todos están preparados, así como el del acceso a Internet, que no llega a todos en ninguna parte del mundo. La segunda pregunta no tiene respuesta, porque no hay todavía una fecha certera de regreso a clases ni se sabe cuál será el panorama global una vez levantada la cuarentena.

En España, por ejemplo, muchas escuelas privadas, sin capacidad para organizar una plataforma digital, menos aún en el corto plazo, se han refugiado en el correo electrónico, por medio del cual envían y reciben tareas a diario. Sin entrar a discutir una estrategia como esta, consideremos que en la península también confrontan el problema de sus zonas rurales, donde no hay Wifi o donde llega una señal muy débil. A nivel público, el gobierno español ha optado por una estrategia «a distancia» porque, aunque les parezca mentira, las familias en ese país tienen más acceso a la televisión y menos al internet.

Corea del Sur, tan elogiado por su eficiente manejo de la pandemia, ha optado por clases en línea y ha priorizado a los estudiantes de secundaria y preparatoria del último año para el inicio del ciclo escolar. Los demás estudiantes de secundaria y preparatoria, los de los últimos años de primaria y los de los tres primeros grados, serán atendidos después de manera escalonada, dejándose en suspenso la atención a los niños de jardín infantil. Se ha dicho también que mientras no se tenga al coronavirus bajo control, no se anunciará una fecha para el regreso a las escuelas. Pero cuando eso ocurra, las clases en línea van a mantenerse. Nada de esto les quita la preocupación por sus posibilidades objetivas para preparar a tiempo y de manera óptima toda la infraestructura técnica necesaria.

En el mismo predicamento se encuentran prestigiosas universidades norteamericanas como Columbia, Berkeley, Harvard o el MIT. Todas ellas y otras 40 más en promedio, están ofreciendo cursos por internet y varias ya decidieron cancelar sus clases presenciales hasta el fin del año académico. Los veteranos miembros del Consejo de Educación de Estados Unidos han declarado que les resulta imposible hacer planes a largo plazo y que no recuerdan haber vivido jamás una situación como esta.

Nos hemos detenido a describir estas realidades para darle el justo valor a la estrategia «Aprendo en Casa» del Ministerio de Educación, organizado a todo pulmón en tan solo 20 días, para que seis millones de escolares de todos los niveles educativos puedan iniciar clases a distancia el lunes 6 de abril. Las imágenes que han inundado las redes sociales, mostrando niños y niñas de toda condición social, acompañados de sus hermanitos o de algún familiar, sentados frente a su televisor, escuchando una pequeña radio a transistores, delante de una sencilla computadora o mirando la pantalla de un celular, para seguir las clases con absoluta atención. Conmueve especialmente la de una niña pequeña que decidió ponerse su uniforme escolar para iniciar ese día sus clases a distancia.

No cabe ninguna duda que aparecerán voces clamando con voz airada por las fallas, los vacíos o las debilidades de la estrategia. De hecho, ya han aparecido, cuestionando los contenidos, burlándose de sus promotores, señalando lo que le falta o lo que no se tomó en cuenta, calificando de negligencia el hecho de no tener todavía listos todos los dispositivos que se requieren para atender de manera completa y a plenitud a la inmensa diversidad del país. Es decir, por tener un Estado incapaz de superar el estándar de respuesta a la emergencia de los países del primer mundo. Y todo en 500 horas, sin descontar las de sueño, que ya casi se extinguieron.

Este es un momento difícil y retador para todos. Podemos sentarnos a mirar y censurar o podemos aportar con humildad y esperanza nuestro grano de arena para ayudar a afrontar este colosal desafío que nos ha puesto contra las cuerdas. No tenemos que cerrar los ojos a los errores, porque vamos a cometerlos y tenemos que aprender de ellos como país, pero hagamos el esfuerzo también de imaginar soluciones, pues nunca como ahora ha estado retada nuestra creatividad.

Comité Editorial
Lima, 6 de abril de 2020