Comprender qué implica el poder no resulta sencillo, pero podemos abordarlo desde sus diversas expresiones: el poder para, cuando utilizamos nuestra capacidad para moldear nuestras vidas y nuestro entorno; el poder con (acción colectiva), al actuar en colaboración con otros; y el poder interior, que emana de la autoestima, autoconocimiento y agencia personal.[1]
No obstante, existe una dinámica de poder que afecta estas expresiones, denominada “poder sobre” y “estar bajo el poder de alguien”. Es importante señalar que “poder sobre” no siempre es perjudicial. Por ejemplo, cuando la autoridad y responsabilidad se asignan en base a competencia y justicia, con un compromiso hacia la equidad y la responsabilidad. En estos casos, la energía puede utilizarse en beneficio del bienestar colectivo, como ejemplifican políticos, profesores, policías y directivos que ejercen su autoridad de manera positiva.
Sin embargo, el “poder sobre” también puede ser utilizado para controlar, explotar, imponer, abusar y oprimir, constituyendo una forma de dominación. Cuando el poder se utiliza para beneficiar a unos pocos a expensas de otros, o cuando se define a partir de líneas de identidad, se perpetúa la desigualdad.[2]
Las dinámicas de poder dominante han dejado una herida profunda en la historia de la humanidad y continúan influyendo en el presente. La dominación se manifiesta a través de diversas líneas de identidad como etnia, religión, nacionalidad, género y orientación sexual, afectando a todos de manera única. Las jerarquías sociales moldean nuestras sociedades cuando las estructuras formales del poder reflejan prejuicios y discriminación, generando una posición de superioridad para ciertos grupos y de inferioridad para otros.
Es por eso que Kimberle Creenshaw[3] necesitó plantear un nuevo concepto para dar cuenta de las desigualdades que observaba en su práctica como abogada: la interseccionalidad. Esta palabra da cuenta de la presencia de estas dinámicas de poder dominante que influyen no solo en el análisis de una situación, sino en las consecuencias que estas podrían tener sobre una persona. Creenshaw (2017) explicó que la convergencia de la opresión de raza, género y clase colocan a la persona en una posición más vulnerable, por lo que las estrategias de intervención deben tomar en cuenta todas estas variables para poder atender efectivamente a las personas.
Para poder comprender esto de manera gráfica, hace unos años diseñé la Rueda de Poder, inspirada en el trabajo de difusión de Sylvia Duckworth y las investigaciones de Liuba Kogan,[4] Maria Emma Mannarelli,[5] Angélica Motta[6] y mi propia experiencia en el mundo de la educación.
En esta rueda podemos ver las jerarquías insertas en nuestro sistema. Estas, a menudo arraigadas en la ideología y cultura de una sociedad, impactan nuestras percepciones, creencias, comportamientos y relaciones, configurando así el sistema. Comprender la relación entre el sistema educativo y estas jerarquías sociales informales es fundamental pues eso nos permitirá diagnosticar las inequidades del sistema.
Como sabemos, en el contexto peruano, las poblaciones minoritarias indígenas tienen una representación limitada en las jerarquías institucionales. Esto se traduce en la exclusión de sus identidades, culturas y narrativas en el currículo y la práctica docente, afectando su capacidad para influir en las políticas y estándares que les conciernen.
Esta exclusión repercute en la autovaloración y autoconocimiento de los estudiantes (poder interior). A medida que avanzan en el sistema educativo, construyen una autoimagen influenciada por mensajes diversos sobre qué identidades y culturas se consideran valiosas. Este proceso de internalización de dinámicas de poder dominante afecta su sentido de valía y sus percepciones hacia los demás.
¿Cómo se relaciona todo esto con el propósito de la educación en nuestro país y contextos actuales? ¿Nuestros sistemas promueven la equidad, liberación y justicia, o reproducen dinámicas de dominancia e inequidad?
Identificar estas dinámicas, comprender su origen y su impacto en la autoimagen de los estudiantes y en nuestras propias experiencias es esencial. Solo entonces podemos utilizar nuestro poder de manera transformadora, evitando reproducir patrones perjudiciales.
Lima, febrero de 2024
Nota al pie:
Desde hace dos años vengo dando talleres sobre este tema a los participantes de Enseña Perú. Acompañar estos procesos de cuestionamiento del sistema me permite conocer historias como la de Carlos Ylla en “Mateo, un caso complejo sobre el uso de la medicina”. Es emocionante encontrar historias que ven la complejidad de la problemática y, al mismo tiempo, tienen el coraje de mostrarse vulnerables en su acción de cambio. Les invito a leer el artículo de Carlos y -por qué no- a jugar con la rueda y analizar desde otro lado a sus estudiantes, docentes, directivos y familias.
REFERENCIAS
[1] VeneKlasen, L., Miller, V., (2002) Power and empowerment. PLA Notes, 43: 39-41. En: https://www.iied.org/sites/default/files/pdfs/migrate/G01985.pdf Teach For All. What is Power? (Presentación para los estudiantes de SLAC en Nairobi, Kenya)
[2] Teach For All. What is Power? (Presentación para los estudiantes de SLAC en Nairobi, Kenya)
[3] Crenshaw, Kimberlé W., “On Intersectionality: Essential Writings” (2017). Faculty Books. 255.
[4] Kogan, L., Fuchs Ángeles, R. M., & Lay Ferrato, P. (2013). No pero sí: Discriminación en empresas de Lima Metropolitana. Universidad del Pacífico. Kogan, L. (1999). Relaciones de género en las familias de sectores altos de Lima. Debates en sociología, (23-24), 191-208. Galarza, F., Kogan, L., & Yamada, G. (2012). Detectando discriminación sexual y racial en el mercado laboral de Lima. Fondo Editorial, Universidad del Pacífico Chapters of Books, 1, 103-135.
[5] Mannarelli, M. E. (1990). Sexualidad y desigualdades genéricas en el Perú del siglo XVI. Allpanchis, 22(35/36), 225-248.
[6] Motta, A. (2011). La” charapa ardiente” y la hipersexualización de las mujeres amazónicas en el Perú: perspectivas de mujeres locales. Sexualidad, Salud y Sociedad (Rio de Janeiro), 29-60.