Edición 87

Desmintiendo creencias sobre el lenguaje inclusivo

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En estos últimos años, el tema del lenguaje inclusivo ha estado presente en intercambios de todo tipo, desde contextos políticos hasta conversaciones familiares, y seguramente ha suscitado gran polémica en cada caso. Mucha de la discusión surge, para empezar, por entender a qué se refiere el término. Partamos de concebir al lenguaje inclusivo como el uso de la lengua que tiene como fin visibilizar grupos minoritarios. En el caso de hacer referencia a personas de géneros distintos, por ejemplo, se recurre a la estrategia del desdoblamiento, como “las niñas y los niños”, a recursos ortográficos diversos, como “les niñes” o “lxs niñxs”, e incluso a sustantivos colectivos que aluden a conceptos abstractos, como “la niñez”.

Recientemente se ha presentado un proyecto de ley en el Congreso que apunta a normar el uso del lenguaje inclusivo en textos escolares[1]. Para ello, el proyecto busca modificar un artículo de la Ley de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres bajo el sustento de que se debe “precisar el correcto uso del lenguaje inclusivo, de acuerdo a los alcances de la Real Academia de la Lengua Española”.

El debate se reaviva cada vez que una voz académica o intelectual autorizada comenta al respecto, principalmente para oponerse. No obstante, es claro también que todas y todos nos sentimos voces autorizadas para dar una opinión; después de todo, somos hablantes y tomamos a la lengua como parte fundamental de nuestra vida. Debido a que circulan en nuestra sociedad diversas creencias sobre este tema, sobre todo entre quienes están en desacuerdo, vamos a desarrollar cinco argumentos que las refutan con el propósito de sustentar una explicación a favor del lenguaje inclusivo.

  1. La Real Academia Española no determina el uso correcto del lenguaje.

La alusión a la Real Academia Española (RAE) es muy frecuente en cada conversación acerca del lenguaje: la gente suele pensar que el castellano existe según la forma en que la RAE lo indica y, por tanto, se trata de la única manera correcta de hablar. Cualquier expresión distinta es criticada y considerada como errónea. A ello hay que agregar que la RAE se ha mostrado en desacuerdo con respecto al lenguaje inclusivo, por lo que la idea de que esta institución es la única autorizada para normar el castellano se ve reforzada.

Lo cierto es que una lengua existe en tanto tenga hablantes y son ellas y ellos quienes, más bien, le dan formas diversas a esa lengua. Las instituciones y los textos normativos, como la RAE, o como los diccionarios y manuales de redacción, proponen una manera específica de hablar o escribir, pero no es la única posible. La naturaleza de una lengua es estar en constante variación, por lo que no podemos esperar que todas las personas la usen exactamente igual. Por ejemplo, en el Perú decimos expresiones como “yo creo de que…” o “María dijo de que…” más allá de que los manuales normativos de castellano propongan evitar la preposición “de” después de los verbos “creer” o “decir”. No es que la población peruana no sepa hablar el castellano; es que lo usan de una manera diferente, tal como también sucede en otras regiones hispanohablantes. No es que no sepamos expresarnos clara o adecuadamente; solo lo hacemos de un modo distinto.

Por ende, aludir al prestigio de una institución como la RAE para oponerse al lenguaje inclusivo no tiene un sustento sólido, puesto que sus propuestas de cómo emplear el castellano son solamente parte de las diversas posibilidades con las que cuentan las y los hablantes al usar su lengua. Así como no seguimos la normativa del castellano al decir “yo creo de que…” y nos hacemos entender claramente, usar el lenguaje inclusivo tampoco provocaría problemas de comprensión.

  1. El lenguaje inclusivo no perjudica la naturalidad de la lengua.

Mucha gente dice que el lenguaje inclusivo en el castellano es innecesario y redundante, ya que, tal como siempre ha existido nuestra lengua, se puede decir lo que queramos sin necesidad de repetir “las y los”, “hombres y mujeres”, entre otras frases. Este razonamiento, además, se completa afirmando que estrategias como el desdoblamiento que vemos en los ejemplos anteriores o como el empleo de “x” o “e” en la escritura (como en “chicxs” o “amigues”) son nocivas para la lengua, debido a que la hacen perder su naturaleza. La idea de que se pone en riesgo la naturalidad de la lengua es común incluso entre lingüistas, como analiza Lidia Becker, profesora de Lingüística Hispánica en la Universidad de Hannover, en un artículo del 2019[2].

Una respuesta ante estas ideas debe partir de preguntarnos cuál es la naturaleza del castellano o a qué se refiere “tal como siempre ha existido nuestra lengua”: si pensamos en lo que vimos en el argumento anterior, lo natural en una lengua es la permanente variación, por lo que cada grupo o incluso cada hablante de castellano lo emplea de maneras muy diversas. Así, no es posible identificar una naturaleza única de la lengua o una forma fija que haya existido desde siempre. ¿Cómo podríamos afirmar que el decir “las y los hablantes” o “las niñas y los niños” desnaturaliza el castellano si no hay una sola forma natural de utilizarlo?

Por otra parte, la referencia a que el lenguaje inclusivo es repetitivo y complica las frases y oraciones que producimos se apoya en la idea de que el castellano sin lenguaje inclusivo es bastante simple y no repite elementos innecesarios. Pensemos si esto realmente ocurre así: en muchas de nuestras frases, aplicamos la concordancia gramatical entre artículos, sustantivos y adjetivos sin mayor esfuerzo a pesar de que esto hace que repitamos la información de género y número en tres palabras seguidas. Por ejemplo, en la frase “las mujeres trabajadoras”, las tres palabras tienen género femenino y número plural pese a que toda esta información podría obtenerse solo del sustantivo “mujeres”.  Esto supone que la redundancia que puede agregar el lenguaje inclusivo en una lengua ya ocurre al usar otras características lingüísticas, como la concordancia, y las y los hablantes no encuentran complicado usarlas.

  1. La lengua no está separada de sus hablantes.

Se suele concebir a la lengua como un elemento abstracto que existe fuera de quienes la usan. Esta separación se refuerza cuando se piensa que la lengua sirve exclusivamente para transmitir información, es decir, para comunicarse: las personas la aprovechan como un instrumento para mostrar sus prejuicios y estereotipos. Si partimos de esta idea, entonces es lógico afirmar que la lengua no discrimina o no es sexista, sino que lo son sus hablantes.

Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es si una lengua cumple solamente la función de comunicar: ¿acaso todas las veces que usamos el castellano transmitimos información? ¿qué pasa cuando le decimos “te quiero” por enésima vez a nuestra pareja? ¿es que no sabe ya que la queremos? Lo que nos muestra este ejemplo es que la lengua nos permite también establecer relaciones interpersonales, crear y afianzar vínculos, mostrar solidaridad y empatía, hacerle ver a alguien más que la o lo tenemos en consideración. Como se puede notar, los usos lingüísticos no pueden separarse tajantemente de nuestra vida social, puesto que están continuamente presentes en cómo establecemos lazos con las y los demás.

Además, debemos agregar que las lenguas tienen también la función de representar la realidad en que vivimos, es decir, lo que decimos nos permite referirnos tanto a las cosas físicas como al mundo abstracto que concebimos en nuestras mentes. Quiénes somos, cómo vemos a otras personas, lo que es bueno o malo en nuestra sociedad, todo en general, es representado a través del lenguaje. Por ejemplo, actualmente en algunos contextos se usa la frase “adulto mayor” para referirse a un hombre de edad avanzada al que, décadas atrás, seguramente se le llamaba directamente “viejo”. ¿Este cambio influye en la forma en que se representa a esta persona? Probablemente llamarle “adulto mayor” lo caracterice como alguien que tiene un comportamiento adulto y capacidades vigentes, mientras que llamarle “viejo” resalte más aquello que no puede hacer por sí mismo por su edad. Por esa razón, se usa la primera expresión en instituciones como los centros públicos que ofrecen servicios de salud o actividades recreativas a quienes pertenecen a ese grupo etario.

De esta manera, como comentamos al inicio de este texto, el lenguaje es parte fundamental de nuestra vida en sociedad: no podemos concebirlo como un elemento apartado de lo que somos y hacemos como personas, ya que lo usamos recurrentemente para interactuar y para crearnos representaciones del mundo. Un cambio en cómo lo usamos puede impactar en nuestras relaciones con las y los demás, y en la forma en que configuramos la sociedad en que vivimos. El lenguaje inclusivo promueve que los grupos minoritarios de la sociedad sean visibilizados, de tal modo que se reconozca su presencia en distintos escenarios sociales. Así se sustenta su promoción en contextos educativos en Chile, según Paula González-Álvarez, especialista en la enseñanza de lectura, escritura y comunicación oral de la Universidad de Chile, en un artículo del 2021[3]: el principal propósito del lenguaje inclusivo en la escuela es evitar usos discriminatorios y sexistas. Por ejemplo, si decimos “ciudadanas y ciudadanos”, estamos haciendo explícito que las mujeres gozan también de derechos ciudadanos como los hombres, algo que vale la pena destacar también en un país como el nuestro, en el que las mujeres recién obtuvieron estos derechos en 1955. Más bien, el no mencionar a las mujeres en la frase crea la idea de que están ocultas en la sociedad.

  1. El lenguaje inclusivo sí aporta en la lucha contra la desigualdad de género.

Una crítica frecuente acerca del lenguaje inclusivo es que se le ve como un elemento prescindible que no provoca mayores beneficios a grupos minoritarios. Se argumenta que las mujeres, por ejemplo, no van a verse favorecidas con mejores ingresos u oportunidades laborales, o que las cifras de violencia contra ellas no van a disminuir porque se use lenguaje inclusivo en documentos públicos.

Estas ideas deben relacionarse con lo que hemos mencionado en el tercer argumento: el lenguaje nos permite representar la realidad en la que vivimos y, de esa forma, las palabras que empleamos y los mensajes que producimos configuran un escenario específico basado en lo que creemos sobre la sociedad. Por ello, lo que dice la gente a través del lenguaje se difunde ampliamente entre sus círculos sociales y cala en las creencias de sus contactos más cercanos.

Siguiendo esta explicación, usar lenguaje inclusivo no solo generaría un efecto inmediato de visibilización de un grupo minoritario, sino que también aportaría a remodelar las representaciones de la sociedad que tenemos en nuestra mente. Por ejemplo, en Suecia, se ha incorporado desde 2015 un pronombre de género neutro en el sueco, una opción distinta a usar los pronombres femenino y masculino que ya tenía la lengua para referirse a personas. De acuerdo con un artículo publicado en 2019[4] por Margit Tavits, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Washington en Saint Louis, y Efrén O. Pérez, profesor de Ciencias Políticas y de Psicología de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), la gente que usa el pronombre neutro muestra actitudes y creencias más positivas acerca de la igualdad de género y la aceptación de grupos LGBT (lesbianas, gays, bisexuales, trans). El estudio señala que quienes participaron no respondían de acuerdo con lo que consideraban socialmente aceptable, ya que contestaban automáticamente en un tiempo muy corto en el que sería difícil pensar demasiado en lo que se vería bien como respuesta. Eso quiere decir que el uso de un pronombre neutro sí acentúa en la mente de las y los hablantes la prominencia de las mujeres y otros grupos de género minoritario en la sociedad.

  1. Es importante promover el uso del lenguaje inclusivo.

Quienes muestran su oposición al lenguaje inclusivo señalan que los grupos contrarios, o sea quienes lo promueven, buscan imponerlo forzadamente a toda la sociedad. Para ello, se elaboran manuales de uso y documentos institucionales que indican quiénes, cuándo o cómo usarlo. Sin duda, contar con este tipo de guías de uso del lenguaje inclusivo supone que existe el propósito de enseñar a usarlo, algo que tiene mucho sentido si pensamos que es un tema bastante reciente del que se desprenden muchas preguntas: ¿el lenguaje inclusivo es igual que el lenguaje no sexista? ¿se trata de incorporar palabras nuevas o inventar otras? ¿cómo se leen las palabras con “x” o “e”?

La difusión de manuales y documentos es necesaria para que la gente interesada en usar el lenguaje inclusivo se familiarice con este. No se busca imponer que todas y todos cambiemos radicalmente nuestra forma de hablar o escribir en castellano; finalmente, como dijimos al presentar la primera creencia, son las y los hablantes quienes usan la lengua según sus propios hábitos. Por lo tanto, es una cuestión de elegir lo que cada quien prefiere y de asumir una postura al respecto: según lo que vimos en el tercer argumento, la lengua no está separada de sus hablantes ni de su vida en sociedad. En consecuencia, decidir usar el lenguaje inclusivo representa un posicionamiento en el que mostramos nuestras creencias sobre las desigualdades sociales; asimismo, decidir no usarlo también representa un posicionamiento en particular acerca de ese tema. Sin embargo, se hace necesario que las y los hablantes, en especial quienes se encuentran en un proceso formativo tan trascendental como el escolar, conozcan la propuesta: ¿cómo poder tomar decisiones o posicionarse respecto a un tema si no contamos con información transparente y detallada sobre este? Al respecto del rol de la escuela en la formación de niñas y niños, hay abundante discusión que desarrollar, pero, de manera general, debemos decir que las y los estudiantes necesitan acceder a la propuesta del lenguaje inclusivo para entenderla, analizarla y valorarla situándola en el complejo contexto social peruano.

Es comprensible que cualquier propuesta de cambio social -así como también ocurre con los cambios en la lengua- sea rechazada por mucha gente; no es cómodo aceptar que nuestra cotidianidad sea modificada, sobre todo si esas modificaciones no nos benefician directamente. Pero tomemos en cuenta que nuestra sociedad ha pasado por una serie de cambios en pro de lograr la igualdad entre quienes la conforman. Si buscamos asegurar que todas y todos compartamos los mismos derechos y vivamos con tolerancia, debemos considerar el rol que el lenguaje y otros recursos que son parte de nuestra vida cumplen dentro de este propósito.

Lima, 24 de febrero de 2023

 

NOTAS

[1] https://comunicaciones.congreso.gob.pe/damos-cuenta/proponen-eliminar-lenguaje-inclusivo-de-textos-escolares/#:~:text=El%20d%C3%ADa%20de%20hoy%2C%20a,y%20mujeres%20en%20textos%20escolares%E2%80%9D.
[2] Becker, Lidia. 2019. “Glotopolítica del sexismo: ideologemas de la argumentación de Ignacio Bosque y Concepción Company Company contra el lenguaje inclusivo de género.” Theory now. Journal of Literature, critique, and thought 2, 2: 4-25.
[3] González-Álvarez, Paula. 2021. “¿Cómo incorporar escrituras diversas en el aula? Diálogos entre prácticas académicas y escrituras vernáculas para una didáctica más inclusiva”. En Navarro, Federico (Ed.). Escritura e inclusión en la universidad. Herramientas para docentes. Universidad de Chile. 45-90.
[4] Tavits, Margit y Pérez, Efrén O. 2019. “Language influences mass opinion toward gender and LGBT equality”. PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences) 116, 34: 16781-16786.

Claudia Crespo del Río
Doctora en Lingüística Hispánica por la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign. Trabaja como profesora de pregrado y posgrado en Lingüística en la Pontificia Universidad Católica del Perú. También es docente de la carrera de Traducción e Interpretación de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Sus áreas de interés académico son la sociolingüística y el estudio de lenguas en contacto. dentro de la primera, sus investigaciones se enfocan en temas como los discursos de y sobre migrantes, y las creencias docentes sobre el lenguaje inclusivo.