Ricardo Bedoya
El diario El Comercio publicó un artículo que recuerda los cuarenta años de Tiburón, de Steven Spielberg, estrenada en junio de 1975. Chicho Durant ningunea a la película y a su director.
Tiburón, Badlands, Los delincuentes, La conversación, El fantasma del paraíso, The King of Marvin Gardens, Carrie, Mean Streets, Taxi Driver, entre otras, son películas fundamentales en el cine de los Estados Unidos de los años setenta. Son títulos seminales en una industria que se transformaba y salía adelante después de la gran crisis de los años sesenta, pero también en las obras de sus respectivos autores, aun jóvenes.
A diferencia de las películas de Malick, Ford Coppola o Scorsese, Spielberg se interesa por el cine de género y por las acciones rápidas, los enfrentamientos mortales, las tensiones dramáticas, el suspenso, y la recreación de pequeños mundos suburbanos que, de pronto, ven quebrarse su tranquilidad. Su espectacular debut con Reto a muerte (Duel), ese ejercicio de estilo que condensa los motivos de su obra posterior, se reafirma con Loca evasión (The Sugarland Express), una de sus mejores películas y de las menos conocidas. Ambas son radiografías de los estadounidenses de a pie enfrentados a situaciones insólitas que lindan con lo absurdo y lo fantástico. Personajes que ven sus rutinas haciéndose añicos añicos mientras se encuentran desguarnecidos, en tránsitos sobre la carretera, o revisan los rincones del desván de una casa del suburbio.
Eso también ocurre en películas posteriores, como Encuentros cercanos del tercer tipo, E.T., La guerra de los mundos, Inteligencia artificial, entre otras. En el cine de Spielberg, los personajes, acosados por peligros, hallan de pronto una revelación, una epifanía, un deslumbramiento, un episodio transformador. Momentos que se viven como liturgias en las que sobreviene el contacto con lo extraordinario (el encuentro del personaje de Truffaut con los extraterrestres; el vuelo de las bicicletas en E.T.; el tren en llamas de La guerra de los mundos; la secuencia del Drive In en Loca evasión; la del caballo atrapado en las alambradas en Caballo de guerra; la aparición de los dinosaurios, entre otras) El riesgo se transforma en estímulo maravilloso y eso revitaliza e impulsa a los personajes para culminar sus acciones.
Spielberg es un autor pleno trabajando en una industria pesada. Y aportó al cine nos solo su capacidad empresarial; también su habilidad narrativa, su mundo personal, su sensibilidad de niño solitario y acogido por el cine, su fascinación por los relatos de aventuras y por el cine como máquina creadora de ilusiones.
Y en Tiburón se halla todo eso y más. Ahí están el gusto por la aventura marina que Hollywood había dejado a un lado en los setenta, época pródiga en todo tipo de películas sobre desastres naturales; la conciencia del pasado del cine y la fidelidad a los géneros populares; el ejercicio del suspenso, tomando para ello al mejor modelo, el de Los pájaros, de Hitchcock ; el retrato de una pequeña comunidad en la que se extiende el miedo y la paranoia; la fábula sobre los terrores que asaltan a plena luz del sol y llegan de lo más profundo; la creación de personajes sólidos y profesionales -como los de Hawks- y no solo requeridos para activar la acción; el diseño del lobo de mar que encarna Robert Shaw, como sacado de un relato de Jack London; el trabajo con la banda sonora y el empleo del acezante leit motiv musical de John Williams.
¿Cómo se puede ningunear a Spielberg y a Tiburón?
FUENTE: Páginas del Diario de Satán / 25 Junio, 2015