“Uno nunca deja de aprender”, es una clásica frase que parece trillada pero contundentemente profunda y cierta. Constantemente hablamos de lo importante que es nuestros y nuestras estudiantes aprendan y se preparen para los desafíos que presenta o presentará el mundo y porque muchos de los trabajos que hoy existen no estaban mapeados o no existían hace dos décadas. Las razones para que las siguientes generaciones y nosotros estemos preparados nos sobran, acabamos de atravesar una pandemia, la brecha de inequidad entre los que más tienen y quienes no se incrementan, la crisis ambiental se acelera, entre otros. Tenemos desafíos locales y globales que nos fuerzan a desarrollar habilidades para afrontar dichos problemas.
De hecho, las habilidades más valoradas este 2023 según MIT son: alfabetización digital, creatividad, adaptabilidad, pensamiento crítico, liderazgo, comunicación e inteligencia emocional, estas son aplicables de manera transversal a cualquier rubro, trabajo u oficio, incluso en educación.
La formación docente también se encuentra en alerta
Usualmente cuando pensamos en aprendizaje, pensamos en el aprendizaje para los estudiantes, para niños, adolescentes, para quienes se encuentran en el sistema de educación formal. Pero ¿qué pasa con aquellos que somos adultos y seguimos aprendiendo a lo largo de la vida y de distintas maneras, estemos o no estudiando una especialización, diplomado o maestría? ¿Qué pasa con nuestros maestros y cómo se siguen preparando y actualizando? La formación docente también se encuentra en alerta.
La forma en la que nuestros docentes aprendieron fue por contenidos, con foco en la memorización y alta valoración por las disciplinas, no es raro que eduquen de la misma manera a pesar de que las necesidades de este siglo hayan cambiado y que las habilidades requeridas sean otras. La mayoría de ellos empezaron a usar una computadora y aplicaciones digitales durante la educación remota. Adicional a estos desafíos en nuestros y nuestras docentes, es que representa una labor socialmente exigida pero pocas veces valorada, reconocida. Puede ser incluso solitaria y estar vinculada a enfermedades físicas, mentales y emocionales.
¿Cómo haría si en la escuela todos ya hemos planificado las situaciones significativas y tenemos sus nombres definidos para el año? Fue la respuesta de una maestra y comentarios de su director frente a proponerle planificar experiencias de aprendizajes que vayan más acorde al enfoque por competencias y que parte de los intereses de los y las estudiantes. El aula de clase tenía un buen clima, los estudiantes participaban, trabajaban en equipo, dialogaban entre sí de manera amable y respetuosa y demostraban ganas de avanzar y hacer las actividades. Una maestra amigable, cuyo dominio del tema y del área era inminente, que llamaba a sus estudiantes por sus nombres, los motivaba a responder, que explicaba y comunicaba con claridad. Los desafíos identificados: ¿cómo promovemos actividades de mayor demanda cognitiva y desarrollamos competencias? En esa clase, los estudiantes debían realizar un organizador de cumpleaños. ¿La situación significativa? Lograr una mejor convivencia. El reto era hacer una tabla u organizador siguiendo los pasos que la maestra propuso, actividad procedimental que limita el aprendizaje y minimiza la real oportunidad de trabajar la convivencia.
Otra forma es posible
Este es uno de los grandes desafíos de la labor docente, ¿continuar enseñando por contenido, memoria y repetición? Este enfoque estructural es contrario a la flexibilidad, cuestionamiento y pensamiento crítico, habilidades que mencionábamos, son relevantes en el mundo de hoy.
En otra escuela, la maestra Rocío, adaptaba la estrategia de “Visión de aula” aprendida en el ENFOCO (Encuentro de Formación y Conexión), e invitaba a sus estudiantes a responder unas preguntas potentes sobre qué les gusta, por qué quieren estudiar, cuáles son sus fortalezas, entre otras. A partir de sus respuestas construyeron una visión colectiva, del aula, una especie de código y compromiso de los miembros de esa clase, la que puedan ver, recordar y motivarse de por qué están ahí. No solo eso, la maestra invitó a sus madres y padres de familia a construir su visión de familia. Inició un análisis de sus estudiantes a través de un mapa de empatía para identificar cuál es el problema que les atraviesa, y de esta manera definir la situación significativa de su experiencia de aprendizaje.
La formación docente requiere una profunda dosis de entusiasmo, alegría, vitalidad y colaboración y tiempo para contener, cuestionar y desaprender. Hace unas semanas durante el ENFOCO del programa de liderazgo ¡Qué Maestro! vivimos unos días profundamente transformadores. Pudimos ver de cerca que mientras más comprendidos, valorados, escuchados y sostenidos se sentían los docentes, más apertura tenían para aprender, cuestionarse y hacer transformaciones. Para que esto ocurra, los espacios de aprendizaje deben tener una mezcla de juego, disfrute, desafío y colaboración. Entonces, la chispa de la innovación aparece, se produce un cambio, una forma de ver la enseñanza de manera diferente, la llama se enciende.
Lima, 2 de mayo de 2023